Wednesday, May 25, 2011

Después de una aventura(Miranda Lee) Harlequin Bianca




Después de una aventura… (1990)
Título Original: After the Affair (1990)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Bianca 487
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Dan McKay y Cassie Palmer
Argumento:
Cuando una pintura de Dan McKay fue rematada en una subasta, Cassie no pudo resistir la tentación de comprarla. Los recuerdos aún le dolían y ansiaba borrar su pasado, pero también necesitaba poseer algo del hombre que una vez la amó y luego la abandonó, sin miramientos.
Cassie sufrió una gran decepción cuando un desconocido superó su postura. Un pánico ciego la invadió al darse cuenta de quién era su rival. ¿Qué jugada cruel del destino llevó de nuevo a Dan McKay a su vida… y cómo podía ella evitar que descubriera lo que había detrás… lo que quedó después del romance?


CAPITULO 1


—¡Vendido! A la dama sentada en la primera fila.
Cassie miró a la compradora satisfecha que estaba a su lado y luego observó con tristeza que se llevaban el lote cuarenta y siete. Suspiró. El hermoso jarrón de porcelana azul hubiera sido el regalo perfecto para su madre y Roger, pero mil setecientos dólares era un precio más allá de sus posibilidades económicas.
—Lote cuarenta y ocho, damas y caballeros… un servicio de té… un fino ejemplo de la platería del siglo diecinueve…
Cassie arrugó la nariz y se reclinó en su asiento. No le gustaba la plata. Sin duda se trataba de una rara antigüedad, pero no le interesaba.
Las ofertas volvieron a iniciarse sin que ella tomara parte. En realidad, la subasta empezaba a parecerle una pérdida de tiempo. Cuando escuchó que se vendía Strath-haven, la isla del río y que una selección del mobiliario y objetos suntuarios de la mansión se rematarían, se imaginó que se trataría de un acontecimiento pequeño, con muchas oportunidades para escoger regalos a precios bajos.
En lugar de eso, los coleccionistas descendieron como marabunta sobre la propiedad, desde puntos tan lejanos como Sydney y Brisbane. Cassie notó, cuando llegó a la mansión, que hasta un helicóptero estaba sobre uno de los prados.
Los precios subieron a alturas exorbitantes y Cassie se tornó más y más pesimista. Su único consuelo por esa tarde desperdiciada era haber visitado el lugar sin la menor molestia. Durante nueve largos años evitó hasta ver a Strath-haven, lo cual no resultaba fácil, puesto que la isla se encontraba justo frente a la granja Palmer.
Admitió que cuando conducía a lo largo del río y cruzaba el puente que conectaba la tierra firme con la isla, se contenía para no observar la construcción. Pero eso era de esperar. Después de todo, no se consideraba una masoquista.
Las ofertas continuaron, el subastador despachó otros veinte lotes con increíble velocidad. Aquellos que Cassie podía pagar, no le gustaban. Los que le gustaban, estaban fuera de sus posibilidades.
Una ojeada a su reloj le reveló que eran casi las cuatro y media. El partido de cricket de Jason de ese sábado por la tarde estaba a punto de terminar, y si Cassie no regresaba a su casa a las cinco, su hijo convencería a la abuela de que lo llevara a la subasta. Cassie adivinaba que su madre estaría cansada después de pasar varias horas apuntando los tantos del partido y se sintió culpable de permitir que la ayudara a cuidar a Jason con esa frecuencia, a pesar de que la señora insistía en que le causaba un gran placer.
—No seas tonta, linda —la reprendió su madre cuando Cassie le expresó su preocupación—. Eres mi única hija y Jason mi único nieto. Me encanta acompañarlo.
Sin embargo, Cassie decidió salir de la sala de remates después de que se vendieran unos cuantos lotes más.
—Y, al fin, ¡las pinturas! —anunció el maestro de ceremonias. Se volvió y señaló una selección de cuadros apoyados contra la pared, a sus espaldas. Su ayudante mostró un óleo pequeño, sosteniéndolo en alto para que el público lo admirara, antes de colocarlo sobre un atril, enfrente de Cassie—. La primera pertenece al lote setenta. Sin título, sin firma, por un artista desconocido. Sin embargo, se trata de una obra de cierto valor. Y presenta un atractivo paisaje local. Ahora, damas y caballeros, ¿qué me ofrecen?
Cassie contempló alelada el cuadro.
Y lo siguió contemplando.
Apenas lo creía.
Su corazón empezó a latir con desenfreno.
Reconoció el uso distintivo de los colores pálidos, las paletadas gruesas, aplicadas con espátula, al estilo impresionista.
Sus ojos asombrados recorrieron la escena.
El corazón de Cassie se le hizo nudo a medida que se daba cuenta de que sólo había un lugar desde donde el artista pudo colocar su caballete para pintar su obra… teniendo el río a su izquierda, el puente colgante a la distancia y la impresionante casa de dos pisos, donde ahora se encontraba, a la derecha. Ella misma contempló muchas veces ese paisaje. Desde el último rincón de la isla, a la orilla del río, cerca del pequeño estudio.
El estudio… donde Dan se quedó para pintar, ese verano fatal; donde ella posó con tanta inocencia para el retrato, donde su romance empezó y terminó.
Una ola de ironía bañó a Cassie. Pensó en todas las horas, los días, que pasó empujando el cochecito de Jason por las galerías de arte de Sydney, buscando una de las pinturas de Dan. Era un deseo perverso… el poseer un cuadro suyo, que fuera prueba tangible de su existencia. Su mente le aconsejaba de manera insistente que despreciara a ese hombre y rechazara volver a verlo, así como tener cualquier objeto de su pertenencia.
No obstante, continuó con su búsqueda durante todo el tiempo que le tomó completar su curso de veterinaria… una tonta y obsesiva actividad. Regresó a su hogar en Riversbend con las manos vacías y durante esos años, ese cuadro en particular estuvo a un kilómetro de su casa.
—Dos mil… la última oferta fue suya, caballero. ¿Alguien desea aumentarla?
Cassie regresó a la realidad de la subasta con un sobresalto. ¡Estaban vendiendo la pintura! La boca se le abrió con voluntad propia.
—Dos mil cien.
El público la miró. Antes, se había abstenido de ofrecer.
El pulso de Cassie se le aceleró. Sabía que cometía una locura. Se suponía que iba a comprar un regalo, que no cedería a un capricho sentimental. No era que sintiera algo por ese hombre todavía. Su amor por él estaba muerto y enterrado. Ya no sentía nada, de eso estaba tan segura, que hubiera metido las manos al fuego para probarlo.
Su corazón latió con mayor rapidez aún. De alguna manera, el reconocer que actuaba como una demente no la preocupaba. Había perdido el control de sí misma. ¡Quería ese cuadro!
—¡Veinticinco! —exclamó el hombre que rivalizaba con ella por la compra.
—Veintiséis —replicó Cassie, apretando los dientes.
Hubo un silencio cargado de electricidad. Cassie contuvo el aliento.
—Veintisiete —gruñó el otro hombre.
Cassie aspiró hondo y trató de dominar la tensión que la invadía. ¿Debería ofrecer veintiocho o saltar a tres mil?
¿Cuál táctica sería mejor? Sentía como si una garra le apretara el pecho.
—Tres mil —barbotó y ya no respiró.
—Tres mil quinientos.
La desilusión taladró el pecho de Cassie al soltar el aliento. No podía continuar. De verdad, no podía. Tres mil era su límite.
—Usted pierde, señora —le advirtió el subastador.
Los ojos de los demás la juzgaban, curiosos. Pero ella se contentó con negar con la cabeza, bajando la mirada y clavándola en el suelo. No soportaba seguir observando el cuadro.
—Cinco mil dólares.
Un murmullo recorrió al público ante esa oferta asombrosa. Cassie volvió la cabeza con rapidez. ¡Conocía esa voz! Sus ojos recorrieron un mar de rostros. No podía ser él. No era posible…
No existía una razón válida para que estuviera allí. Ninguna…
Y entonces lo vio, parado cerca de una de las ventanas posteriores, tan guapo como siempre.
Dan McKay.
Sus ojos negros interceptaron los de la chica y una puñalada dolorosa atravesó a Cassie. Movió la cabeza con violencia para fijarla en el frente de la habitación, sacudida hasta la médula de su ser.
—Se va a la una, a las dos… ¡Vendida!
Cassie saltó cuando el martillo cayó. Luego se sentó. Al principio helada, después temblando. Si alguien le hubiera preguntado antes de ese momento qué quedaba de sus sentimientos por Dan McKay, habría contestado que nada. ¡Nada! Hubiera jurado que no podía provocar ninguna emoción en ella.
Pero se equivocaba. Algo negro y destructivo, algo inesperado e impactante, se movía dentro de ella. La obligó a darse la vuelta para buscar a Dan otra vez.
Caminaba hacia el subastador, sin dejar de mirarla, pero con ojos cautelosos, haciendo imposible que adivinara lo que él pensaba. A Cassie se le secó la boca al observar cómo se aproximaba. Todavía era atractivo y cada línea de su cara fuerte y angulosa, de su cuerpo alto y delgado, le resultaba dolorosamente familiar.
Sin embargo, existían varias diferencias, concedió Cassie con cierta amargura. Las ondas negras, rebeldes de su cabello de hacía nueve años, habían sido recortadas y peinadas, con un estilo que completaba el traje oscuro y la camisa blanca, pero que estaba muy lejos del Dan informal que Cassie conoció. Ese hombre se comportaba con una elegancia suave y sofisticada, epítome de la vida citadina.
Dan también la observaba, esperando quizá una reacción visible a ese encuentro impactante. Cuando ella no demostró nada, permaneciendo sentada en silencio, él sonrió, alzando de forma interrogativa sus cejas negras.
Otro sentimiento la invadió, más agudo y más definitivo, estrujándole el estómago, mientras rechinaba los dientes y apretaba la mandíbula. ¡Odio! ¡Odio puro y abrasivo!
El sentimiento era tan intenso, que debió proyectarlo en sus ojos, pues la sonrisa se borró de inmediato de la cara de Dan y su expresión cambió a una de confusión.
Una ola de rencor ahogó a Cassie por esa falta de sensibilidad varonil. ¿Quién se creía que era, regresando a esa casa, sonriéndole como si todo estuviera olvidado y perdonado? ¡Nada estaba olvidado! ¡Nada estaba perdonado!
Sin duda, su regreso tenía algo que ver con la compra de su pintura. Nada más lo hubiera hecho regresar, pensó la joven con cinismo. Y sin duda se iría de nuevo, al final del remate.
Mientras tanto…
Cassie apretó los dientes y alzó la vista. Él hablaba con el asistente del subastador, contemplándola, sin embargo, con aire impaciente. Un estremecimiento de súbito pánico la sacudió e hizo que su corazón se acelerara. ¡Jason! ¡Oh, Dios, había olvidado a Jason!
Cassie comprendió que debía salir del cuarto y alejarse de ese hombre. Saludarlo y hablar con él, aunque fuera por un instante, eran riesgos que no estaba dispuesta a correr.
Debió irse sin mirar hacia atrás. Debió ponerse de pie y caminar, alejándose. Pero algo, acaso curiosidad femenina, la obligó a lanzar una última ojeada.
Fue un error. Él la observaba, por encima del hombro de un desconocido y cuando sus ojos se encontraron, le sostuvo la mirada con facilidad. Sus ojos. Siempre fueron la perdición de Cassie. Parecían de ébano líquido, profundos, penetrando su escrutinio hasta el alma de la joven, despertando recuerdos largo tiempo enterrados.
Trató de desviar la vista y no pudo.
Estaba paralizada, hipnotizada. Su corazón se agitó con violencia, mientras la mirada de Dan escarbaba más y más hondo y la mente de Cassie retrocedió.
Retrocedió… hasta que se encontró recostada sobre la alfombra del estudio, contemplando con pasión al hombre que amaba. Él estaba parado a su lado, orgulloso, viril, devorándola con los ojos, excitándola, jugando con ella, hasta que ya no lo soportó. Le tendió los brazos y, cuando Dan se hincó, ella lo abrazó, ese cuerpo duro contra el suyo, con un suspiro o acaso un atormentado gemido.
Cassie volvió al presente con la frente mojada por un sudor frío. Apartó las pupilas de las de Dan y se puso de pie de un salto, torpe por la prisa de cumplir un solo propósito: escapar.


CAPITULO 2


Dan la alcanzó en la terraza.
—¿Cassie? —su mano le atrapó la muñeca, obligándola a detenerse.
Unos ojos aterrorizados lo miraron.
—No te piensas ir, ¿verdad? —la observó con sus inescrutables pupilas negras.
Cassie trató de dominarse con desesperación. Tienes veintinueve años, se reprendió. Eres una competente médico veterinaria. Una mujer independiente e inteligente, no la chica ingenua y vulnerable de tu adolescencia.
Aspiró para tranquilizarse y ordenó a sus labios que se distendiera en una débil sonrisa.
—Hola, Dan —le dijo—. Tuve la impresión de que eras tú, allá adentro. Ha pasado mucho tiempo. Estás bien. Lo siento, no puedo quedarme a conversar contigo. Ya estoy retrasada.
La mano varonil permaneció aprisionando la muñeca, impidiéndole huir.
—Entonces, ¿no dejaste la subasta por mi causa? —sus ojos inspeccionaban a Cassie, intentando medir la reacción de la joven a su presencia.
La intensidad de esa mirada perturbó a Cassie, molestándola ¿Quién se creía que era, interrogándola con esa arrogancia, porque se encontraron por casualidad? Él jamás pudo enterarse de que ella iba a asistir al remate.
La risa de la chica cargaba una medida apropiada de desdén.
—Por el amor del cielo, claro que no. ¿Por qué haría eso?
Dan frunció el ceño. Resultaba obvio que la actitud de Cassie lo confundía, aunque ella ignoraba la razón.
—Entonces, ¿podrías dedicarme unos minutos? —le preguntó, todavía frunciendo el ceño—. No te retendré mucho tiempo.
Cassie consultó su reloj.
—Quizá un minuto —su voz encerraba una nota de impaciencia.
—Muy amable —murmuró y la soltó.
La joven se esforzó por no mostrar su alivio. Le era insoportable que la tocara. ¡Insoportable!
—Tendrás que darte prisa, Dan. De verdad, debo irme.
Dan ladeó la cabeza morena hacia un lado, entrecerrando los ojos. Su mirada le recorrió el cuerpo, cubierto por un desteñido pantalón de mezclilla y una blusa de algodón color de rosa. Cuando volvió a observarle la cara, con una expresión pensativa, Cassie deseó haber tenido tiempo de cambiarse de ropa antes de la subasta. Pero se retrasó con esa operación de emergencia y apenas logró pintarse los labios y pasarse un peine por los rubios cabellos, antes de salir de su consultorio.
En ese momento quería, más que nada en el mundo, presentar una imagen tan indiferente y sofisticada como la de Dan. La sensación de que tenía una desventaja física le molestaba tanto como ese escrutinio detallado.
—Sabes, casi no has cambiado —afirmó él con lentitud—. Todavía posees una belleza increíble… sin artificios.
Las mejillas le ardieron con el calor del resentimiento. La mandíbula se le trabó por la ira. Debió imaginar que Dan recurriría a los halagos. ¡El muy sinvergüenza! Y qué tonta era en permitirle afectarla de esa manera, aunque ahora sólo le causara irritación. Pero los dos podían jugar ese partido.
—Tampoco por ti han pasado los años —contraatacó, con una afirmación casual.
—Exageras —su boca se curvó con una sonrisa seca—. Cumpliré cuarenta el año entrante y ya me pesa cada día que pasa.
La joven se sorprendió. No se había dado cuenta de que él fuera un hombre maduro. Hacía nueve años daba la apariencia de estar en los veinte; no representaba su edad real. Pero eso no cambiaba las cosas. De hecho, aumentaban su culpa. Debió ser más responsable y no jugar con la vida de una mujer inexperta.
Ella esperó a que Dan prosiguiera con la charla, pero no lo hizo. Siempre fue un hombre de pocas palabras.
—¿Qué quieres? —le preguntó, impaciente.
Retrocedió un paso y con un gesto de la mano le indicó la puerta principal.
—Si me acompañas al interior de la casa, te lo mostraré.
—¿A qué te refieres con eso de acompañarte al interior? No voy a volver a la subasta. Ya te lo dije: tengo que irme.
—Entendí lo que me dijiste… —su mirada terca descubría que no le había puesto la menor atención al mal humor de su interlocutora—. Iremos a la biblioteca. Es la primera puerta a la derecha.
—¡No podemos hacer eso!
—¿Por qué no?
—Quizá no le guste al dueño.
—Estoy seguro de que no le importará.
—¿Cómo puedes afirmarlo? —lo taladró con sus ojos grises—. ¿Lo conoces?
—Como la palma de mi mano.
Cassie trató de dominar el sentimiento de alarma que la invadía. Había oído que el nuevo dueño de Strath-haven era un rico comerciante de Sydney, que se proponía usar la isla como refugio campestre, como lo hicieron los antiguos propietarios, los van Aark. Si Dan lo consideraba su amigo, igual que los van Aark, quizá se quedaría en la casa algunas veces. Oh, Dios…
—Deja de fruncir la frente, Cassie —le aconsejó—. Echas a perder tu hermosa expresión.
La chica le lanzó una mirada de desprecio.
—Te acompañaré pero, por favor… deja de alabarme. Cubre de piropos a tus víctimas actuales. Conmigo, ya no daría resultado.
Él endureció la expresión ante esa ironía, pero ella no se sintió satisfecha. Qué extraño que no le agradara herirlo, reflexionó. De seguro se lo merecía, como se merecía cualquier cosa que ella le hiciera.
—Ven —gruñó él, tomándola por el codo con firmeza.
Cuando la joven trató de soltarse, por instinto, él suspiró y aflojó la presión de sus dedos. Pero siguió guiándola hacia la puerta y Cassie entró, sin saber cómo negarse. Dan no aceptaría un no como respuesta, eso resultaba evidente. Y también sabía que debía averiguar cuál era la situación… si él se proponía visitar la isla a intervalos regulares.
Un nuevo pensamiento la desconcertó. ¿Acaso Dan trabajaba para el dueño de Strath-haven? Después de todo, los artistas rara vez ganan lo suficiente para vivir.
Fue un error acompañarlo. Cassie menospreció el efecto físico que él todavía tenía sobre su persona. Sus dedos le parecían hilos de seda sobre su carne suave, enviándole estremecimientos tibios por las venas y, cuando se detuvo para abrir la puerta de la biblioteca, la realidad silenciosa de su cercanía se volvió en extremo perturbadora. Todo lo que tenía que hacer era darse la vuelta y se encontraría en sus brazos. Todo lo que tenía que hacer era indicarle que estaba dispuesta y él la envolvería, cerraría la puerta y la besaría.
Sabía que no se equivocaba porque Dan McKay era esa clase de hombre. El tipo que tomaba a una mujer con rudeza, si ella mostraba la menor debilidad, mientras fingía que la consideraba alguien muy especial, para luego descartarla, cuando así le conviniera.
—Esto no tomará mucho tiempo, ¿verdad? —inquirió, retrocediendo un paso. La preocupaba que él se diera cuenta de que el corazón se le había acelerado y que la sensualidad se le despertaba.
Dan abrió la puerta y la fulminó con la mirada. La luz de la habitación le bañó la cara y Cassie se asombró al descubrir que en realidad había envejecido, a pesar de que no parecía de cuarenta años. Mechones de canas se escondían bajo las ondas oscuras de los cabellos y tenía arrugas alrededor de los ojos.
Pero ninguno de esos detalles empequeñecía su atractivo. Si acaso, agregaba una dimensión de sofisticación a su físico, que le faltaba hacía nueve años. O quizá la atraía todavía más, porque ella también había envejecido.
—Si dejas de apartarte de mi lado —le dijo Dan con sequedad—, acabaremos con mayor rapidez.
Cassie alzó la barbilla y pasó frente a él, dejando caer su bolso sobre una silla, antes de darle la cara.
—¿Ya te parece bien la distancia? —se burló él, observándola con atención—. ¿Debo dejar la puerta abierta para que te tranquilices?
Ella no dijo nada, pero los músculos de su estómago se contrajeron cuando Dan cerró la puerta. Un suspiro impaciente reveló la frustración del pintor.
—No te demoraré —le prometió, brusco, recogiendo la pintura que estaba sobre un ancho escritorio—, pero deseaba regalarte esto.
La boca de Cassie se abrió. La confusión y la ira lucharon con un placer irracional.
—Pero, ¿por qué? —barbotó, antes de recobrarse—. Yo… No, gracias. No lo quiero. No me lo llevaré.
—¿Por qué no? —su cara sólo reflejaba una pasividad molesta—. Querías comprarla en la subasta.
Ella tragó con dificultad, para que desapareciera un nudo de pánico que se le formaba en la garganta.
—Eso no significa que aceptaré que tú me lo regales.
—¿Por qué no?
Su persistencia provocó un murmullo agitado en la joven.
—¡Esto es ridículo!
—¿Hay alguien que pueda objetar que aceptes un regalo de otro hombre? ¿Un amante, por ejemplo?
—¡No tengo por qué contestar tus preguntas, Dan McKay!
—No, no tienes por qué hacerlo —aceptó, con desconcertante compostura.
Hubo un corto, desagradable silencio.
—Podría haberme casado para estas fechas y tú no te habrías enterado, ¿sabes? —le lanzó.
—Pero no lo hiciste, ¿verdad?
—¿Cómo lo averiguaste? —exclamó, atónita—. ¿Me has estado espiando?
Vio la sorpresa pintada en la cara del hombre y comprendió que exageraba la nota.
Él se le acercó y le tomó la mano. El estómago de Cassie se encogió cuando los largos y elegantes dedos de Dan le acariciaron la palma.
—No usas anillo —le explicó.
Ella le arrebató la mano, pero no antes de que su respiración se hubiera descontrolado por completo.
—Me lo podría haber quitado —arguyó, sin aliento.
—¿Y así fue? —la observó con sus ojos oscuros.
—No —contestó, alzando la barbilla.
—Por lo tanto, no tienes esposo. ¿Acaso amantes? ¿Alguno en este momento?
Sus ojos azules brillaron de furia ante esa invasión de su vida privada.
—Que yo tenga o deje de tener amantes, no te incumbe.
—Estoy haciendo que me incumba.
A la joven la impactaron las implicaciones de su afirmación.
—¡Dios santo! —exclamó—. ¿De verdad crees que puedes regresar después de todos estos años y reanudar nuestra relación donde la abandonaste?
Los ojos negros no le daban reposo. La devoraban sin decirle nada.
—No pensé en esas suposiciones, Cassie —asentó sin titubear—. Pero cuando te vi allá, queriendo comprar mi pintura, me imaginé que…
—¿Qué? —lo interrumpió de forma salvaje—. ¿Qué la compraría como un recuerdo sentimental de ti? —se rió… un sonido, duro, cínico—. Posees un ego colosal, ¿verdad? Te diré por qué deseaba esa pintura. Sí, como un recuerdo —continuó—. Un recuerdo del error que cometí al amar y confiar en un hombre como tú. Pero ahora ya no la necesito. Te he visto de nuevo, he experimentado en carne propia otro ejemplo de tu asombroso sentido de la oportunidad.
Lo fulminó con la mirada, asqueada.
—Puedo comprender con exactitud lo que sentiste al descubrir que ofrecía dinero por tu obra —seguía furiosa—. Quizá una sorpresa inicial, seguida de una vanidosa satisfacción. Ah, un viejo amor, debiste concluir, pero que no ha olvidado las cosas maravillosas que compartimos. ¡Hasta quiere comprar uno de mis cuadros como recuerdo! ¡Qué buena suerte! Me pregunto qué sucederá si compro la pintura y hago el gesto generoso de regalársela. La obligaré a mostrarse agradecida, quizá muy agradecida…
Cassie se detuvo y dejó que una máscara de piedra cubriera sus facciones alteradas.
—¿No ocurrió así, Dan? ¿Me equivoqué en algún detalle?
Él la contemplaba con una expresión de horror y, por un momento, Cassie consideró que en realidad se había equivocado.
—No puedes estar más errada, Cassie —le dijo, moviendo la cabeza—. Nunca intenté herirte, ni entonces… ni ahora.
Su voz profunda reverberó con una aparente sinceridad, a tal grado que Cassie por poco titubea. Pero se contuvo. Quien hablaba era Dan McKay, se recordó con frialdad. Artista dotado, amante, embustero y adúltero.
—¿Herirme? —se apartó el cabello hacia un lado, altanera—. Que esa idea no te quite el sueño. Te he olvidado por completo, créeme.
Él frunció el ceño, pero no replicó. Cassie odió ese silencio. Recordó que cuando posaba para él, transcurrían horas sin que musitara una palabra. Ella en cambio no cesaba de parlotear, contándole todo acerca de su vida, aunque el pintor jamás la imitara. No fue sino hasta que la abandonó que supo la razón.
—¿Qué haces aquí, de cualquier forma? —inquirió—. Riversbend queda muy lejos de las brillantes luces de Sydney.
Cuando sus palabras petulantes atrajeron otra de las miradas observadoras de Dan, Cassie se arrepintió de haberlas pronunciado. Esperaba que no pensara que estaba interesada en él, a pesar de su violento discurso.
—Un cambio es tan benéfico como un descanso —le dijo, críptico.
—¿Ah, sí? —un estremecimiento de aprensión le recorrió la espalda.
—Necesitaba nuevos aires —caminó hasta la amplia ventana para contemplar el río, a sus pies—. Siempre amé este lugar. Cuando descubrí que estaba en venta…
El corazón de Cassie se detuvo. ¿Acaso sugería que…?
Dan se volvió con lentitud, mientras la joven abría mucho los ojos.
—Decidí comprarlo. Sí, Cassie, soy el dueño de Strath-haven.



CAPITULO 3


A Cassie se le doblaron las rodillas.
—Seré tu vecino —agregó el pintor, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón—. Es decir… si todavía vives en la granja, al otro lado del río.
Ella no supo qué contestar. El sentimiento de desastre que la invadía la agobiaba. Hizo un esfuerzo por mantenerse en pie.
—Me parece intuir que la noticia no te agrada —agregó Dan con sequedad.
—¿De… verdad eres dueño de Strath-haven? —tartamudeó la joven.
—¿Lo dudas?
—¿Cómo lo lograste…? —barbotó—. Quiero decir…
—He ganado mucho dinero a través de los años —le informó con una mirada dura.
—Pero… pero tú eres artista. Me dijeron que el nuevo propietario se dedica al comercio.
—¿No puedo hacer ambas cosas? —su rostro se suavizó por un momento—. Escucha, Cassie, no soy artista profesional. La pintura es un entretenimiento… un pasatiempo.
Esa admisión borró cualquier recuerdo sobre Jason, por el momento. Todo lo que Cassie pensaba era cuán poco conocía a Dan cuando vivieron esa relación amorosa, cuan poco le había confiado. Le dolió de un modo terrible evocar su tonta imprevisión.
—Por favor, perdona mi estupidez —le pidió con desdén—. Un pasatiempo… ¡qué apropiado! ¿Tus modelos formaban parte de ese pasatiempo?
—Sabes que eso no es cierto —replicó él, con un suspiro de frustración—. Y nunca te dije que me ganara la vida como pintor.
—Nunca me dijiste nada, Dan —lo acusó.
El silencio descendió sobre ellos. Se estudiaron varios segundos, Cassie con amargo resentimiento, Dan con una preocupación evidente.
—¿Por qué te muestras tan hostil, Cassie? Después de todos estos años…
—¿Hostil, Dan? Te equivocas. Sólo expreso algunas de las cosas que jamás tuve oportunidad de decir. Te fuiste con bastante precipitación —sus ojos lo observaban, helados—. Pero esa agua ya pasó el puente hace mucho, ¿verdad? Ahora nos interesa más el presente. Supongo que no vivirás aquí de forma permanente. Esto será un refugio para los fines de semana o algo parecido, ¿no?
Desde ese momento estaba ideando un plan para protegerse, lo mismo que a su hijo. Su madre y Roger se casarían pronto. Podían quedarse con la casa al lado del río. Ella se mudaría a la casa de Roger en la ciudad, o quizá a otra ciudad.
—Viajaré a Sydney con frecuencia —admitió él con lentitud—, pero pasaré aquí el mayor tiempo posible. Eso me proponía…
La mente de Cassie se centró en ese "proponía". Se pescó del ancla con ambas manos.
—¿Cambiaste de idea?
—Eso depende…
—¿De qué?
—De muchas circunstancias —encogió los hombros y le lanzó una mirada extraña, un poco retadora—. Mientras tanto… ¿no crees que por lo menos podríamos ser amigos? Después de todo, ya somos vecinos. ¿Por qué no regresas cuando se termine la subasta? Cena conmigo esta noche. Me podrías aconsejar qué comprar para arreglar mi casa. Conservé algunos muebles esenciales, pero el resto necesita un toque femenino.
Cassie lo contempló atónita.
—¿No te das por vencido con facilidad, eh?
—No.
—No puedo —respondió, cortante—. Lo siento.
—¿No puedes, o no quieres?
—Ambos.
—¿Por qué no?
La mente de Cassie giraba, confundida. ¿Por qué no? Cielos, si Dan supiera…
Pero lo sabría, si pensaba vivir allí, concluyó frenética. Aun si ella se mudaba, algún día alguien diría algo sobre Jason. Y Dan iría a buscarlo. El miedo la volvió agresiva.
—Me imagino que tu esposa es una buena razón para que no me presente en tu casa, ¿no crees?
El golpe lo sorprendió, pero se recobró con rapidez.
—Ya veo… Así que lo descubriste.
—Los van Aark se mostraron muy complacidos al informármelo.
—¿Y qué te dijeron? —preguntó, molesto, caminando hacia ella—. Por el amor de Dios, Cassie, ni siquiera conocían toda la verdad —le puso las manos sobre los hombros—. No eran mis amigos, sólo personas que frecuentaban mis círculos sociales. ¡Cielos! ¿Supones que confiaba mi vida personal a gente como ellos?
Cassie era consciente, de un modo agudo, de los dedos que se hundían en sus hombros. Su respiración se aceleró y entrecortó. Se ruborizó.
—¡Suéltame! —jadeó, llena de pánico.
—¡No! —exclamó él—. Hasta que hayas escuchado la verdad. Me había separado de mi mujer cuando vine a quedarme en la isla, íbamos a divorciarnos. No planeaba enamorarme de ti, maldita sea. Pero eras tan hermosa… tan endemoniadamente hermosa… Me convencí de que me conformaría con pintarte, con estar cerca de ti, con escucharte predecir un futuro dulce y rosa. ¡Qué imbécil fui en no comprender que terminaría haciéndote el amor! Pero te amé, Cassie, y en aquel entonces quería casarme contigo. ¡Tienes que creerlo!
¿Creerlo? ¿Esperaba que le creyera? Creer en Dan fue su error más grande.
Se zafó de sus manos con un movimiento violento.
—Ahórrate el aliento, Dan —le aconsejó, de modo salvaje—. No lo pierdas en mí.
Él luchó por sofocar la ira que lo sacudía ante ese rechazo.
—¿Te topaste con un obstáculo, Dan? —se burló la joven—. ¿Se desbarataron tus planes?
—Cassie, comprendo que debió parecerte mal —una nueva decisión se marcaba en la cara del artista—. De verdad lo comprendo. Entiendo lo herida que te sentiste, pero debes escucharme. Mi esposa tuvo un accidente… un terrible accidente. Ella…
—Supe lo del accidente —lo interrumpió, grosera—. Los van Aark me lo dijeron también. Pero tú no, Dan, cuando me mandaste esa carta, ¿amistosa?, ¿cordial?, no mencionaste el accidente. Ni siquiera a tu esposa. ¿Debo recordarte lo que escribiste?
El hombre cerró la boca y la apretó, con un gesto de frustración.
—"Querida Cassie" —continuó ella, con un tono amargo—, "odio que nos comuniquemos de esta manera. Me gustaría más verte. Explicarte. Pero considero que es preferible que me aleje. Eres tan joven. Me olvidarás con el tiempo. Y espero que también me perdones. Quiero que prosigas con tu vida, mi amada niña. Conviértete en veterinaria; algún día, en una maravillosa esposa para un hombre, en una maravillosa madre para un niño. Siempre te amaré. Dan".
Lo apuñaló con los ojos al terminar, levantando la cabeza, luchando por controlar las lágrimas.
—¿La… aprendiste de… de memoria? —inquirió, azorado.
Cassie le dio la espalda, para evitar que fuera testigo de su tristeza. Lo escuchó aproximarse, sintió su cálido aliento en el cuello y el corazón se le detuvo cuando él la tomó con suavidad por los hombros.
—Oh, Cassie, Cassie —murmuró entre sus cabellos rubios—. No te dije nada sobre mi esposa en la carta porque creí que te lastimaría más. Ella me necesitaba de un modo que no me siento capaz de definir. Me resulta demasiado complejo.
—Pero yo también te necesitaba, Dan —se ahogó Cassie, olvidando todo, excepto la forma en que la abrazaba contra su pecho… olvidando todo… lo… que la… rodeaba.
—Ya lo sé… ya lo sé —la abrazaba con fuerza, con los labios contra su oído—. Pero tú eras joven y tenaz, mi amor. Tú podías sobrevivir… yo no tenía otra opción entonces. Sin embargo, ahora he regresado. ¿No lo entiendes? Regresé…
La volvió hacia él con lentitud y le alzó la barbilla. Ella dejó de respirar cuando sus labios descendieron…
El beso fue suave, tierno… dulce. Le recorría la mandíbula con el pulgar y luego su dedo descendió por el cuello de la joven.
Despacio, con sutileza, la boca de Dan se volvió más insistente y su lengua acarició los labios hipnotizados de Cassie. Los abrió un poco, permitiéndole entrar, luego más y más. El fuego encendió sus venas y, antes que lo comprendiera con plenitud, Cassie respondió al beso, con todo el fervor de la pasión que había enterrado durante nueve años de soledad. Ese era el hombre que un día amó. Ese era el hombre que…
—¡Dios mío!
Se alejó de sus brazos, azorada, temblando.
—¡Dios mío! —repitió, con el pecho agitado y los ojos húmedos de lágrimas.
—Cassie, yo…—trató de tocarla.
—¡No! —sollozó—. ¡No me toques! No digas una palabra.
La obedeció, aunque parecía muy perturbado.
¿Y por qué no había de estarlo?, pensó Cassie con furia amarga, tratando de dominar sus sentimientos. Por un momento debió calcular que se había sacado la lotería. Acababa de volver a Riversbend y, después de contarle una serie de cuentos, se conseguía una compañera ansiosa para la cama.
Los detalles le taladraron el cerebro. Se topó con ella en el remate de pura casualidad. Desde luego, no volvió por ella. Ni siquiera sabía, hasta que le vio la mano, que no estaba casada. En nueve años, bien podía haberse mudado a otra parte. ¡O haber muerto! Y en cuanto a esa excusa patética de que su esposa no hubiera podido sobrevivir…
¡Oh, Dios, su esposa! ¿Y sus hijos? ¿Procreó hijos en su matrimonio? Odiaba hasta esa posibilidad, pero debía averiguarlo.
—¿Qué pasará con tu esposa? ¿Con tus hijos? —preguntó con el corazón desbocado.
—No tengo hijos —replicó, brusco.
—¿Y tu esposa? —Cassie tragó saliva—. ¿Dónde está? ¿Vivirá aquí, contigo?
—No.
—¿Otra de tus convenientes separaciones?
—No.
—Entonces, ¿qué?
—Mi esposa… murió —le confesó, con expresión seria.
Cassie se conmovió, tanto por la noticia, como por la compasión que Dan le inspiró. Parecía… desolado.
—¿Cuándo? —carraspeó.
—Hace poco más de un año.
—Un año —cualquier trazó de compasión se borró al repetir la fecha con sequedad. Doce meses completos. Cincuenta y dos semanas. Trescientos sesenta y cinco días. Tiempo más que suficiente para buscarla… si en verdad le importaba. Fue el último clavo que sellaba el ataúd—. Ya veo —afirmó, sin modulación en la voz.
—No, no ves nada —gruñó Dan—. Todo lo interpretas de forma equivocada. No crees que todavía te amo.
—No —asentó con cruel honestidad—. No lo creo.
—¡Maldición! —Dan se pasó las manos por los cabellos, descomponiendo el conjunto de refinada elegancia. Las ondas despeinadas le recordaron al Dan que conoció por vez primera… un artista desordenado, que trataba de abrirse paso en su profesión. O por lo menos eso concluyó entonces.
Pero todo fue una comedia, un juego, una fantasía.
Cassie le dio la espalda. No deseaba que le recordara el pasado. Ya no era tan tonta como en su juventud y no tenía intención de cometer los mismos errores.
De repente se acordó y consultó su reloj. Pasaban de las cinco… Si no se presentaba en su casa pronto, su madre iría a buscarla.
—Debo irme —anunció con brusquedad, caminando hacia la puerta.
Dan llegó antes que ella; la abrió, pero le impidió el paso.
—No. Aclaremos los puntos, Cassie. Demasiados detalles han quedado sin airearse.
—Llegas tarde, Dan —lo miró con pupilas duras—. Quítate de mi camino.
Él la contempló con rabia y luego se hizo a un lado.
—No permitiré que esto quede así, Cassie —le advirtió, cuando la joven pasó a su lado—. Ya lo sabes.
Ella se detuvo y le lanzó una mirada helada por encima de su hombro.
—Y tú debes saber que soy una mujer adulta, Dan. Tomo decisiones propias. Nadie, y tú menos que nadie, me obliga a hacer lo que no quiero.
Apretó la mandíbula, dispuesta a actuar como hablaba. No huiría. No se mudaría. Si Dan descubría lo de Jason, ya se las arreglaría. Quizá no se daría cuenta en siglos de que el niño existía y, para entonces, acaso ya ni siquiera viviera en Strath-haven.
—Te has vuelto dura, Cassie —observó Dan, con una expresión acusadora.
—No, Dan, sólo astuta… para tratar a hombres como tú.
—No soy como tú crees.
—Adiós, Dan —replicó con una sonrisa fría—. Vive aquí, si quieres, pero no cruces el puente. No trates de verme.
—¿Y si lo hago?
Continuó su camino, alejándose de esa amenaza velada, de sus reacciones traicioneras. No debió permitir que la besara. ¡Nunca! Pero, oh… el placer que sus labios evocaban, el deseo que sus caricias despertaban…
Se cubrió la boca con una mano para sofocar un gemido de desconsuelo y continuó por el vestíbulo, pasando frente a la sala de remates para luego salir al sol y detenerse en seco.
Su madre cruzaba el puente colgante y corriendo colina arriba, a toda la velocidad de sus piernas, con el cabello al viento, iba Jason.
Un ruido hizo que Cassie se volviera, sobresaltada. Dan le tendía su bolso.
—Lo olvidaste —le dijo, entregándoselo, pero ella no lo recibió.
Confundida, sin saber dónde ocultarse, permaneció inmóvil.
—¡Mamá! ¡Mamá! —la llamó su hijo, subiendo por la escalera para abrazarla.


CAPITULO 4


Cassie oyó que Dan hacía una aspiración brusca y cuando avanzó para estar a su lado, comprobó su expresión de asombro total.
Sus ojos revisaron a su hijo, estudiando a la figurilla que corría por la terraza. Jason no era demasiado alto para su edad, y tuvo la esperanza de que Dan no descubriera la verdad.
Pero esa esperanza le duró poco. Sólo tenía que mirar al niño para saber que no engañaría al pintor por mucho tiempo. Quizá él no se consideraba un profesional en ese campo, pero poseía el agudo sentido de observación del artista; aunque el cabello de Jason era castaño y lacio, a diferencia de las ondas espesas de Dan, los oscuros ojos infantiles lo delatarían. Negros, profundos, inquisidores, eran el vivo reflejo de los de su padre.
Jason se detuvo frente a ella.
—Ganamos, má. ¡Ganamos! ¿No te parece estupendo? Y adivina qué… la semana entrante me probarán como portero del equipo.
Ella no se atrevía ni a mirar en dirección de Dan, pero podía sentir la tensión eléctrica que emanaba de su cuerpo.
—Te felicito, cariño —le dijo y abrazó al niño. Maldito seas, Dan McKay, agregó para sus adentros, desafiante.
—¡Eh, má! ¿Viste el helicóptero allá? ¿No te parece estupendo? ¡Me encantaría volar en él!
Cassie se impacientó por el parloteó de su hijo. Lo único que deseaba era irse. La situación la atormentaba. Temía que Dan le hiciera una escena por cualquier causa.
—Jason, no creo…
—Eso se podría arreglar —la interrumpió Dan, seco—, puesto que es mi helicóptero y lo uso cuando quiero.
Cassie se volvió para verlo.
—¿Tuyo? —todavía le costaba trabajo aceptar la inesperada riqueza de Dan.
—Mío —la penetró con una mirada pétrea, antes de dirigir su atención a Jason.
—¡Oh, cielos! ¿Oíste eso mamá?
La joven apenas asintió.
Jason contempló a su madre y luego a Dan.
—¿Es amigo de mi mamá, señor?
—Lo fui… hace mucho tiempo —respondió, torciendo las comisuras de la boca.
—¿Y de verdad es dueño del helicóptero?
Dan le lanzó una mirada cáustica a Cassie.
—Parece que a las personas les cuesta trabajo creer lo que digo. Sí, Jason, es mío.
—¡Chispas! ¿Puede llevarme a pasear? ¿Ahora?
—Si quieres.
—Jason, no…
—¡Un paseo en helicóptero! —gritó Jason, sin ni siquiera oír la objeción de su madre. Con la carita radiante, contempló el aparato—. ¡Cielos! Esperen a que la abuela sepa esto.
Cassie gimió.
El sonido provocó un gesto de confusión en el niño.
—¿Te sientes bien, má? Pareces enferma, o algo.
—Yo… me duele la cabeza. Mucho me temo que debes rechazar la invitación del señor McKay y dejarla para otro día.
—Ah, no…
Dan se hincó para estar al mismo nivel que Jason.
—No te preocupes —lo tranquilizó, amable—. Ya habrá otras oportunidades. A propósito, ¿qué edad tienes, Jason?
El corazón de Cassie se detuvo.
—Ocho años —anunció el niño con orgullo y luego añadió—: Cumpliré nueve en noviembre.
—¿Nueve, eh? —Dan alzó la vista para fulminar a Cassie—. En noviembre, nada menos…
Cassie debió hacer un esfuerzo sobrehumano para corresponder a esa mirada, con soberbia.
¡Así que lo había descubierto! Resultaba inevitable. Pero, ¿cómo reaccionaria? Cassie se sentía tan incómoda ante la serie de posibilidades, que en verdad empezó a dolerle la cabeza.
Dan se enderezó, justo en el momento en que la madre de Cassie subía por los empinados escalones.
—¡Qué caminata, señor! Jason, no deberías correr de esa manera.
La llegada de la señora Palmer no contribuyó a aliviar la desesperación de la joven. Su madre no reconocería a Dan, pues en realidad nunca se conocieron, más que de nombre. Cassie esperaba y rezaba porque pudiera escapar sin tener que presentarlos pero, conociendo a su madre, eso era poco probable.
Joan Palmer todavía era una mujer atractiva, a los cincuenta y cinco, con cabello cano cortado a la última moda y cuerpo bien conservado. La gente decía que Cassie se parecía a su madre como una gota de agua a otra, pero en tanto que la joven era independiente y moderna, su progenitora consideraba que el sexo femenino fue creado con el único propósito de contraer matrimonio. No perdía ocasión para conocer a un hombre guapo, en especial si se trataba de alguien que podía empujar en dirección de su hija.
El comportamiento antisocial de Cassie fue la causa de varias discusiones acaloradas en el transcurso de los años, aunque la joven hubiera podido argüir que le tomó casi nueve años a su madre recobrarse de la muerte de su esposo. Roger Nolan, el jefe de Cassie, había deseado casarse con la atractiva viuda desde hacía siglos, pero Joan sólo accedió en fecha reciente. Y la boda tendría lugar en dos semanas.
Joan al fin se dio cuenta de que observaba con fijeza a Dan y centró la atención en su hija.
—¿Y bien, linda? ¿Conseguiste algo en la subasta?
—Creo que no, mamá. Todo estaba demasiado caro.
—Adivina qué, abue —intervino Jason—. Este señor es un viejo amigo de má y tiene un helicóptero; y me llevará a pasear uno de estos días, ¿no es cierto, señor?
—Te lo garantizo.
—¿Ves? El…
—No hables tanto, Jason —Joan sonrió, disculpándose con Dan—. Es usted muy amable, señor… pues… Cassie, ¿no nos vas a presentar?
Cassie se preparó para la prueba. No le sería fácil presentarle a su madre al hombre que embarazó a su hija soltera. Y Joan reconocería el nombre de inmediato. La joven soltó un suspiro de resignación.
—Mamá, te presento al nuevo dueño de Strath-haven, el señor McKay… el señor Dan McKay…
—Encantada de conocerlo, señor Mc… Oh… —la sonrisa de bienvenida se le borró de la cara y bajó la mano que le tendía—. Oh, cielos…
Siguió un momento terrible, que el niño acortó con su inocencia.
—Encantado de conocerlo, señor McKay —alargó la mano con la celeridad de una pelota de cricket.
—Puedes llamarme Dan, Jason.
Cassie se puso tensa. Le parecía un trato demasiado cariñoso, un trato entre padre e hijo.
—No creo que Jason deba tener esas familiaridades con…
—Yo se lo permito —la atajó él, con firmeza—. Así lo prefiero.
—¿De verdad te quedarás a vivir aquí, Dan? —preguntó Jason, con los ojos negros brillando con alegría sincera.
—Desde luego que sí.
—¡Estupendo! ¿Puedo visitarte algunas veces? No te molestaré. Te lo juro.
—Cuando quieras… hijo.
La palabra se encajó como un puñal en Cassie. Miró a Dan suplicándole en silencio: por favor, no se lo digas, por favor…
El artista le devolvió la mirada con una frialdad que la estremeció de la cabeza a los pies.
—¿Oíste eso, má?
—Sí, Jason, lo oí —murmuró Cassie—. Ahora, debemos irnos, encantada de verte de nuevo, Dan —agregó con sequedad y le quitó el bolso de la mano—. ¿Vienes, mamá?
Joan parecía haber sido sacudida por un rayo.
—Oh… sí… desde luego… Adiós, señor… pues… Adiós.
Cassie tomó a su madre por el brazo y la ayudó a bajar por la escalera, sin volverse ni una sola vez. Jason, como era su costumbre, se les adelantó, gritando:
—¡Viva! ¡Maravilloso! —con voz excitada.
Cassie se controló a duras penas al caminar.
No resultó fácil. Estaba tentada a regresar, a correr y rogarle a Dan que no echara a perder lo que ella construyó para su hijo durante nueve años. No tenía derecho, ningún derecho, a arruinar su vida como lo hizo antes. No lo necesitaba. Jason no lo necesitaba. Su hijo jamás sufrió por no tener padre. Y ahora ganaría muy poco si adquiría uno. En particular si ese padre no estaba casado con su madre. ¡Y la comunidad de Riversbend se pararía de cabeza!
—Cassie…
—¿Qué? —respondió con furia, pues sus pensamientos la sacaban de quicio—. Lo siento, mamá —agregó, con rapidez—. Estoy bastante molesta.
—No te culpo, mi amor. Debió causarte una sorpresa terrible ver a Dan McKay de nuevo y descubrir que había comprado Strath-haven. Y luego Jason los interrumpió de ese modo tan inesperado…
Cassie suspiró. Estaban a punto de cruzar el puente colgante. Jason, a medio camino, saltaba de un lado para otro, gozando del movimiento que causaba. Pero su madre no compartía esa alegría.
—¡Jason! ¡Por el amor de Dios, quédate quieto y sigue adelante! ¿O quieres que tu abuela y yo terminemos nadando en el río?
Jason alzó la vista, sin mostrarse muy arrepentido.
—Lo siento, má —gritó y corrió, lo cual no estabilizó al puente, que se balanceaba y mecía bajo los pies de las mujeres.
—¡Ese niño! —se quejó Cassie.
—Quizá necesite la mano firme de un hombre —comentó su madre con suavidad.
—¿Qué quieres decir con eso? —inquirió Cassie, cortante.
Su madre le lanzó una de esas miradas inocentes de "yo no mato ni a una mosca".
—Nada… nada.
—Oh, sí, quieres decirme algo. Piensas que porque Dan es guapo y rico, debo convencerlo de que se case conmigo, ¿no?
—Pues, no concuerda con la imagen mental que yo tenía de él a través de los años —replicó Joan, encogiendo los hombros—. Pensaba que era un vago, con el cabello despeinado, barba crecida y sin un centavo a su nombre. Admitámoslo, Cassie, el Dan McKay que conocí esta tarde tiene mucho a su favor.
—¡Oh, mamá! Dan ha logrado el éxito y se viste con elegancia. ¿Y qué? Se trata de un brillo superficial. No dejes que te seduzca. Y concédeme cierto orgullo. Tú sabes cuánto me hirió.
—Sí, Cassie, lo sé, pero sucedió hace mucho tiempo, mi amor. La gente comete errores y la vida sigue adelante. Quizá tú… —se detuvo de pronto, confundida. El puente tembló—. Oh, querida… me acabo de dar cuenta… yo… olvidé que estaba casado.
—Su mujer murió hace unos meses —le anunció Cassie, sin diplomacia—. Y eso tampoco cambia las cosas. Y, antes que me lo preguntes… no, no tiene más hijos.
—¡Abue! ¡Má! ¡Vengan!
—Ya vamos, Jason —le gritó Cassie, mientras continuaban caminando en un silencio pesado.
—¿Qué crees que haga respecto a Jason? —inquirió Joan al fin—. Quiero decir… me parece que ya adivinó… ¿Y quién no lo haría? ¿Por qué nunca me dijiste que sus ojos eran idénticos? Y yo que suponía que los había heredado del viejo tío Bart.
—¿Tienes que seguir hablando de este tema, mamá? —preguntó Cassie, impaciente—. Me gustaría olvidarlo.
—Te costará un poco de trabajo olvidarte de ese hombre si va a vivir a unos pasos de ti.
—No estamos en la ciudad —arguyó Cassie, acalorada—. Nuestras casas no quedan pared con pared. Nos separan un par de kilómetros.
—No seas ridícula, Cassie. Sabes muy bien que él nunca te olvidará. Ni a Jason. Vi la manera como observaba al niño. Ese hombre está hambriento. Hambriento de amor…
Cassie sintió una punzada en la boca del estómago. Hay muchas clases de hambre, le quiso aclarar a su madre. Y estaba segura de que el amor no entraba en los planes de Dan. Deseo sería un calificativo más aproximado.
—Lo dejaré ver a Jason de vez en cuando, pero deberá asegurarme de que no le dirá a propios y extraños que es el padre de mi hijo —asentó, indignada.
—¿Y quién se lo impedirá? —indagó su madre, con un risa seca—. Algo me dice que Dan McKay no es un hombre fácil de dominar. Una vez que decide algo…
Las palabras de Joan recordaron a Cassie las que Dan pronunciara en la puerta de la biblioteca… "No permitiré que esto quede así, Cassie".
¡Y eso fue antes de que averiguara que tenía un hijo! La situación se volvió insoportable para Cassie.
—Ten, mamá —dijo, entregando unas llaves a su madre apenas llegaron al otro lado del río—. Toma el jeep y ve a la casa con Jason. Yo iré a ver a los caballos antes que oscurezca.
—¡Tú y los caballos!
—No tardaré mucho —le prometió Cassie, siguiendo la marcha a lo largo del río.
Escuchó a su madre murmurar algo sobre morirse de hambre, pero siguió caminando. En realidad, los caballos no necesitaban de sus cuidados. Les había dado de comer y beber esa mañana, pero necesitaba urgentemente unos minutos de tranquilidad, lejos de la curiosidad de su madre, lejos de la charla vivaz de su hijo. Y también necesitaba tiempo: tiempo para que sus nervios excitados se aplacaran, tiempo para reflexionar.
Los caballos pararon las orejas cuando se acercó, pero sólo Rosie relinchó y trotó hasta la cerca para que la acariciara. El cariño incondicional de la yegua conmovió el corazón de Cassie. ¡Si las personas fueran como ese animal!
Rosie tenía dieciocho años, parecía estéril y estaba en condiciones deplorables cuando la salvó del cuchillo del carnicero. Las personas que la veían ahora, no podían creer que se trataba de la misma yegua enferma de hacía unos meses. No sólo resplandecía de salud, sino que esperaba un crío.
—Hola, vieja —le dijo Cassie, recorriendo con sus ojos expertos el lomo del animal. No había señales delatoras cerca de la cola—. Hoy no nacerá tu potrillo. Te felicito. Debes mantenerlo dentro de ti un mes más, Rosie, así que concéntrate en esa tarea.
Rosie asintió con la cabeza, como si estuviera de acuerdo.
Cassie suspiró y pasó un brazo por el cuello de la yegua.
—El hombre que me dio a mi hijo ha vuelto, Rosie. Tú no conoces a Dan. Fue antes que vinieras a vivir aquí. Pero yo ya no lo amo. De hecho, ¡lo odio! Sin embargo, ese es otro problema. Verás…
Se inclinó sobre la cerca y apretó su mejilla contra la crin tibia de la yegua.
—Tengo que confesarte algo terrible —le susurró, con voz ronca—. Me detesto por esto, pero… la verdad es que… cuando Dan me besó en la biblioteca, no deseaba que se apartara. Después de todo este tiempo… sentí lo mismo. ¿Cómo puede ser eso? ¿Cómo puede ser cuando lo detesto?
Como si comprendiera la inquietud de Cassie, Rosie lamió la mano de su dueña. Yo estoy contigo, parecía decirle con ese gesto, no estás sola. Todo saldrá bien.
Cassie suspiró y se enderezó. Acarició a la yegua como despedida y se dirigió hacia su casa.
A medio camino, Cassie se detuvo y vio por encima de su hombro. Una figura solitaria se apoyaba en el barandal de la terraza de Strath-haven y, aunque no era reconocible en la distancia y a la luz del atardecer, Cassie supo que se trataba de Dan.
Un estremecimiento le recorrió la espina dorsal. La observaba. La observaba y planeaba su próxima jugada.
Pues, a pesar de que le advirtió que no lo hiciera, la joven adivinó que él cruzaría el río. Iría a su casa, si no por ella, por su hijo. Lo juzgó tan inevitable como el ocaso del sol al anochecer y su despuntar por la mañana.
La única pregunta era… ¿cuándo?


CAPITULO 5



Roger se apartó de la ventana de la sala, con una copa de oporto en la mano.
—He oído que tu nuevo vecino es un hombre de vello en pecho —le comentó a Cassie.
Levantó la vista para mirar a los ojos de su jefe. Aunque pasaba de los sesenta, Roger todavía conservaba su energía, junto con su cabello cano, un bigote bien recortado y una insaciable curiosidad respecto al comportamiento humano.
A pesar de esta última faceta de su carácter, Roger ignoraba las circunstancias en que Jason fue concebido. Sin duda se imaginaba como toda la comunidad de Riversbend, que un chico del pueblo era el responsable. Las únicas personas que podrían descubrir la identidad del seductor fueron los van Aark, pero Cassie dudaba que se hubieran enterado de la existencia de Jason después de su partida.
—Yo lo conozco —afirmó, levantándose para recoger los platos sucios, después de una prolongada comida dominical—. Lo conocí hace años.
—¿De veras? —los claros ojos de Roger mostraron su asombre y su interés—. Cuéntamelo.
—No hay mucho que contar —encogió los hombros y prosiguió limpiando la mesa—. Visitaba Strath-haven y me encontré con él un día que le llevaba unos huevos a la señora Rambler. ¿Te acuerdas que solía cocinar algunas veces para los van Aark?
—Ajá… —Roger se volvió para contemplar el paisaje por la ventana de nuevo—. Se apellida McKay, ¿no?
—Sí, así es.
—Un hombre de negocios importante, de Sydney.
—Eso parece.
—Soltero, por lo que he averiguado —Roger la vio, con una sonrisa traviesa.
—Espera, Roger… —lo previno Cassie, con una mirada hostil.
Él alzó las manos, fingiendo defenderse, dejando caer unas gotas de su oporto.
—¡Diablos! Joan, mi amor, yo…
Joan pasó con rapidez una servilleta sobre la alfombra rosa.
—¡Estos hombres! —suspiró, pero con indulgencia.
Cuando se puso de pie, Roger la abrazó y la besó.
—Pero, ¿cómo se las arreglarían sin nosotros?
Cassie prefería no presenciar esa muestra de afecto y una sensación desagradable le apretó el estómago.
—¡Má! ¡Má! —Jason apareció en el quicio de la puerta, con la cara brillante de excitación—. Hay un coche rojo que viene para acá. Creo que Dan lo conduce…
—¿Dan? —indagó Roger, confuso—. ¿Quién es Dan?
Cassie hizo lo posible por ignorar los latidos sofocantes de su corazón.
—Se refiere a Dan McKay, el hombre de quien hablábamos.
—¿Y Jason lo llama por su nombre de pila? —inquirió Roger, frunciendo el ceño.
Cassie suspiró y ordenó a su hijo:
—Sal y dile que iré a saludarlo en un momento.
El niño la obedeció como un bólido.
—Dan y yo charlábamos en la subasta la otra tarde, cuando mamá y Jason se nos acercaron —le explicó Cassie a su jefe—. A Dan le simpatizó Jason y le pidió que lo llamara por su nombre de pila. Eso es todo.
—Mmm…
A Cassie le desagradó el modo en que Roger la veía. Era demasiado curioso. Y suspicaz.
—Averiguaré qué quiere —afirmó la joven, con una sonrisa fascinante—. Tú quédate aquí con mamá y termina tu oporto.
Se apresuró a salir del cuarto, antes que prosiguieran las preguntas embarazosas.
Pero no se apresuró a ir a saludar a Dan. Una vez fuera del campo de visión de Roger, sus piernas se detuvieron y todo su cuerpo tembló de nervios. Se apoyó contra la pared del vestíbulo y aspiró varias veces. No sirvió de mucho. Todavía seguía desconcertada. Aunque siempre supo que Dan se presentaría en la casa… con el tiempo.
Con sobresalto se dio cuenta de que había enviado a su hijo a que recibiera a su padre a solas. Dan podía estarle diciendo cualquier cosa en ese momento.
Tal suposición la obligó a actuar, corrió por el vestíbulo, salió a la terraza, bajó por la escalera y aterrizó en los brazos de Dan.
—Vaya, vaya —se mofó, ayudándola a recobrar el equilibrio—. ¡Qué agradable cambio! No esperaba que estuvieras tan ansiosa de verme.
Por un largo segundo, Cassie se quedó alelada. Contempló las manos que la sostenían por el antebrazo y luego la cara atractiva y seria de Dan. Con una inevitabilidad que ella juzgó humillante, su cuerpo empezó a responder a la cercanía del hombre, a su contacto. El calor surgió a la superficie de su piel, mientras esa semilla de deseo, reprimida por tanto tiempo, se agitaba de nuevo con la fuerza de la vida.
Cuán fácil hubiera resultado ceder. Cuán fácil… Todo lo que tenía que hacer era apoyarse en la dura superficie del pecho varonil y levantar la boca hacia él.
En lugar de ello se zafó de sus manos, más molesta con ella misma que con Dan. Pero su lengua no parecía distinguir la diferencia.
—¡No te engañes! —lo advirtió, irritada—. Eres el último hombre sobre la tierra que deseo ver.
—¿Así que no te arreglaste para mí? —bromeó, indicando el vestido de la chica.
Cassie miró el traje tejido que se puso para ir a la iglesia. Era el único día de la semana en que descartaba los pantalones de mezclilla.
—Sabes muy bien que no te esperaba —se indignó, mientras sus dedos temblorosos se arreglaban el cuello. Por desgracia, sólo hizo resaltar la curva llena de sus senos, que en ese momento sentía demasiado hinchados y le causaban vergüenza.
—¿Ah, no? —inquirió él, al tiempo que sus ojos seguían los movimientos torpes de la joven.
—¡Claro que no! —sus mejillas le ardían—. Tenemos visita.
—¿A quién? —entrecerró sus ojos negros.
—A mi jefe —le informó, sin agregar que muy pronto se convertiría en su padrastro—. Vino a comer con nosotros.
—Deben de gozar de una relación muy íntima en el trabajo para que lo invites a comer el fin de semana…
Cassie notó que un tono malicioso subrayaba esas palabras. Movió la cabeza con altanería y respondió:
—Roger viene a comer todos los domingos, aunque eso no te incumbe Dan McKay. ¿Qué haces aquí, de todos modos? Nadie te invitó.
—Algo me dijo que no debería esperar una invitación —replicó con una risa irónica.
—Te advertí que te mantuvieras alejado de mí —le recordó, iracunda.
La impaciencia, cálida y pesada, le bañó las facciones.
—No seas tonta, Cassie —la insultó—. Sabías que no te obedecería. Se trata de mi hijo —señaló a Jason con un gesto violento.
—Por el amor de Dios, Dan, calla… —Cassie espió por encima de su hombro y se tranquilizó cuando descubrió que Jason se ocupaba de inspeccionar el coche de Dan. ¿Y cómo sería posible que el niño no estuviera fascinado? Hasta Cassie reconocía un Mercedes deportivo cuando lo tenía estacionado frente a las narices.
—Por favor, Dan… —le rogó con los ojos.
—Ahora es por favor —alzó una ceja, burlón—. Pensé, por tu actitud de ayer y la de hace un momento, que me habías declarado la guerra.
Ella gimió. El rostro de Dan mostró una sorpresa cautelosa.
—¿No habrá guerra? —preguntó con suavidad, casi con seducción. Con la diestra le acarició la mejilla.
Por instinto, Cassie se puso tensa y retrocedió, abriendo las aletas de la nariz como un potro asustado.
—Eso pensé —afirmó Dan con la boca curvándose en un gesto cáustico, mientras bajaba la mano—. Vine aquí tratando de ser razonable, queriendo negociar. Pero veo que pierdo el tiempo, ¿no es cierto, Cassie? No tienes intenciones de compartir a Jason conmigo. Ya lo decidiste y no cambiarás. Jamás confiarás en mí. Y soy un malvado de punta a punta. ¡Y eso es todo!
El amargo resentimiento de Dan encendió una emoción similar en la joven.
—¿Y qué demonios esperabas? —murmuró, con un susurro ronco—. ¿Regresar, después de todos estos años, para que te diera la bienvenida con los brazos abiertos? ¿Qué recibieras la oportunidad de lavar tus sentimientos de culpa con medias mentiras?
—Te diré lo que esperaba —repuso—. Esperaba que por lo menos tuvieras la decencia de escucharme. Esperaba que me permitieras compartir, de manera razonable, la vida de Jason, que me dejaras entregarle el amor que un padre, por derecho, quiere darle a su hijo.
Cassie sólo pudo contemplar a Dan con los ojos abiertos por el horror. Ese hombre estaba loco o tan impregnado de su propia importancia, que no reconocía o respetaba los sentimientos de los demás. ¿No comprendía lo que le hizo? La sedujo con promesas de amor y matrimonio para luego abandonarla sin preocuparle que averiguara que estaba casado. ¿De verdad creía que expondría a su hijo a esa clase de amor? ¿Qué pasaría cuando se cansara de la experiencia y decidiera que ser padre resultaba una tarea agotadora y huyera para refugiarse bajo las brillantes luces de Sydney?
—Tú no tienes derechos, Dan McKay —le espetó—. Los descartaste hace nueve años. Y, te lo advierto, si hieres a mi hijo…
—Mi hijo, también —la interrumpió con agresividad.
—Un mero tecnicismo.
—¿Acaso es mi culpa? —la asió del brazo, furioso—. ¿Cómo iba a saber?
—Si te hubieras quedado el tiempo suficiente, te hubieras enterado maldito… maldito…
—¿Desalmado? —sugirió Dan.
—Al que le venga el saco, que se lo ponga.
La soltó y se enderezó, duro y alto, amenazador por su aire de determinación total.
—No cederás ni un centímetro, ¿eh?
Cassie observó los ojos de su enemigo y adivinó, por instinto, que cometió un error fatal. Debió mostrarse más conciliadora, más razonable, a pesar de las circunstancias. La agresión sólo engendra agresión y Dan era un hombre rico y poderoso… un hombre que no admitía que lo contradijeran. Captó, con impactante claridad, que si le impedía ver al niño, lo obligaría a robárselo. Sabía que algunos padres secuestran a sus hijos y se los llevan al extranjero. El sólo pensarlo la enfermaba.
—Ahora, te advertiré algo, Cassie Palmer —siseó y su voz vibró Con una amenaza mortal—. Si antes me consideraste un malvado, te parecerá que actuaba como un ángel en comparación con lo que haré en el presente. No quieres que le cuente a Jason que soy su padre, ¿verdad?
Cassie se atragantó y miró de nuevo a su hijo con ansiedad extrema. Estaba sentado ante el volante del auto deportivo y hacía ruidos con la boca, pretendiendo que lo conducía.
—Pues lo haré, si no me obedeces. Nadie me apartará de mi hijo, ¿entiendes? ¡Nadie!
Y con eso se dio la vuelta, caminando hacia la reja del jardín. Cuando llegó a ella se volvió y la taladró con sus pupilas heladas; pero, al hablar, su voz sonó normal:
—Me encantará que tomes una copa conmigo esta noche, Cassie… Espero tu visita. ¿Alrededor de las ocho? Para ese entonces, tu invitado ya se habrá ido. Sé que no llegarás tarde. Tenemos tanto de que hablar… —lanzó una mirada muy significativa en dirección de Jason, que revelaba una clara amenaza.
Jason alzó la vista al escuchar las últimas palabras de Dan.
—¿Yo también puedo ir?
—Lo siento, hijo —le dijo con dulzura—. Sólo se permite la entrada a los adultos. Además, mañana tienes que asistir a la escuela ¿o no?
Jason hizo un gesto compungido.
—Sí… —se bajó del auto, con la cabeza gacha.
—¿No te gusta la escuela?
—Supongo que no es tan mala.
—Puedes visitarme cuando salgas del colegio, si quieres.
La cara del niño se iluminó.
—¡Sería sensacional! —corrió hacia su madre—. ¿Puedo, má?
Ella observó la expresión indiferente de Dan y logró musitar:
—Si regresas antes del anochecer…
—¡Súper! ¡Bravo!
—Te recogeré en la escuela, Jason —sugirió Dan sin alterarse. Alzó una ceja en dirección a Cassie—. Estoy seguro de que le gustará pasear en mi coche.
Las entrañas de Cassie se contrajeron. No deseaba que el niño si quedara a solas con Dan, pero, ¿qué podía hacer? Si no lo permitía la situación se deterioraría aún más.
Despreció al hombre que una vez amó. Era un extraño… un oscuro y malévolo extraño. El odio se le revolvió dentro. Un odio amargo.
La boca de Dan se distendió en una sonrisa irónica, aterrando a la joven, pues él había visto ese odio y no lo conmovió.
—Entonces, te espero esta noche —le recordó con ligereza—. Y mañana iré por ti, muchacho —agregó, acariciando los cabellos del niño, antes de abrir la puerta del auto. Hizo una pausa para despedirse de Cassie y luego el coche rojo desapareció.
Sólo entonces Cassie respiró. ¿Cómo podía seguir deseando a ese individuo? ¿Qué destino demoníaco la obligaba a responder a sus manos y no a las de otro hombre?
—Dan es un gran tipo, ¿verdad, má? —preguntó Jason, con expresión feliz—. Me cae bien.
El corazón de Cassie se contrajo. ¡En qué situación tan problemática se había metido!
—Tú también le caes bien —le aseguró al niño con sinceridad absoluta.
—Apenas puedo esperar hasta mañana. ¡Eh, abue! —corrió hacia la casa para anunciar la buena nueva.
Cassie se sintió presa de la desesperación cuando observó la felicidad de su hijo. Había vivido nueve años con Jason, segura y tranquila. No fue fácil que aceptaran su soltería en Riversbend, ni que ella regresara a la universidad a terminar sus estudios. Pero lo logró y ahora la consideraban un miembro respetado de la comunidad y Jason era un niño alegre y adaptado.
Y Dan amenazaba con arruinar todo lo que ella construyó con tanto esfuerzo.
Por mucho que detestara a ese hombre, debía reconocer que manejó la situación con poca pericia. Desde luego, podía presentarse en Strath-haven esa noche y rogarle a Dan que la perdonara. Pero, ¿cómo reaccionaría ante sus palabras? Estaba enojado. No… ¡furioso! No iba a escucharla. Lo sabía.
Con un gemido, se dirigió hacia la casa. ¿Qué argumento usaría para aplacar a ese hombre?
Y entonces se le ocurrió… con lentitud… con insistencia.
Cassie se paró en los escalones que conducían al pórtico, con la boca seca. ¿Lo haría? ¿Se atrevería a hacerlo?
—Cassie…
Parpadeó y alzó la vista. Joan la contemplaba preocupada, con Roger a su lado.
—Jason dice que Dan lo recogerá mañana en la escuela —afirmó Joan—. ¿Es cierto?
—Sí —musitó la joven, tragando saliva.
—También nos contó que tú irás a Strath-haven esta noche.
Cassie pudo ver que Roger era todo orejas.
—Correcto. Me pidió que me tomara una copa con él —respondió con sinceridad.
—Vaya, vaya —comentó Roger—. ¿Y qué le contestaste?
—Acepté, desde luego.
Si Cassie hubiera estado tan ensimismada en su problema, se habría reído de la sorpresa de Roger, pues hacía años que ella no aceptaba salir con un hombre.



CAPITULO 6


Cassie se contempló en el espejo de piso a techo de su dormitorio. Luego se volvió para estudiar el efecto lateral y gimió.
—¡Por todos los santos, no puedo ponerme esto! —decidió—. ¡Me parece de pésimo gusto!
Se movió para verse de frente y sus ojos observaron su figura cubierta por la lana roja. Compró ese vestido hacía años, cuando era más delgada y, aunque las mangas largas y el cuello alto daban la impresión de modestia, la tela se estiraba moldeando su cuerpo turgente, destacando sus generosas curvas.
Cassie sólo quería verse atractiva, no convertirse en una mujer fatal. Su madre le sugirió ponerse ese vestido y el color le sentaba de maravilla, pero el conjunto resultaba demasiado obvio, demasiado sensual.
Pero, ¿no es lo que deseas?, la atormentó una voz interior.
Un espasmo oprimió el estómago de la joven ante la posibilidad de seducir a Dan McKay. Esperaba y rogaba que una solución tan dramática no fuera necesaria. La preocupaba de modo terrible lo que sucedería si seguía ese plan. ¿Qué tal si la situación se salía de cauce? Se convertiría en la víctima, en lugar de él, pues por mucho que lo odiara, no podía negar que también lo deseaba. Y Dan hacía el amor tan, tan bien…
Cassie se separó del espejo y empezó a caminar por el cuarto, hablando consigo misma todo el tiempo. Dan oiría sus razones, sin duda. No era un hombre sin corazón y le señalaría que su hijo se sentiría herido por ciertos comentarios de personas irresponsables o por sus compañeros de escuela, si se descubría su origen.
Sí, trataría de razonar con el hombre… al principio.
¿Y si no resultaba?
Cassie dejó de caminar.
Si la razón fallaba, decidió con firme determinación, explotaría la atracción sexual que existía entre ellos. No necesitaba dormir con él, tan sólo coquetearle un poquitín, para adquirir poder y esgrimir un arma. Quizá no era muy leal eso de prometer sin cumplir, pero en el amor y en la guerra…
Hizo a un lado el sentimiento de culpa. Cassie estaba dispuesta a todo con tal de defender la felicidad de Jason, hasta a tragarse su orgullo, o pisotear su dignidad personal.
Alguien llamó a su puerta e interrumpió sus resoluciones.
—¿Cassie? ¿Puedo entrar?
—En un momento —se puso un abrigo negro que ocultaba el vestido sensual. No quería que su madre sacara conclusiones, aunque fuesen correctas—. Pasa —le gritó, con el corazón acelerado.
—Cassie, yo… —su madre se detuvo y frunció el ceño—. ¿No tendrás demasiado calor con ese abrigo?
Cassie tomó el cepillo e hizo una buena imitación de indiferencia, hablando y peinándose al mismo tiempo.
—Hará frío en el Jeep —se alisó el cabello, al estilo paje, evitando mirar a su madre—. Me lo quitaré cuando llegue —agregó, tragando un nudo de pánico ante ese pensamiento.
Su madre contempló sus pies descalzos.
—¿Qué zapatos te pondrás?
Cassie había sacado unas sandalias rojas que compró en una barata. Pero después de verse ante el espejo, cambió de opinión.
—Los negros, de tacón bajo, creo.
—¿Los negros? —repitió su madre—. ¿Con ese vestido? —descubrió las sandalias cerca de la cama y las recogió—. ¿Por qué no éstos? Quiero decir… no eres muy alta, Cassie. Aunque no importaría, al lado de un hombre como Dan.
La joven no replicó. Pero dejó a un lado el cepillo y se calzó con renuencia. Joan sonrió satisfecha.
—Lo vas a deslumbrar, linda.
El suspiro de Cassie traicionó su nerviosismo.
—Mmm… ya sabes que sólo charlaré un rato con él…
La cara de su madre asumió una de sus expresiones inocentes.
—Desde luego, linda… Ven… —tomó una botellita de perfume Paraíso que estaba sobre el tocador y roció a su hija con la esencia.
—Mamá, eres una romántica incurable —se rió Cassie y, tomándola del brazo, la sacó de la habitación.
—Gracias por cuidar a Jason —agregó, mientras cruzaban el vestíbulo—. Y no dejes que te convenza para que le permitas ver la película del domingo en el televisor.
—Yo jamás cedería.
—¡Claro que sí! Ese niño te maneja con un dedo.
—Sabes, Cassie, extrañaré a ese diablillo cuando Roger y yo nos casemos —afirmó la señora, sin sonreír.
—Vamos, mamá, no empieces con eso. Entiende que debes vivir tu propia vida. Además, te mudarás a Riversbend, que está a cinco kilómetros de aquí. Puedes visitarnos cuando quieras y Jason se quedará contigo todas las tardes, hasta que yo termine de trabajar y lo recoja.
—Sí, pero…
—Entonces, se verán todos los días.
Al pasar frente al estudio, Cassie asomó la cabeza por la puerta. Jason veía El programa de Cosby y se reía con la alegría sin inhibiciones de los niños.
—Me voy, Jason —le dijo—. Sé bueno, no molestes a tu abuela y no te olvides de lavarte los dientes.
El muchachito se volvió desde donde estaba sentado en el suelo y le sonrió. El corazón de Cassie se contrajo al observar esos brillantes ojos negros. Nunca se había parecido tanto a su padre y la similitud la perturbó. ¿Cuánto tiempo pasaría antes que una lengua viperina hiciera la conexión entre ambos? En especial si Dan empezaba a salir con Jason.
Condujo hasta el puente colgante y cruzó el río, iluminado por la luna. La casa adquirió un toque fantasmal en medio de la noche, con unas cuantas ventanas llenas de luz y las demás oscuras. Cassie trató de dominar su nerviosismo. Si no fuera por Jason, se hubiera dado la vuelta y huido.
Pisó el primer escalón y se quedó helada. Un perro doberman, delgado y fuerte, la esperaba en la cima de la escalera, enseñándole los colmillos. Permaneció inmóvil, reconociendo la reputación de ferocidad de la raza, aunque en todos los años de práctica como veterinaria, jamás se había topado con un perro como ese.
Sabía que no debía mostrar temor a un animal, sin embargo, los cabellos de la nuca se le erizaron.
—Quieto —ordenó, con su tono más autoritario.
El perro no la obedeció. Se concretó a mostrarle los dientes de drácula una vez más.
Cassie maldijo entre dientes. ¿Dónde estaba Dan? ¿La estaba esperando o no? Ya eran más de las ocho.
—¿Por qué no me dejas en paz, maldito perro? —siseó—. ¿Por qué no te largas?
—Quizá quiera admirarte —contestó una voz desde la oscuridad—. ¡Atrás, Hugo! —ordenó el dueño y el perro desapareció.
Dan permaneció en el quicio de la puerta; su cuerpo impresionante se recortaba contra la luz del interior de la casa. Cassie contuvo el aliento. Era tan esbelto y fuerte como el animal, pero en definitiva, mucho más peligroso.
La joven se sintió intimidada, al mismo tiempo que atraída de forma sexual. Ambas reacciones la irritaron.
—¿Entras? —le preguntó Dan y añadió en son de broma—: ¿O hablamos aquí afuera, con los mosquitos?"
—No hay mosquitos en septiembre —lo corrigió, altanera.
—Me inclino ante su sabiduría, señora veterinaria —la saludó con una reverencia irónica.
—¿Cómo sabes que soy veterinario? ¿Has estado interrogando a las personas respecto a mí?
—De verdad actúas como una paranoica —suspiró, frustrado—. Quizá lo supuse, mi alma. Me dijiste hace nueve años que deseabas obtener un título en esa especialidad, ¿te acuerdas?
Oh, sí… lo recordaba. Recordaba todo lo que le confió, todas las intimidades que le destruyeron el corazón.
Un resurgimiento de amargura la obligó a observarlo, pero él no lo notó. O quizá no la vio bien entre las sombras. De cualquier modo, ignoró esa mirada rabiosa y le tendió una mano.
—Ven. Empiezas a irritarme quedándote allí parada, como una virgen renuente en su noche de bodas.
Cassie apretó los dientes, tragándose una réplica mordaz. Sería difícil dominar su temperamento, concluyó con cierta preocupación. Debía ser amable, se aconsejó.
Sin embargo, evitó la diestra de Dan y subió por los escalones con cuidado, con sus tacones de una altura ridícula.
—Tendrás que hacer algo con tu perro, si quieres que Jason te visite —comentó, pensativa.
La risa de Dan le heló la sangre. Cassie lo contempló, incapaz de ocultar su alarma.
—¿Por qué te ríes? No dije nada gracioso.
—Me divirtió el sentido de obligación que pusiste en ese "tendrás" —le explicó, con una sonrisa cansada—. Anda… estoy harto de esta conversación estúpida. Nos sentaremos en la biblioteca y hablaremos en serio.
Con eso la tomó del codo y la guió hasta la habitación designada, mientras su contacto perturbaba a su invitada de la misma manera que en la ocasión en que se reencontraron.
Cerró la puerta con un ruido siniestro. Entonces, antes que pudiera detenerlo, le quitó el abrigo de los hombros.
—Tendrás demasiado calor con esto —sentenció.
Ella se dio la vuelta, con las mejillas encendidas, pero él todavía no había visto su vestido. Se alejaba de ella para colgar la prenda en el guardarropa. Cassie observó el cuarto preguntándose dónde podía colocarse para que su traje pareciera menos… obvio.
Ningún lugar era apropiado.
No podía ocultarse detrás de las pesadas cortinas verdes o el amplio escritorio de caoba. Además de ese mueble, había cuatro sillas de respaldos duros, colocadas contra los libreros. Hasta la cantina estaba empotrada en la pared.
Desesperada, bajó los ojos, los posó en la alfombra dorada y trató de reunir el valor necesario para enfrentarse a los ojos de Dan. Una vez más se equivocaba. Esta vez en juzgar su propio orgullo. Sabía que, sin importar el motivo, jamás se rebajaría a seducir al hombre. Sin embargo, él sospecharía algo después de observar el vestido.
Cuando al fin alzó la vista, se topó con la de Dan, contemplándola, como esperaba. Pero no con un gesto lascivo. Más bien con una ira oscura, melancólica.
—¿Vas a alguna parte, Cassie? —siseó—. ¿O vienes de una fiesta?
El alivio la invadió. Dan mismo le presentaba una excusa plausible para explicar su apariencia.
—Tengo una cita —replicó, adoptando una postura indiferente—. No me quedaré contigo mucho tiempo.
Los ojos negros refulgieron de indignación. ¿Acaso estaba celoso?, pensó, mareada. Ese pensamiento le causó una súbita oleada de placer.
—Supongo que con tu querido jefe. ¿Cómo se llama? ¿Roger? Espero que sea un hombre paciente —agregó, cáustico—. Esto puede tomarnos tiempo.
—Me esperará —le aseguró, mintiéndole con perversidad. Por una razón dudosa, sombría, que ni siquiera Cassie deseaba explorar, le gustaba que Dan estuviera celoso.
—Me atrevería a jurarlo —sus ojos recorrieron las formas de la chica con insolente lentitud, deteniéndose primero en sus muslos y luego subiendo a sus senos llenos y erguidos—. Un cuerpo como el tuyo debe esperarse, aunque sea una eternidad. Por lo que veo, que es mucho, ha madurado con el tiempo.
Cassie se sintió mortificada al máximo. Hubiera sido lo mismo que si la hubiera tocado, tan intensa fue su respuesta al escrutinio y las palabras de Dan. El calor le bañó la piel. Una excitación desquiciante le corrió por las venas.
—Soy más que un cuerpo, Dan McKay —protestó, pero demasiado violenta, demasiado nerviosa—. Poseo una mente. ¡Y sentimientos!
—Debo disculparme —se burló él—. Me cuesta trabajo recordar esos temas esotéricos cuando me enfrento a un vestido… sensacional —sus ojos bajaron por sus piernas, hasta los pies de la chica—. Sin mencionar los zapatos.
—No vine a discutir mi apariencia —se cubrió con una máscara de piedra para ocultar su perturbación—, o mi vida amorosa. Quiero que tratemos el asunto que nos interesa.
—Perfecto —Dan se volvió de pronto y se sentó en el sillón ejecutivo, frente al escritorio. Se apoyó con los codos sobre la superficie de madera y la estudió durante varios segundos, sin misericordia, haciéndola sentirse indefensa y vulnerable.
—Por favor, siéntate —le pidió, al fin—. Si puedes…
La posibilidad de hundirse en una de las sillas, mientras la falda pegada a la piel se le subía por las piernas, la inquietó.
—No estoy cansada, gracias.
—Como quieras.
La joven fue hasta la ventana y contempló la isla, bajo la luz de la luna. Cuando su mirada se fijó en el estudio, al lado del río, cerró los ojos con fuerza.
—¿Recuerdas, Cassie? —preguntó Dan, con una voz extraña, llena de ternura.
Abrió los ojos, sobresaltada.
—¿Recuerdo qué? —lo atajó, enfrentándosele.
—Lo que un día compartimos —prosiguió él, sin que le molestara el tono violento de la mujer—. ¿Recuerdas la vez que te presentaste en el estudio a media noche, porque no podías dormir? ¿Cómo te deslizaste dentro de mi cama, desnuda, dispuesta? ¿Cómo…?
—¡Basta! —lo golpeó como un látigo con su voz, alarmada por el modo en que esas frases la excitaban—. No vine a que me atormentaras, Dan McKay. Vine a discutir sobre mi… sobre Jason. Nada más. Lo último que deseo en el mundo es que me recuerdes mi estúpido comportamiento de adolescente respecto a ti.
Lo fulminó con los ojos, con su expresión helada. Pero las manos le temblaban y su pulso corría desbocado, mientras su mente se convertía en un caos de evocaciones eróticas. Evocaciones de noches cálidas de verano, de baños en el río a la luz de la luna, de besos hambrientos y cuerpos dóciles, de posesión apasionada… del deleite de la rendición.
Él se levantó y empezó a caminar alrededor del escritorio acercándose a la joven. Cassie se quedó inmóvil. Dios del cielo, no permitas que me toque…
No lo hizo. Se dirigió a la cantina y se sirvió una copa. Escocés, sin agua. No se molestó en añadir un cubo de hielo, consumió el líquido ambarino de un trago y luego la observó, con pupilas irónicas.
—Perdona mi falta de educación. Debí preguntarte si deseabas tomar algo.
—Sabes que no bebo alcohol.
—Todo lo que sé, querida mía, es que tiempo atrás no lo bebías. Pero los gustos cambian, ¿no es cierto? Tú has cambiado. La chica que conocí jamás se hubiera citado con un hombre para después correr a los brazos de otro.
Cassie se encogió en su interior, pero se negó a caer en la trampa.
—¿Llamas a esto una cita? ¿Debo recordarte que me chantajeaste para que la aceptara?
Dan sonrió con frialdad al tiempo que volvía a llenar su vaso.
—En el amor y en la guerra, todo se vale —sentenció y vació la copa de nuevo.
Luego se sirvió por tercera vez. Pero en esta ocasión agregó hielo y llevó la bebida al escritorio. Soltó un suspiro pesado al dejarse caer sobre el asiento. Cassie sintió una oleada inesperada e irritante de compasión por el hombre. Parecía exhausto, mientras la contemplaba por encima del borde de su vaso.
—Dime, Cassie —dijo al fin—, ¿qué accidente provocó que te embarazaras de Jason? ¿Te olvidaste de tomar la píldora una noche? ¿Fue eso?
Cassie suspiró. Debió suponer que le preguntaría por ese detalle. Era demasiado inteligente para olvidar.
—Nunca tomé la píldora —admitió con renuencia.
El vaso de whisky tembló en la diestra de Dan y lo colocó sobre el escritorio. Sus ojos se endurecieron.
—Pero me aseguraste que la tomabas.
—No… jamás.
—Recuerdo… —se inclinó hacia adelante— con toda claridad… esa primera vez. Te pregunté si no habría complicaciones. Tú me aseguraste que no. Yo asumí que tomabas la píldora, como una precaución de rutina.
—Me di cuenta de que lo pensabas… —suspiró la joven.
Los rodeó el silencio.
Por fin, Dan volvió a hablar en un tono cauteloso, casi tembloroso.
—¿Tratabas deliberadamente de embarazarte, Cassie?
—¡No! —exclamó, azorada.
—Entonces, ¿por qué… por qué aceptaste ese riesgo?
Se encogió de hombros, agotada. Sería inútil explicarle cuán obsesivos se habían vuelto sus sentimientos. Los primeros días el riesgo era bastante leve pero, a medida que el tiempo pasaba y el peligro aumentaba, dejó de pensar con lógica. Le resultó imposible tomar precauciones. Todo lo que deseaba era que Dan la amara, que Dan la poseyera, Dan… Dan… Dan…
—Fue una estupidez —admitió y cerró los ojos de nuevo, tratando de no recordar, pero fallando de modo absoluto.
Una caricia suave sobre su mejilla la obligó a abrir los ojos y se encontró frente a Dan, que la contemplaba con fijeza. ¿Cómo se movió con esa rapidez, sin hacer ruido? Observó el rostro, sorprendida de que su expresión reflejara una inesperada ternura.
—No —la corrigió con dulzura—. No fuiste tonta… sólo una mujer enamorada.
Estaba demasiado cerca, pensó Cassie sin aliento. Demasiado cerca.
—¿Enamorada, Dan? —se burló y retrocedió un paso—. Quizá encaprichada. Pero enamorada, no… desde luego que no.
Esa fría negativa lo afectó. Ella lo vio. Abrió las ventanas de la nariz y un músculo le saltó en la mandíbula.
—¿Y estás enamorada de tu jefe?
—¡Por el amor de Dios, Dan! —se rió, superficial—. Tengo veintinueve años. Ya pasé la edad de los caprichos, ¿no?
—Entonces, sólo es sexo —una afirmación, no una pregunta.
—Quizá sea amor —le lanzó. Cualquier reflexión acerca de Jason se desvaneció. Todo lo que Cassie quería era vengarse, infligir sufrimiento y agonía.
La asió con tanta rapidez y tanta fuerza, que soltó una exclamación de dolor.
—¡No es verdad! —exclamó, con la respiración rozando la cara de la joven—. Lo sé, de hecho. ¿Y entiendes por qué? ¡Porque no eres capaz de amar! Tu alma está tan torcida y envuelta en la amargura, que te has olvidado de amar. ¡Estás demasiado llena de odio!
De repente la soltó, pero la continuó observando con furia. Mantuvo a Cassie inmóvil, robándole la respiración y dejándola débil. Cuando él alzó la diestra y le tocó la barbilla, ella no lo rechazó. Lo contempló, asombrada por ese gesto de sumisión.
—Seamos sinceros, mi amor —le pidió en un tono bajo, sensual—. Es lujuria, no amor, lo que te lleva a la cama de ese hombre. Cassie Palmer, eres una mujer muy sensual… y resulta fácil encenderte… ¿Crees que no noté la manera en que respondiste a mis besos ayer? ¡Y soy una persona que tú desprecias! Me atrevo a afirmar que si no hubieras recordado quién te besaba, hubiera podido poseerte aquí, en esta biblioteca, sobre el escritorio o en el suelo.
Le sonrió con crueldad basada en la experiencia.
—Eso es lujuria, bonita. Y la lujuria es una emoción que se transfiere con ligereza. ¡Con mucha ligereza!
Bajó la mano por el cuello de la joven, por uno de sus senos hinchados, sus costillas, hasta posarse sobre el vientre tembloroso.
Cassie se tragó el aliento, aspirándolo a través de sus labios entreabiertos y secos. ¿Por qué no hacía algo?, se preguntó, mareada. ¿Por qué no lo detenía de alguna manera?
La mano de Dan se movió de nuevo, deslizándose por la curva de su cadera, para descansar sobre la cintura de Cassie.
—¿Tiemblas, Cassie? —le susurró, ronco—. ¿Roger te hace temblar con tanta facilidad? ¿O sólo yo…?
Casi se lo confesó. Sus labios se abrieron y las palabras se formaron: sólo tú… sólo tú…
El beso de Dan la sofocó de forma total, completa y, aunque el primer impulso de Cassie fue de luchar, de cerrar la boca, duró muy poco. Desde el momento en que sus fuertes brazos la cercaron para apretarla contra él, ella perdió la batalla. Gimió de pasión y despacio, de modo inexorable, abrió sus labios, permitiendo que la lengua de ese hombre entrara, como era obvio que él deseaba. Un suspiro profundo se formó en la garganta de Dan, excitándola con su calidez primitiva y animal.
Ella adelantó la lengua, como respuesta instintiva, pero al meterla en la boca de Dan, no estuvo preparada para la explosión de pasión que desató.
Los brazos de Dan la apretaron de tal forma, que apenas lograba respirar, y su boca la invadió con salvajismo, a un ritmo primitivo. El beso continuó, hasta que la mente de Cassie empezó a dar vueltas, hasta que sus miembros se convirtieron en gelatina, hasta que su cuerpo fue un objeto sin vida, maleable, moldeable a la imperiosa sexualidad de su compañero. El pecho se pegó a sus senos, el vientre al suyo, los muslos se juntaron.
Por fin Dan separó su boca, pasándole los labios hinchados por las mejillas hasta encontrar la oreja de Cassie. Su lengua trazó un camino alrededor del caracol, hundiéndose en su interior una y otra vez, de modo que la joven tembló con un agudo, electrificante placer.
Inclinó la cabeza hacia atrás, ofreciéndole su cuello, y cuando él tocó la piel palpitante con sus labios cálidos, hambrientos, sedientos, ella gimió.
El sonido atrajo la boca de Dan otra vez a la suya para darle un nuevo beso, más febril que el primero. La sangre se agitó en los oídos de Cassie. Un fuego líquido le corrió por las venas. Se encontraba en otro mundo, loco, estático, donde sus sentidos nadaban y el tiempo cesaba de transcurrir, donde su único deseo era permanecer para siempre en los brazos de Dan.
Apenas se dio cuenta de que sus manos se paseaban hacia abajo y hacia arriba por su espalda, pero cuando empezó a frotar su suavidad femenina contra la muestra de su virilidad, el placer de Cassie cambió de forma gradual a una tensión dolorosa, ascendente. No era suficiente que sus bocas se fundieran en una. No era suficiente que sus manos la acariciaran. Necesitaba más.
Deseaba que se moviera dentro de ella. Deseaba ese relajamiento que sólo su posesión podía entregarle. Y, mientras lo deseaba, su propio cuerpo empezó a moverse, a mecerse contra el del hombre, con una invitación tan vieja como el tiempo.
Dan retrocedió un segundo, con los ojos asombrados por la pasión y la sorpresa y luego la recostó sobre la alfombra y se tendió a su lado. La besó de nuevo, palpándole con una mano el cuerpo rígido, complaciente, hasta bajar a la rodilla de Cassie para después empezar a subir por su muslo tembloroso.
Se arqueó contra él, tensa, expectante, con todo su ser concentrado en esa mano que se movía inexorable hacia el centro ardiente, derretido de deseo…
La puerta de la biblioteca se abrió.
—Señor McKay, llamé pero usted…
Cassie por poco se muere. Se zafó de la boca de Dan y miró por encima de su hombro. El desconocido era un intruso para ella. No tenía más de veinticinco años y podía haber sido guapo bajo el rubor de su cara.
—¡Rayos! Yo… lo siento muchísimo, señor McKay. Yo…
—¡Lárgate! —gruñó Dan, con su cuerpo duro y rígido contra el de ella—. Y cierra esa maldita puerta cuando salgas.


CAPITULO 7


La puerta se cerró con la fuerza de un terremoto.
Cassie posó su mirada asombrada en Dan. Pero sus ojos estaban cerrados y su cara contraída en una especie de angustia. Se estremeció y exhaló un suspiro largo tiempo contenido.
—¡Dios mío! —murmuró él.
Cassie gimió al pensar en el cuadro que debieron presentar a su inesperado visitante. Otro par de segundos y Dan hubiera estado…
La vergüenza coloreó sus mejillas. Molesta e incómoda, trató de moverse.
Las manos de Dan le aprisionaron los hombros y la clavaron a la alfombra.
—No —le advirtió, abriendo los ojos negros, salvajes.
Ella negó con la cabeza, frenética, tratando de escapar, pero sus contorsiones resultaron inútiles. Y su efecto desastroso. Sus senos hinchados rozaron por accidente el pecho de Dan, reanudando el fuego que se apagaba en sus pupilas oscuras. Al ver esa reacción, ella luchó con más ímpetu, intentando huir por debajo de sus manos. Esa táctica sólo sirvió para que su falda se le subiera a una altura peligrosa del muslo.
Él maldijo con los ojos fijos en las puntas de sus senos, que resaltaban provocativas bajo la tela delgada. La respiración de Dan se aceleró, volviéndose desconcertante y rápida y su pecho subió y bajó a un ritmo atolondrado.
—Dan… por favor… suéltame —exclamó.
—Maldición, Cassie, ignóralo —le ordenó, observándola furioso—. No regresará. No se atrevería. No puedes pedirme que me detenga ahora…
Cassie trató de hablar, de oponerse, pero cuando sus labios descendieron para devorarle la carne frágil del cuello, su voz se ahogó. Y cuando le besó uno de los senos, ni siquiera pudo continuar respirando.
La boca de Dan se abrió y se cerró sobre su presa, su calor húmedo pronto saturó la tela que cubría el pecho. Ella sintió sus dientes contra esa cúspide sensible, provocándole una excitación todavía mayor. Respondió más y más a él, su pezón se hinchó, se amplió y las sensaciones se volvieron insoportables.
—No… —objetó, pero débil, sin convicción.
—Sí —afirmó él.
Los ojos azules de Cassie se fijaron en la puerta de la biblioteca. Imaginó a ese desconocido parado en el exterior, escuchando, sonriendo, regocijándose.
—¡No! —gritó y golpeó a Dan con fuerza a un lado de la cabeza.
Los oscuros ojos aturdidos la miraron.
—Dije que no —repitió, esta vez con los dientes apretados.
De forma gradual, la casi incoherente calidez de la mirada de Dan se desvaneció para ser reemplazada por una furia en el límite de lo controlable. Todavía respiraba con fuerza y sus manos le asían las caderas con brutalidad.
Durante un momento aterrador, Cassie temió que él continuara. Y lo horrible del caso era que ella sabía que no la violaría. Su cuerpo todavía lo deseaba con desesperación. Sólo tenía que imponerse, y ella sería suya.
—Déjame ponerme de pie —le exigió y contuvo el aliento.
Después de un par de segundos de agonía, Dan se encogió de hombros y rodó hacia un costado, mientras una sonrisa de burla se dibujaba en sus labios.
—Respeto el privilegio de una dama de cambiar de opinión —se mofó al imitarla—. Pero, ¿te das cuenta de que sólo pospones lo inevitable?
Cassie luchó por asentar los pies con firmeza sobre el suelo. Era consciente de que la tela mojada se pegaba contra su seno y la mortificación le torció el estómago. Fue una presa demasiado fácil…
Y, puesto que las palabras de Dan encerraban un desagradable tono de verdad, despertaron una ira desafiante en la mujer.
—No cuentes con ese triunfo, Dan —le advirtió al levantar la cabeza con orgullo—. No tratas con la misma chica ingenua de hace nueve años.
—Eso es obvio, querida —replicó con la cara tensa—. Si recuerdo con exactitud, nos conocimos durante diez días… diez días, antes de que fuéramos amantes, ¿verdad? Pero, por tu reacción de esta noche, apuesto a que llegaremos a ese punto con mayor rapidez.
Su desdén brutal hirió a Cassie hasta la médula de los huesos. Deseó humillarlo, tanto como él a ella.
—¿No te estás olvidando de un pequeñísimo detalle, Dan? Ya tengo un amante… un amante que me espera en este preciso instante para satisfacer mis necesidades físicas. Como es evidente, ya no te necesito a ti.
Cassie se encogió ante la fuerza amenazadora de su mirada.
—Esta noche no te encontrarás con ese hombre. ¿Me oyes, Cassie? Ni ninguna otra noche. Te lo prohíbo.
—¿Tú me lo prohíbes? —soltó una risa histérica—. ¿Tú me lo prohíbes? ¿Y quién te crees que eres para prohibirme algo, Dan McKay?
Él sonrió.
Cassie retrocedió. Nunca había visto una sonrisa como aquella: delgada, cruel, bordaba con acero puro.
Dan le dio la espalda y retornó a su asiento, detrás del escritorio, observándola con ojos fríos y cínicos. Cassie sintió que ese silencio era más amenazador que el peor de los discursos.
—Te diré quién soy, Cassie Palmer —continuó al fin—. Soy el padre de tu hijo. También un hombre riquísimo. Pero más que eso, soy un hombre que ya ha soportado demasiados sacrificios, compromisos y consideraciones. Quiero a mi hijo. Y, aunque te parezca extraño, todavía te quiero a ti… —las orillas de su boca se levanta con en una sonrisa seca e irónica—… a pesar de que no seas la misma chica de la que me enamoré. Sin embargo, te considero una mujer deseable… una mujer que estoy decidido a poseer. ¿O debería decir a volver a poseer? Y, antes que me lo repitas, comprendo que me desprecias. No obstante, soy muy capaz de vivir con ese conocimiento, si me das lo que te pido.
—¿Y qué es eso? —preguntó Cassie temblando, mientras la mente le daba vueltas—. ¿Sexo?
—Entre otras cosas —respondió, con la cara sin expresión.
—¿Qué otras cosas?
—Para empezar, a mi hijo. Y no con la buena voluntad de un vecino. Lo quiero aquí, en mi casa, todo el tiempo.
—Pero yo no quiero…
—Me importa un bledo lo que tú quieras —la atajó, poniéndose de pie de un salto y golpeando el escritorio con el puño cerrado—. Perdiste la oportunidad de que tuviera en cuenta tus deseos. No me tratarás como a un insecto que acaba de arrastrarse de abajo de una piedra.
Cassie se estremeció bajo la fuerza de esa furia. Dan le advirtió que podía ser implacable, pero nunca imaginó algo como lo que en ese momento soportaba.
—No importa lo que pienses de mí —prosiguió, brutal—. No debiste mantenerme en la ignorancia respecto a mi hijo. Quizá te di una excusa válida hace nueve años, pero ayer, cuando te dije que mi esposa había muerto y te demostré que todavía te amaba, debiste confesarme la verdad. Eso hubiera sido una decisión honesta.
—Pero, Dan, yo…
—¡Basta! No escucharé tus explicaciones, como tú no estuviste interesada en las mías.
Cassie no sabía qué hacer ni qué decir. Estaba confundida, desconcertada en grado extremo.
—Yo… yo… yo quería contártelo —barbotó—. Casi me mata el ponerme en contacto contigo cuando Jason nació.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —su voz era fría, inconmovible—. Mi nombre está en el directorio telefónico.
—Yo… nosotros… mamá y yo no le dijimos a papá que tú eras el responsable. Mamá pensó que era mejor que creyera que fue un chico del pueblo, en una fiesta. Si hubiera descubierto que su única hija tuvo una aventura con un hombre casado… sólo Dios sabe qué habría hecho…
—Vamos, Cassie, no esperas que crea que me estabas protegiendo a mí todo el tiempo, ¿eh?
Su tono de mofa la frustró.
—¡No, desde luego que no! Protegía a mi padre. Estaba enfermo del corazón. Aunque no lo benefició que yo mantuviera oculto tu nombre —agregó con amargura—. Poco después de que Jason nació, papá tuvo un ataque severo y murió. Y fue mi culpa. ¡Mía y tuya! Entonces te odié, ¿entiendes? Y cuando regresaste ayer, sonriéndome, como si el pasado fuera un episodio sin importancia, yo… yo… —buscó las palabras precisas. Todo se mezclaba de tal manera en su cabeza, que apenas podía pensar con claridad. Todavía lo odiaba… ¿o no?
—Me detestaste aún más —terminó Dan, con voz firme—. Sí, Cassie, lo entiendo. El amor que se convierte en odio es un suceso común. Pero no cambia la situación, pues me odies o me ames, te casarás conmigo.
El oxígeno escapó del cuerpo de Cassie.
—¿Casarme contigo? —exclamó.
—Comprendo que mi proposición te parezca inesperada —la sonrisa seca de Dan la apabulló—. Quizá debo darte un poco de tiempo para que la estudies.
—¿Cuánto… cuánto tiempo? —tragó Cassie.
—Veinticuatro horas.
—¿Veinticuatro horas? —repitió, atontada.
—¿Debo repetir todo lo que digo? —gruñó Dan, irritado—. Cuando vengas a recoger a Jason mañana, me darás tu respuesta —se sentó de nuevo y la miró, con ojos de acero—. Desde luego, te explicaré lo que sucederá si te niegas.
Cassie no dijo nada. Se sentía incapaz de pronunciar una sílaba.
—Jason es mi hijo. Una simple prueba médica lo probaría. Lo que es más, soy un padre deseoso y apto para mantener a su hijo en medio de la opulencia. Por extraño que parezca, las cortes no favorecen a la mujer en casos de custodia, como solía ser en el pasado. Estoy seguro de que allí me escucharían con imparcialidad, lo cual tú no me has concedido.
—¿Tratarás de quitarme a mi hijo? —exclamó Cassie con la voz quebrada. La garganta se le secó y su corazón dejó de latir por el miedo.
¿Fue una sombra de piedad lo que pasó por la cara de Dan?
—Sólo si me obligas, Cassie —replicó con voz tersa.
Cassie le dio la espalda, tocándose las mejillas con las manos.
—¿Si te obligo? ¿Si yo te obligo? —gritó—. ¡Oh, Dios…!
Se volvió, con los ojos llenos de lágrimas y una nueva osadía en el corazón. Fue hacia el escritorio, se inclinó sobre el mueble, con la cara roja, iracunda.
—¡Tendrías que ser el hombre más cruel de este mundo, Dan McKay, además del más imbécil! ¿De verdad crees que la corte te entregaría la custodia de mi hijo? Pero aun si ocurriera lo impensable, aunque sobornaras a los jueces para que dieran una decisión a tu favor, perderías al final. Jason te odiaría por quitarle a su madre. Te odiaría, ¿me escuchas? Casi tanto como yo te odio.
Dan apretó los puños hasta que los nudillos se le tornaron blancos al asir el borde del escritorio y ponerse de pie. La sobrepasaba en estatura y su expresión era intimidante, pero Cassie estaba demasiado alterada para sentir miedo.
—Lucharé contra ti, Dan —lo amenazó, fulminándolo con sus ojos brillantes—. Me opondré cada centímetro del camino, con todas las armas que encuentre a la mano. Y aun si consigues quitarme a Jason, perderás.
Un silencio eléctrico los envolvió, mientras se medían, fuera de sí.
Dan fue el primero en apartar la vista, para sorpresa de Cassie.
—Entiendo a qué te refieres —concedió, después de unos instantes de insufrible tensión—. No es lo que quiero. De ningún modo. Quiero que Jason me ame.
A la joven la invadió una ola de alivio y se apoyó en el escritorio para sostenerse.
—Serías un buen adversario ante un jurado, Cassie Palmer —admitió—. Pero no menosprecies a tu oponente. Todavía no ganas.
El pecho se le oprimió. Sabía que ese no sería el fin del debate. Dan no era un hombre que se dejaba vencer.
La posibilidad de que raptara a Jason volvió a cruzar por la mente de la joven. Aunque fuera un acto melodramático, las personas a veces hacen cosas espantosas, llevadas por la desesperación. Cassie debía impedir que la situación se deteriorara a ese grado.
—Estoy dispuesta a que lo veas —le ofreció, tensa.
—¿Oh? —la expresión de Dan permaneció en guardia—. ¿Qué tanto? ¿Bajo qué aspecto, como padre o como amigo?
—Yo… —se mordió el labio— yo… no creo que sea bueno que sepa que eres su padre.
—¿Por qué no? —los ojos negros la taladraron peligrosos—. ¿Piensa que estoy muerto?
—No…
—Entonces, ¿qué piensa? ¿Qué le dijiste de mí?
—Yo… no mucho. Le expliqué que no quise casarme con su padre porque era demasiado joven y que él vivía muy lejos y no podía visitarlo.
—¿Lo aceptó?
—Jason sólo tiene ocho años —encogió los hombros—. Quizá con el tiempo indague más a fondo.
—¿Por qué te opones a que le diga a Jason que soy su padre?
—No vivimos en la ciudad, Dan. La gente no es tan sofisticada. Tienen mente estrecha. Jason se sentirá herido por las murmuraciones.
—¿Y tú? ¿No te humillarán los chismes?
—Sobreviviré —afirmó Cassie, enderezándose.
La expresión de Dan resultaba difícil de interpretar. ¿Era de admiración… o de desprecio?
—No lo dudo —se burló Dan, respondiendo a la pregunta que ella se planteara.
—¿No se lo dirás? —preguntó, alzando la barbilla.
El titubeo de Dan le contrajo el estómago.
—No puedo prometértelo, Cassie —admitió por fin.
—¡Maldito seas! —exclamó, golpeando el suelo con un pie—. ¿No entendiste lo que te expliqué?
—Yo no vivo de acuerdo a las opiniones de los demás —se mofó.
—Como bien sé —replicó ella, con una risita mordaz.
—No te culpo del todo por tratar de vengarte, Cassie —le confió con voz suave, mortal—, pero te advierto que no lo hagas con demasiada frecuencia.
Estuvo a punto de hablar, de retarlo, pero el sentido común la obligó a morderse la lengua. Si lo agredía… ¿cómo reaccionaría? Por lo menos, parecía que se había olvidado de esa ridícula proposición de matrimonio.
—¿Qué pasará mañana en la tarde? —inquirió, cambiando el tema en forma deliberada—. ¿Todavía pretendes ir por Jason a la escuela?
—Sí.
—¿No conducirás muy aprisa?
—Claro que no.
—¿Tu helicóptero es seguro?
—¡Por el amor del cielo, Cassie! —explotó Dan—. El niño también es mi hijo. No me atrevería a ponerlo en peligro.
Le creyó. A pesar de todo lo demás, Dan parecía amar al chico.
—Yo… le aconsejaré que te espere dentro de la escuela, en el patio. ¿Sabes dónde está la primaria de Riversbend?
—La encontraré.
—Bajas por la calle…
—La encontraré, Cassie. He recorrido el mundo entero varias veces; no necesito que me lleves de la mano. Sólo asegúrate de que tú recogerás a Jason en persona, con tu respuesta lista.
—¿Mi respuesta? ¿Te refieres a…?
—Mi proposición de matrimonio sigue en pie, Cassie —afirmó con expresión impasible.
—¿Y si digo que no?
—No creo que lo hagas, una vez que estudies la situación.
Cassie sofocó una exclamación alelada.
—Juraría que no deseas que Jason sea infeliz —continuó Dan—. Lo mismo que yo…
—¿Cómo se te ocurre…?
—Permíteme terminar, muñeca —la cortó, seco.
Ella suspiró de frustración, pero guardó silencio.
—Aseguras que no le conviene a Jason saber que soy su padre. No estoy de acuerdo, creo que Jason me necesita. Y me necesita ahora. No dentro de seis meses, o seis años. ¿Qué te imaginas que sentirá cuando al fin le reveles la verdad? ¿Supones que apreciará tus razones para ocultárselo por más tiempo? ¿Aceptará que sólo lo protegías contra las murmuraciones? Habrá una serie de chismes, no importa cuándo se sepa su origen. Desde luego, se terminarán si te casas conmigo…
—Pero, no puedo casarme contigo —insistió Cassie; su furia ocultó el pánico que la ahogaba—. ¡No lo haré! —por Dios, estar con él cada día, dormir con él cada noche…
Dan le devolvió la mirada iracunda, sin amilanarse.
—Te prometo que no me iré, Cassie. Y le diré la verdad al chico cuando lo juzgue conveniente. Es su derecho, después de todo. Y, lo admito, no envidio tu posición.
—¿Qué? ¿A qué te refieres?
—No me gustaría explicarle a Jason por qué te negaste a casarte con su padre, en especial después de que juró amarlos a los dos hasta la muerte.
—¿Le mentirás?
—¿Acerca de qué? —apretó la mandíbula.
—Quizá ames a Jason, pero no a mí, Dan McKay. No te atrevas a afirmarlo.
Él no dijo nada.
—¿Por qué te entercas en esto? —le lanzó—. ¿Por qué?
Él ni parpadeó.
—Hago lo que es mejor para Jason —declaró en un tono sin misericordia—. Espero que me imites. Si en verdad lo amas…
Cassie dejó caer los hombros, en un gesto de derrota. Era inútil, totalmente inútil. Ese hombre era demasiado duro. Y demasiado astuto. Apelar a su amor maternal, era un golpe bajo.
Pero eficaz.
Ni siquiera reaccionó cuando él se le acercó y le puso una mano sobre el hombro. Su resistencia había muerto.
—Cassie, no quiero lastimarte… nunca quise lastimarte… Pero no me quitarás a mi hijo. Ni siquiera lo intentes.
Ella alzó los ojos… tristes, cansados.
—Está bien —suspiró.
Él frunció el ceño, mientras la tensión se evidenciaba en sus dedos al apretar la piel frágil de la mujer.
—¿Está bien? ¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que está bien, Dan —su voz se oía opaca, sin modulaciones—. Haré lo que deseas. Y no tienes que esperar hasta mañana por mi respuesta.
—¿Quieres decir que te casarás conmigo? —preguntó en un tono de absoluta sorpresa—. ¿Sin condiciones?
—Sí —se sentía agotada, terriblemente agotada.
—¿Aunque me odies?
Un profundo, oscuro dolor le aguijoneó la conciencia. Se escapó en una explosión final de mal humor.
—¿Acaso importa? —lo retó—. Haré lo que tenga que hacer. Ya me lo aclaraste antes: sólo posponía lo inevitable. Una vez que le confieses a Jason que es tu hijo, se preguntará por qué no tiene una vida normal de familia, como los otros niños. ¿Qué explicación le daré? ¿No lo ves, Dan? Ya no hay necesidad de amenazas, ni chantajes. Ganaste.
—¿Y en cuanto a nosotros? —inquirió.
—¿Qué pasa respecto a nosotros? —lo desafió.
—Con un demonio, Cassie, sabes a lo que me refiero. No sólo quiero conseguir al muchacho.
El corazón de Cassie dejó de latir.
—No te imagines que me conformaré con un matrimonio de conveniencia —prosiguió, con orgullo—. Te quiero en mi cama cada noche. Te quiero a ti, por entero, en cuerpo y alma.
Sus arrogantes exigencias encontraron un fuego desatado en Cassie. Lo fulminó con sus ojos azules en llamas.
—No siempre obtenemos lo que queremos, Dan. ¿Supones que yo quiero casarme contigo?
—Todavía quieres que te haga el amor. Eso lo sé con absoluta certeza.
—Si lo hago, entonces me desprecio por ello —afirmó, levantando la cara.
—¡No digas eso!
—¿Por qué no? Es la verdad. Cada vez que me tocas, algo dentro de mí se encoge de asco. Mi cuerpo busca al tuyo para encontrar una relajación temporal, pero después… después, Dan, sólo vomitaría de desprecio.
—¡No! —exclamó, mientras ella trataba de librarse de sus manos. La rodeó con sus brazos, estrechándola, y la alzó hasta tocarle la boca con los labios—. Te equivocas, Cassie —murmuró—. Te equivocas… el odio te ofusca la mente. Podría ser maravilloso… perfecto… como antes fue…
—No —negó, tratando de ignorar los labios que la rozaban con ternura—. Nunca será lo mismo. ¡Nunca! No nos amamos ya. Cuando nos metamos en la cama, tendremos sexo, no amor.
—Llámalo como quieras —siseó, apretándola con sus dedos—. Pero no te engañes pensando que será como el sexo con el que te has divertido a últimas fechas. Tu cuerpo llama por instinto al mío. Tiemblas, Cassie. Me deseas. Fui tu primer amante, tu primer amor. Nada cambiará ese hecho, no importa con cuántos hombres hayas dormido desde entonces, no importa lo que pretenda la torcida alma que posees. Una vez fuiste mía por completo y volverás a serlo.
—¡Jamás! —Cassie agitó la cabeza con violencia de lado a lado, sabiendo todo el tiempo que Dan tenía razón. Quizá lo despreciaba como persona, pero en el plano sexual la tenía bajo su poder absoluto.
La soltó de forma abrupta, casi arrojándola a un lado, dirigiéndose hacia la ventana para contemplar el exterior, sin hablar.
Cuando se volvió a verla, a Cassie la impresionó el dolor que se pintaba en la cara de Dan.
—¿Y bien? ¿Qué esperas? ¡Vete! ¡Ve con tu maldito amante, para lo que me importa! Pero entiende esto, Cassie Palmer. Mi esposa no se acostará con otro hombre—. Díselo a tu querido jefe esta noche. Aclárale que la aventura ha terminado —entrecerró los ojos—. Si alguna vez descubro…
Cassie tragó saliva. Una corriente de venganza sexual sacudía al artista, haciendo que ella tuviera miedo y al mismo tiempo se excitara.
—¿Qué… qué sucederá con Jason? —preguntó en un susurro ronco—. ¿Quieres que lo recoja aquí? Vendría después de mi trabajo como a las cinco y media.
—Haz lo que se te pegue la gana —gruñó, dándole la espalda—. Pero quítate de mi vista.
Cassie contempló a esa figura solitaria y una extraña compasión la estrujó. Dan sufría, de verdad sufría. No la preocupaba que su sufrimiento naciera de un ego herido, no de una emoción amorosa: Quería acercársele, consolarlo, confesarle que no tenía un amante. Pero antes que pudiera dar un paso, él se volvió de nuevo, con la cara dura.
—¿Todavía estás aquí? ¿Cuál es el problema? ¿Ya no te espera tu adorado Roger? —su boca se distorsionó en una sonrisa cruel—. Quizá has cambiado de opinión y quieres que le proporcione a tu cuerpo el relajamiento temporal que mencionabas…
Cassie retrocedió, abriendo los ojos. Cuando él avanzó, abrió la puerta y huyó, mientras la risa seca de Dan resonaba en sus oídos.


CAPITULO 8


Cassie pasó un lunes terrible. En la superficie, funcionaba de manera normal; fue a trabajar, operó toda la mañana, sonrió y habló como si nada le resultara diferente. Pero por dentro, era una masa convulsa de confusión y miedo. ¿Cómo pudo ser tan tonta para aceptar casarse con Dan?
Él siempre observador Roger se irritó más de una vez con ella y al fin le preguntó qué le sucedía, pero la joven inventó la excusa de que durmió mal. Su jefe le creyó porque el insomnio fue un problema recurrente de Cassie a través de los años.
Su madre no fue tan fácil de engañar durante el desayuno. La atormentaba la curiosidad y quería saber qué sucedió con Dan. Cassie no tenía la intención de referir a su madre los embarazosos y crudos detalles de esa velada. Y la presencia de Jason en la mesa evitó una discusión abierta sobre su padre.
Sin embargo, Cassie acabó por confesar, con renuencia, que Dan le pidió que se casaran, sin añadir que la chantajeó para que respondiera que sí. Dejó que su madre pensara que el asunto todavía estaba por decidirse y, en cuanto a ella se refería, bajo la fría luz de la mañana, ¡así era!
Joan se mostró muy sorprendida, luego se manifestó encantada con la posibilidad de ese matrimonio y aseguró que era la mejor solución.
—Después de todo, nunca dejaste de amar a ese hombre, ¿verdad? —afirmó con perspicacia—. Y él también debe quererte, si desea que seas su esposa. Los hombres ya no se casan con una mujer sólo para legitimizar a un niño.
Cassie no tuvo corazón para desilusionarla. Jason era, sin duda, el motivo principal para que ese matrimonio se efectuara.
Ella ya no le importaba a Dan, le desagradaba la clase de mujer en que se había convertido, aunque por alguna razón perversa, todavía lo apasionaba. Su voto de reducirla a una especie de esclava sexual, lo obsesionaba con una intensidad casi enfermiza, quizá alentado por el deseo de venganza. Dan resentía con amargura que le ocultara la existencia de Jason.
Lo que la aterrorizaba era con cuánta facilidad Dan lograría su objetivo si se casaban. ¡Y esperaba su respuesta esa tarde!
Cuando Cassie subió en su jeep al final del día, estaba exhausta. De manera automática tomó el camino que la llevaba a casa en lugar de ir a Strath-haven y casi llegaba a su destino cuando se dio cuenta de su error. Se encogió de hombros, agotada, y se dijo que más valía así. En realidad, no podía enfrentarse a Dan sin arreglase.
Estacionó el vehículo frente a la granja y estaba a punto de bajar cuando se detuvo. ¿Para qué se cambiaba de ropa? Era preferible que Dan la viera vestida como salía del trabajo, con pantalones, sin maquillaje y el cabello recogido en una cola de caballo. Quizá se arrepentiría de haberle propuesto matrimonio, pensó traviesa.
La joven volvió a poner el motor en marcha y condujo hasta el puente colgante, desviándose un poco para comprobar si Rosie estaba bien. Los potros rara vez se adelantan, pensó, pero Rosie ya no era joven, lo cual complicaba el parto. Si algo malo sucedía a esas alturas…
Me estoy volviendo paranoica, concluyó, irritada. ¡Rosie está más saludable que un caballo! Se rió de su propia broma mientras estacionaba el vehículo.
Jason debió haberla observado, pues corrió hacia ella en cuando descendió del puente, rodeándole la cintura con sus brazos, con ternura poco característica.
—Má, llegas tarde. Pensamos que ya no vendrías. Dan iba a llamar a la abuela para preguntar qué te había pasado, pero yo le dije que vendrías por mí tarde o temprano. Le expliqué que a lo mejor te llamaron de emergencia por una vaca o algo.
Cassie sonrió a su hijo, de ojos brillantes, y lo contempló saltar por el camino de grava, maravillándose de su energía inextinguible y pensando que la felicidad del niño bien valía que ella se sacrificara. Pero con seguridad él podía ser feliz sin que su madre contrajera un matrimonio desastroso, ¿no?
—Y adivina —le decía el niño en ese momento—, ¡Dan me dio tres vueltas en el helicóptero! Pero ya no está, ¿ves? —señaló el lugar donde el aparato se encontraba antes—. Dan lo mandó a Sydney.
Cassie levantó la vista, consciente a medias que Dan los observaba desde la terraza. Quizá para asegurarse de que no huyera ahora que estaba allí.
—¿Y qué te gustó más? —le preguntó a Jason, tratando de mantener la voz en un tono normal, mientras se aproximaban a la escalera—. ¿El auto deportivo, o el helicóptero?
—El coche es rapidísimo, pero el helicóptero es sensacional.
Cassie se atragantó cuando Dan se acercó para saludarla, con sus estrechas caderas y poderosos muslos cubiertos con un pantalón de mezclilla y una camisa abierta. Ni joyas ni reloj adornaban la piel bronceada, que atrajo a la joven como un imán. Se le contrajeron las entrañas al recordar cómo pasaba sus manos sobre ese pecho lampiño, adorando la sensación aterciopelada que se quedaba en sus dedos.
Cassie parpadeó. ¿Qué acababa de decir Dan? No podía precisarlo. Nerviosa, se volvió hacia su hijo.
—¿Listo para regresar a casa, Jason? —aun al pronunciar las palabras, supo que actuaba como una tonta. Dan no la dejaría escapar con tanta facilidad. Pero la sensualidad que su cercanía despertaba en ella, la hacía desear echar a correr.
—La señora Bertram nos está preparando café —le indicó Dan—. Podemos hablar en la terraza mientras Jason juega con Hugo.
El enorme perro debió oír su nombre, pues se asomó por un costado de la casa. Cassie se puso tensa.
—¿Estás seguro de que…?
La imagen de su hijo acariciando al doberman, mientras el animal le lamía la cara, acalló sus protestas.
—¡Oh, qué asco! ¡Qué sucio eres! Anda, vamos a jugar carreras —y el alegre par desapareció en medio de ladridos y risas.
—No te preocupes —la tranquilizó Dan, con voz suave y amable—. Una vez que Hugo considera a una persona su amiga, es fiel hasta la muerte. Protegería a Jason con su vida.
A la joven le sorprendió el trato agradable de Dan. ¿Dónde estaba el demonio irónico de la noche anterior?
—¿Hace… hace mucho que tienes el perro? —inquirió.
—Cinco años. Desde que era un cachorro.
—Es un animal hermoso —continuó observando al can a la distancia. Resultaba menos peligroso que observar a Dan.
—Era el perro de Roberta.
El corazón de Cassie se detuvo.
—¿Roberta? —sus pupilas escudriñaron al pintor.
—Mi esposa —le explicó, sin alterarse.
—Oh… —un escalofrío estremeció a Cassie. No quería saber nada de la esposa de Dan. No soportaba recordar que pertenecía a otra mujer mientras tenía una aventura con ella. Una mujer a la que había regresado y acompañó a pesar de sus intenciones de separarse y divorciarse.
La señora Bertram llegó con el café justo a tiempo.
Era una matrona eficiente y delgada, de unos cincuenta años, pero no pertenecía a la comunidad local. Cassie permitió que Dan la tomara del brazo para conducirla en silencio a la mesa dispuesta en la terraza. El servicio de barro vidriado le pareció exquisito. Una selección de delicados pastelillos descansaba sobre un platón.
—¿Usted es la madre de Jason? —preguntó el ama de llaves con una sonrisa.
Dan se encargó de hacer la presentación formal. Cassie no pudo evitar notar la curiosidad que provocaba en la empleada.
—Tiene a un chico lleno de energía —comentó la mujer, mientras servía el café.
—No ha causado problemas, ¿verdad? —indagó Cassie, mordiéndose el labio.
—A quién se le ocurre, ¡claro que no!
—Se ha divertido en grande —agregó Dan, riendo—. Pero creo que a Paul le agradó regresar a Sydney.
—¿Paul? —repitió Cassie.
—Mi piloto —los ojos del artista recorrieron a Cassie, traviesos—. Casi lo conoces anoche. Gracias, señora Bertram, nos las arreglaremos solos. ¿Crema y azúcar, Cassie?
A la joven le gustó que la señora se fuera, pues un rubor intenso le subía por el cuello. ¿Cómo podía Dan referirse a ese embarazoso encuentro con tanta… naturalidad? Carecía de tacto. Y de delicadeza. ¡Y ella que pensaba que iniciaban una nueva etapa en sus vidas!
—Sí, por favor —le pidió, seca. Luego añadió—: Me da la impresión de que la señora Bertram es una mujer agradable.
—Lo es —concordó Dan—. Aunque no tengo mucho de conocerla. Sólo ha sido mi ama de llaves desde que Roberta murió. Antes de eso…
—¿Debes seguir refiriéndote a tu primer matrimonio? —lo fulminó Cassie.
—Cassie… quiero explicarte… lo de Roberta —afirmó con un suspiro, mientras colocaba la jarrita de crema sobre la mesa.
—Pero yo no te quiero escuchar —replicó furiosa, sabiendo que reaccionaba de forma exagerada, pero sin poder contenerse—. No quiero que me expliques nada sobre ella. Te lo prohíbo, si aún te propones casarte conmigo.
Lo miró iracunda, casi retándolo a que continuara, a que destrozara algo que deseaba con toda el alma. Él le devolvió la mirada, con la boca apretada en una línea indignada.
—Correcto —espetó y con un movimiento brusco se puso de pie y entró en la casa. Regresó con un montón de papeles y una pluma. Hizo las tazas a un lado y colocó las hojas frente a Cassie—. Tienes que firmar aquí —señaló unos espacios en blanco—. Y aquí. En esta última, autorizas a mi abogado a pedir una copia de tu acta de nacimiento. Las licencias de matrimonio requieren cierto papeleo. Y una licencia especial, todavía más.
Tragó saliva y su ira se desvaneció ante la realidad de la situación.
—Nos casaremos el domingo —asentó Dan—, aquí, en el jardín. Traeré a un juez de Sydney. No invitaremos más que a tu familia cercana. La mía vive en Perth. Demasiado lejos para que asistan sin que les avisemos con anticipación. Ten… —le entregó la pluma.
Después de sentarse, continuó:
—Me imagino que la señora Bertram me preguntará qué posición ocupará ahora que nos casemos. ¿Le pido que se quede, o prefieres administrar la casa sola? Tú decides, aunque te sugiero que la conservemos, lo mismo que a los otros sirvientes. Son discretos, responsables y necesitarás ayuda cuando recibamos invitados. Además de la señora Bertram, contraté a un jardinero y una mucama.
Cassie permaneció sentada, como una estatua. Ama de llaves… empleados… invitados…
De pronto comprendió lo que la unión con ese hombre significaba. Ni siquiera había considerado la vida que requería un exitoso hombre de negocios como Dan. Se esperaba que su esposa fuera una anfitriona impecable. La posibilidad la inhibía, sobre todo ahora que estaba vestida de esa manera. Resaltaba la locura de continuar con esa idea.
—Dan, yo… —sus ojos se llenaron de pánico—. ¿Estás seguro de que… quieres casarte conmigo?
—Pensé que habíamos resuelto ese problema —replicó, en tono cortante.
—Sí, pues… quiero decir…
El estómago de Cassie se torció en un nudo. Lo mismo que su lengua. Aspiró para calmarse y trató de nuevo.
—Escucha, Dan —le rogó, con tono conciliatorio—, lo he estado pensando. Me parece que le debes dar a Jason un poco más de tiempo para que se acostumbre a la idea de tener un padre.
—¿Buscas darte tiempo? —le lanzó una mirada tenebrosa—. Creí que ya todo estaba arreglado, Cassie. Anoche aceptaste que nos casáramos.
—Sí, Dan… pero yo… no me di cuenta de lo que ello implica. Quiero decir… soy veterinaria, una veterinaria rural. No estoy acostumbrada a la alta sociedad. Las cenas y las fiestas no me agradan mucho. Debes comprender que si me caso, no cambiaré mi profesión por la vida de una mariposa de alta sociedad.
—Cuando te cases, no si te casas —la corrigió. La miró de un modo extraño, casi con ternura—. No me importa que trabajes, te lo aseguro. Compré esta propiedad para llevar una existencia más tranquila. En algunas ocasiones deberé atender mis negocios y de vez en cuando invitaré a una pareja para que pase el fin de semana con nosotros, pero soy un hombre al que le encanta la vida familiar. A propósito de familia, ¿seguirás trabajando cuando te embaraces?
—¿Qué?
—Deseo tener más hijos, Cassie. Supongo que estarás de acuerdo en que Jason tenga un hermano o hermana. Tú fuiste la que afirmó que aspirabas a que tuviera una vida normal.
Cassie contempló a Dan, mientras un pensamiento brutal se estrellaba en su cabeza. Si no hubiera detenido a Dan la noche anterior, quizá ya habría concebido otro hijo.
Con una mano se tocó la sien. La sangre le hervía en el cerebro. Se sentía mareada. Enferma. Como si el pasado se repitiera.
—Las circunstancias caminan demasiado aprisa para mí —se quejó—. Por favor, Dan, dame más tiempo —le suplicó con sus pupilas claras.
—¿Más tiempo? ¿Para qué? ¿Para que huyas? ¿Para que me contradigas? Ya me robaste ocho años de la vida de mi hijo; no tengo intenciones de arriesgarme a perder un día más.
—No huiré —le juró, desesperada—. Pero no puedes esperar que me case contigo y tenga otro hijo a la velocidad de la luz. Debo considerar otras responsabilidades, otras obligaciones…
—¿Cuáles?
—Mi madre…
—Tu madre se casará en menos de quince días —la interrumpió Dan con rudeza—. Con el querido Roger, nada menos.
Cassie se quedó con la boca abierta.
—Jason es un chico muy comunicativo —le explicó Dan, seco—. Me contó todo acerca de su abuela y tu jefe. Como no creo que engañes a tu madre con un hombre de casi sesenta años, presumo que me mentiste. ¿Por qué, Cassie? ¿Por qué quisiste que pensara que tu jefe era tu amante?
Cassie apartó la vista de esos ojos inquisidores y guardó silencio.
—¿Con quién duermes, que debes ocultarlo con una mentira? ¿Está casado? ¿Por eso?
—Sólo he dormido con un hombre casado, Dan McKay, y eso fue debido a mi ignorancia. No tengo amante… por el momento —agregó, cuando descubrió el brillo de triunfo en las pupilas de Dan.
Él ignoró sus últimas palabras.
—Así que… ¿no tenías una cita romántica anoche? Entonces, el vestido rojo te lo pusiste por mí, ¿no es cierto?
A Cassie le entró el pánico al comprobar que Dan la observaba con una vanidad insufrible.
—Desde luego —su tono sarcástico lo hizo mostrarse cauteloso—. Pero no te felicites. Vine a Strath-haven para seducirte.
—¿Para qué?
—Ya me oíste. Planeaba usar la lujuria que sientes por mí para obligarte a hacer lo que yo quisiera… Pero no lo llevé a cabo. Aun arriesgando la felicidad de mi hijo, no pude caer tan bajo.
El silencio descendió sobre la pareja. A medida que la ira se extinguía en Cassie, empezó a arrepentirse de sus palabras. ¿Qué ganaban con esas agrias discusiones? Sería más provechoso si trataran de comportarse con cierta educación para mejorar su relación.
—Lo siento, Dan —suspiró—. No… no debí decir eso.
—¿Por qué no? Si es la verdad… —replicó con voz amarga.
—Si insistes en proseguir con nuestro matrimonio, creo que debemos intentar ser amigos —afirmó, con una mirada de verdadero arrepentimiento—. ¿Cómo puede Jason ser feliz si sus padres siempre se están peleando?
De nuevo la tibieza afloró a los ojos de Dan.
—No quiero pelear contigo, Cassie —le prometió en voz baja—. Nunca lo quise…
La joven luchó porque esos ojos no la afectaran. Dan la miraba como si la amara y le resultaba difícil, muy difícil, no corresponderle. Se acordó que era muy listo en ese plano… en proyectar algo que no era real. Quería conseguir su cooperación y lo lograría de una u otra manera.
—Firma, Cassie —la urgió.
Observó los papeles. Se sintió en una montaña rusa, jalada de arriba hacia abajo, sin control, sin ningún dominio sobre su destino. Si firmaba, sería como entregar su vida y poner la felicidad de Jason en manos de Dan. Titubeó, con el corazón golpeándole el pecho, la mente girándole sin cesar.
—¡Firma!
Contempló de nuevo la cara varonil, adivinando que de nada servía rogarle. Estaba atrapada, tanto por sus oscuros deseos, como por él.
Firmó.
La pluma se deslizó de sus dedos sin fuerza y cayó al suelo.
Dan se inclinó y recogió las formas.
—Bebe tu café —le aconsejó en un tono más suave—. Estás pálida.
La taza tembló sobre el plato cuando ella la levantó.
Apenas saboreó el líquido caliente y aromático. Bebía como autómata, atontada por la enormidad de la acción que acababa de cometer.
—No te arrepentirás, Cassie —le aseguró.
Lo miró largo tiempo. Estudió a un hombre guapo, con hermoso cabello negro y un rostro sensual; un hombre de poderosa musculatura, vientre plano y piernas atléticas.
Contempló a un desconocido.



CAPITULO 9


—¡Cariño, estás preciosa!
Cassie le sonrió apenas a su madre, antes de observar su imagen en el espejo. Se arregló el cabello por enésima vez, metiendo unos mechones rebeldes bajo el ala del sombrero.
—Me gustaría no haberte hecho caso y no ponerme un vestido blanco —frunció el ceño—. ¡Ni este sombrero ridículo!
—¡Te queda de maravilla! Y todas las novias usan velo o sombrero.
Cassie vio de nuevo su traje nupcial. El vestido estaba hecho de encaje, mangas largas y una falda que le llegaba justo abajo de la rodilla. Por debajo del encaje se distinguía la piel bronceada de Cassie, lo mismo que la vertiente de los senos. A pesar del color, el vestido no exudaba una cualidad virginal.
Cassie respiró profundo, metiendo y sacando el oxígeno, pero nada deshizo los nudos de su estómago. Esa noche sería la noche de su boda…
—No puedo decirte lo contenta que estoy con este matrimonio —comentaba su madre—. Lo considero un milagro. Roger y yo nos quedaremos a vivir en la granja, y no en su pequeño apartamento en el pueblo, y tú y Jason estarán al otro lado del río. Sólo tendrán que cruzar el puente para… hablando de Jason… nunca olvidaré la expresión del niño cuando Dan le dijo que era su padre. ¡Nunca! Me llenó los ojos de lágrimas. Y también noté que Dan estaba muy conmovido. Honor a quien honor merece, Cassie. No importa cómo haya sido ese hombre hace nueve años, ha cambiado. No podrías conseguir un padre más devoto y amante para tu hijo que él.
Cassie estuvo de acuerdo. Dan se presentaba cada tarde en la escuela para recoger a Jason, quedándose con el niño hasta que Cassie terminaba de trabajar. Jason volvía a la granja oliendo a perro, pero con referencias a cómo se divertía y a sus aventuras con una computadora que le compró su padre, para compensarlo por los ocho cumpleaños que no pasaron juntos.
Pero eso fue todo lo que le compró al niño, lo cual sorprendía a la joven. Temía que cubriera de regalos al chico, consintiéndolo a morir, para tratar de ganarse su afecto. Parecía que no era necesario. Jason de inmediato lo amó y hablaba sin cesar de su "nuevo" papá.
A Cassie también la sorprendió la reacción de la comunidad respecto a su próximo matrimonio. Dan la acompañó a ver jugar a Jason un partido de cricket y cuando el niño anunció a los cuatro vientos que él era su padre, que se casaría con su "má" al día siguiente, todos fueron a felicitarlos, con una sinceridad tan obvia en buenos deseos, que la conmovieron.
Desde luego, en público Dan se comportaba como un novio amante, tomándola de la mano, sonriendo y pasándole un brazo sobre los hombros de vez en cuando. A la joven le costó un gran esfuerzo no rechazar esas muestras de falso afecto. Pero se mantenía tensa y dura cuando la tocaba. La situación le parecía insoportable y en las raras ocasiones en que se quedaron a solas, Dan permaneció serio y mudo. Sólo una vez habló… al pedirle que extendiera su dedo para medir el tamaño del anillo de matrimonio.
—¡Eh, salgan ustedes dos! —las llamó Roger—. Ya llegó la carroza nupcial.
Cassie se preparó y le sonrió.
—¿Me veo bien, jefe? —preguntó, con cierta emoción en la voz.
Roger silbó con admiración.
—Si no estuviera loco por tu madre, rivalizaría con ese joven al otro lado del río por conquistar tu mano.
Cassie rió. Cuando le confesó a Roger que pensaba casarse y la razón por la cual lo hacía, Roger se manifestó un poco ofendido.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —la reprendió y luego agregó, refunfuñando—: Todo esto me parece demasiado precipitado.
Pero de alguna manera terminó reconciliándose con la idea. Quizá, pensó Cassie divertida, fue cuando Dan cenó con ellos el viernes y le comentó a Roger sus planes para construir una cava de vinos.
La vista de Cassie se posó en su madre y en Roger, que la observaban expectantes. Mientras se agitaba en su cama, inquieta y desvelada la noche anterior, decidió que no mostraría el menor titubeo durante la ceremonia, y que hasta fingiría una felicidad total. No quería que su familia se preocupara por ella. Pero iba a ser más difícil de lo que creía.
Sin embargo…
—¿Y bien, amigos? ¿Qué esperamos? —preguntó, con una sonrisa tensa.
La camioneta blanca de Roger estaba preciosa. La pintura brillaba, recién pulida y la vestidura de los asientos fue lavada el día anterior. Pero Cassie estuvo a punto de llorar al descubrir la muñeca vestida de novia sobre el cofre, atada con los moños tradicionales. Le pareció que representaba todo lo dulce y amoroso de una boda, todo lo que faltaría en la suya.
Jason ya había subido en el coche y brincaba en el asiento.
—Apúrate, má. No queremos llegar tarde.
—Se supone que es privilegio de las novias llegar tarde —le indicó su abuela.
—¿Por qué?
—Para que cuando al fin se presente la chica, el pobre novio esté tan nervioso, que se olvide de la tontería que está a punto de cometer —bromeó Roger.
—¡Roger Nolan! —lo reprendió Joan—. Si eso es lo que piensas, puedes…
Roger la calló con un rápido beso antes de poner el motor en marcha.
—¡Oh, qué asco! —protestó Jason—. Espero que tú y papá no se besen, má.
Las mariposas se agitaron de nuevo en el estómago de Cassie, pero logró tranquilizar a su hijo con una sonrisa.
—No mucho, Jason —murmuró.
—¡Qué bueno! Uno de mis compañeros de la escuela me dijo que se besarían todo el tiempo, pero yo le dije que no. No me creyó, pero él no te conoce como yo, ¿verdad, má?
Las mariposas se desbandaron en el interior de Cassie. Por la boca de los niños…
—¿Cuándo regresarás de Sydney, má?
—El viernes —respondió—. No olvides que tu abuela se casa el sábado.
—¿Tendré que ponerme estos horribles pantalones otra vez?
—Me temo que sí.
—A propósito, Cassie —intervino Roger—, contraté a un chico recién salido de la universidad para que me ayude, mientras estés ausente. Se quedará contigo mientras yo viajo. Y lo conservaré, si es eficiente. Tenemos bastantes clientes y nadie sabe lo que pueda pasar en un futuro cercano.
La miró por el espejo retrovisor y la joven comprendió con exactitud a lo que se refería. Quizá se embarazara. Pensar en la posibilidad la puso todavía más nerviosa. Le recordó que en unas horas su matrimonio con Dan se consumaría. Encontraba aterradora esa posibilidad; sin embargo, muy excitante. Nueve años… ¿Sería como ella recordaba? ¿La falta de amor representaría una gran diferencia?
—¡Ya llegamos! —gritó Jason, obligando a su madre a volver al presente—. Mira, papá baja por la escalera. ¡Está elegantísimo!
De acuerdo, pensó Cassie, sobresaltada. Vestía un traje gris claro, camisa blanca, corbata roja y un pañuelo que agregaba otro toque de color. Sin embargo, su boca se apretaba en una línea dura y en sus ojos había melancolía. Parecía tenso mientras caminaba hacia el coche.
—El novio está nervioso —rió Roger, en voz baja.
—¡Cállate, Roger! —siseó Joan.
Cassie tragó saliva. Sus nervios aumentaron a causa de la expresión imponente de Dan. ¿Acaso empezaba dudar de la conveniencia de casarse con una mujer a quien no amaba? Quizá su deseo egoísta y, casi con seguridad, vengativo, de meterla en su cama, se desvanecía.
Cassie no miró a Dan cuando le abrió la puerta y le tendió la mano. La tomó y él la ayudó a ponerse de pie; entonces, al fin, levantó los ojos. Se sorprendió al ver que le sonreía.
—Estás hermosa —murmuró, admirado.
Se observaron un largo momento, en silencio, quietos, y a Cassie la invadió una profunda emoción. Le llenó el alma; le invadió el corazón. Resultaba cegadora por su intensidad.
Lo amo, admitió al fin, siempre lo he amado.
Se estremeció ante ese descubrimiento; se le enfrió la sangre y retiró su mano de la de él.
Dan le dio la espalda, no sin antes asumir su antigua expresión y endurecer sus facciones.
—Vengan —pidió, con perfecto control de su voz—. El celebrante nos espera en el quiosco. Anda, Cassie… —la tomó de la mano sin verla y el grupo avanzó.
De algún modo, la joven sobrevivió a la ceremonia. Habló cuando debía hablar, sonrió cuando debía sonreír, aceptó un beso cuando debió aceptarlo.
Nada la afectaba. Se sentía como si habitara otro mundo. En lo único que pensaba era por qué… por qué… por qué…
Él no merecía su amor. No había tratado de conquistarlo. Nueve años antes aceptó todo lo que ella podía ofrecerle y luego la abandonó. Ahora entraba en su vida, pisoteaba sus sentimientos y la obligaba a casarse con él. Ni su amor por Jason justificaba su egoísmo. Cassie se sintió abrumada por la injusticia de ese asunto. Abrumada y desesperada.
—Pareces cansada, linda —comentó su madre más tarde, mientras bebían champaña en la terraza. Roger y Dan conversaban, Jason jugaba con Hugo, a pesar del peligro que representaba para su traje nuevo; y el oficiante había partido en el helicóptero.
—¿Qué dijiste, mamá? —preguntó Cassie, distraída.
—No hay problemas entre tú y Dan, ¿verdad, hija? —inquirió, frunciendo el ceño.
Cassie se dominó. Su madre no merecía que la siguiera torturando con las decisiones que tomaba. Siempre la apoyó, hasta el grado de alquilar su casa para ir a cuidar a Jason, mientras Cassie asistía a la universidad.
—Claro que no, mamá. No te imagines tragedias. Sólo estoy cansada. Ya sabes lo complicada que ha sido la semana, con la compra del ajuar, empacar cosas, cambiar mis muebles a Strath-haven, organizar el cuidado de Jason mientras estoy fuera…
Joan asintió.
—Sí… te sentarán bien unas vacaciones. Me parece bien que no salgan hasta mañana. ¿Dónde se quedarán en Sydney? Quizá te llame por teléfono.
—Te diré la verdad. No tengo la menor idea. Dan quiere que sea una sorpresa —lo cual era una mentira. Cassie y Dan no se habían comunicado a nivel personal durante toda la semana.
Excepto para entregarle el anillo. Contempló el aro de oro, consciente de que lo llevaba puesto por primera vez.
Casada, reflexionó, temblorosa. Estoy casada en la prosperidad y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad… Miró a su alrededor. En la prosperidad, concluyó, con ironía.
—Yo te llamaré por la mañana, mamá —le prometió—, y te informaré en qué hotel nos hospedaremos.
—Creo que ya es tiempo de que nos vayamos, amor —sugirió Roger a Joan—. Ya sabes cuán cortos son estos días. Muy pronto será de noche.
—¿No te olvidarás de cuidar a Rosie? —le preguntó Cassie a su jefe, con tono ansioso.
Roger se le acercó con una amplia sonrisa en el rostro y la abrazó.
—Que tu preciosa cabecita no se preocupe por esa yegua, querida. No desaprovecharé un pretexto para visitar a tu madre, ¿eh?
—¿Hay algún problema con ese caballo? —preguntó Dan—. ¿Cassie? —su tono encerraba un leve reproche.
La joven se puso tensa al instante, provocando que Roger la observara con curiosidad. Hizo un esfuerzo por tranquilizarse y sonreír.
—No, ninguno. Me preocupo demasiado como mamá. Váyanse. Comprendo que tienen muchas cosas que hacer. Jason, es hora de irse.
A su madre se le llenaron los ojos de lágrimas ahora que llegaba el momento de despedirse. Hasta Jason parecía triste. Cassie se inclinó y le dio un fuerte abrazo y un beso. En esa ocasión, no se quejó de que su madre fuera demasiado tierna. La rodeó con los brazos.
—Te portarás bien con la abuela —le recomendó, emocionada—, y cuando papá y yo regresemos, te recogeremos en la granja.
—¿El mismo día? ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo —le pareció demasiado pequeño y su corazón se estremeció. Lo abrazó de nuevo y cerró los ojos con fuerza, para evitar que sus lágrimas se derramaran. Cuando los abrió, vio a Dan por encima del hombro de Jason, observándola con una expresión indescifrable.
—¿No te despedirás de mí, hijo? —preguntó él.
Por una razón inexplicable, Jason no contestó. Ni se volvió. Ocultó su cara en el cuello de su madre, casi tirándole el sombrero.
—No te quitaré a tu madre por mucho tiempo, Jason —le aseguró Dan, hincándose al lado del niño—. Te llamaremos todas las noches. Y el año entrante, iremos juntos de vacaciones. A donde tú quieras.
Jason alzó la cabeza, con sus ojos brillantes de lágrimas.
—¿A Disneylandia? —investigó, empezando a sonreír.
—A Disneylandia.
Jason se echó en los brazos de su padre con un sollozo. Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Cassie, haciendo que volteara la cabeza.
Cuando el pequeño grupo partió, Cassie se sentía extenuada, como un trapo viejo que se tira a la basura. Se quedó parada, viendo cómo la camioneta desaparecía en la distancia.
—Anda, Cassie…
No se resistió cuando Dan la tomó del codo.
—Hora de dormir. Te meterás en la cama en este instante —le ordenó, guiándola hasta la puerta principal.
—¿A la cama? —repitió, temblorosa, deteniéndose en seco.
—Sí.
Un estremecimiento la recorrió. ¿No podía esperar a que fuera de noche? Una lágrima solitaria bajó por su mejilla, pero ya no le quedaba energía para luchar contra ese hombre. Había ganado. En realidad, jamás dejó de amarlo, sin importar lo que hubiera hecho, o lo que haría en ese momento.
La llevó escaleras arriba, como a una niña, y entraron en el primer dormitorio a la derecha. Cassie estuvo en esa habitación el día anterior, desempacando su magro guardarropa, que apenas llenaba la mitad del espacio que Dan le asignara. En aquel momento contempló el cuarto casi vacío, pretendiendo que estudiaba qué clase de muebles compraría.
Pero sus ojos y su mente se centraban en una cama de bronce y su imaginación se proyectó al momento al que ahora se enfrentaría. Su fantasía mental estuvo llena de deseo y pasión, de corazones latiendo sin cesar y carne desnuda ardiendo. Aun después de que regresó a su casa, el pensamiento de Dan haciéndole al fin el amor, la mantuvo despierta la mayor parte de la noche.
Ahora sus ojos estaban hinchados, su mente vacía, y su corazón mudo.
Contempló el lecho matrimonial y todo lo que ansió fue hundirse en la sobrecama blanca y apoyar su cabeza en las almohadas, para escapar en el olvido del sueño. Ningún deseo calentaba sus venas. Ninguna pasión le picaba los sentidos. Se sentía débil, derrotada… una muñeca de trapo.
—Ven… déjame ayudarte —Dan le quitó el sombrero, arrojándolo a un rincón. Su cabello cayó, pero ella no hizo ningún movimiento para arreglárselo. Se quedó inmóvil, mientras él se movía a sus espaldas y le abría el broche del cuello del vestido. Permaneció indiferente.
La cremallera presentó poca dificultad para las manos hábiles de Dan y, una vez que le bajó el vestido por los hombros, lo dejó caer al suelo. La tomó de la mano para que no tropezara con él.
Cassie apenas oyó que él contenía el aliento. Usaba un sostén sin tirantes y un medio fondo, más por necesidad que por erotismo. Pero ambos estaban hechos de fina seda y casi no ocultaban sus curvas femeninas.
Se sorprendió un poco cuando Dan la tomó de la mano y la condujo a un costado de la cama, obligándola a sentarse. Pero ella no ofreció resistencia, permitiéndole todo lo que deseara de una manera automática e inconsciente.
Sin embargo, cuando se hincó y le quitó uno de los zapatos, su propio aliento se le anudó en la garganta. Las manos de Dan eran suaves, como una caricia de una pluma sobre su tobillo. Y, cuando tomó el otro pie, ella hizo un gesto, con los ojos abiertos por el asombro.
Él levantó la cabeza de pronto para verla y frunció el ceño, pensativo, antes de reanudar su tarea.
Cassie apretó los puños, luchando contra las sensaciones que sus caricias creaban dentro de ella. No… no quería sentir eso… ¡No en ese momento! Al contrario, quería odiarlo todavía más por hacerle el amor.
Pero lo que había permanecido adormecido, sofocado por su nerviosismo, opacado por su cansancio y el champaña, empezó a cobrar vida, de forma inexorable.
Ella tragó saliva, pero lo obedeció, mientras la tensión le estrujaba las entrañas. Cuando las manos de Dan se deslizaron bajo el fondo para quitarle las medias, una excitación intensa le recorrió la espalda. Temblorosa, se apoyó en un codo para observar cómo las medias se reunían con el sombrero, en el rincón.
Cuando Dan la tomó por ambas manos y la hizo ponerse de pie, lo contempló con la decisión de dominarse todavía escrita sobre su rostro. La estudió con detenimiento, al acomodarle el cabello detrás de la oreja. Su mano se quedó en el cuello de la joven, frotándole la piel sensible de la nuca, con movimientos circulares.
Por un instante Cassie se relajó, seducida por esos dedos hipnóticos. Cerró los ojos y la oscuridad le permitió ser todavía más consciente de la mano de Dan. Era delicada y sensual. Excitante. Cada nervio en el cuerpo de Cassie gritaba que continuara haciendo más. Quería que ambas manos acariciaran su cuerpo. Las quería sobre sus senos, su vientre, sus muslos. Quería que buscaran e invadieran, que la llevaran al borde del abismo donde…
La lujuria de sus pensamientos agitó la cabeza de Cassie, apartándola de la mano de Dan. Abrió los ojos, estrujada de horror.
Dan la fulminó con los ojos y maldijo entre dientes. Furioso, se apartó para jalar las mantas con un ademán violento.
—Métete en la cama, Cassie —gruñó.
La chica titubeó, pero cumplió la orden, frunciendo el ceño cuando su esposo la cubrió hasta los hombros con la ropa de cama.
—Pero yo pensé que tú…
—Duérmete —la atajó—. Ni siquiera yo, a quien consideras un malvado, soy tan egoísta para poseerte cuando estás muerta de cansancio y te muestras tan poco cooperativa.
—Pero, Dan, yo… —se detuvo. Él ya salía del cuarto. Llamarlo, explicarle que mal interpretaba sus reacciones, rogarle que se quedara con ella, le era imposible. Todavía conservaba cierto orgullo.
Lo miró, deseando que se volviera. Pero él continuó su camino y, cuando la puerta se cerró, a Cassie no le quedó más remedio que aceptar que esa noche no se consumaría su unión.
Gimió y se acostó; la desilusión se convirtió en un dolor agudo en su pecho. Y, mientras suponía que la ausencia de Dan era un gesto de consideración y sensibilidad hacia ella, no podía descartar la impresión de que, cuando llegó el momento, en realidad no la deseó con tanta pasión. El Dan de antaño no se hubiera ido. Pero el Dan de antaño la amaba… en cierto modo.
Los sollozos se acumularon en el corazón de Cassie hasta que ya no pudo contenerlos. Lloró y lloro. Y cuando al fin se quedó dormida, aferrada a la almohada, no supo que Dan había regresado poco tiempo después.
Permaneció junto a la cama, contemplándola, entrecerrando los ojos al descubrir las lágrimas que mojaban sus mejillas. Soltó un suspiro trémulo y luego se volvió, apagando la luz, antes de salir de la habitación.



CAPITULO 10


Cassie se levantó en la penumbra, sentándose en la cama. Tardó varios segundos antes de recordar dónde estaba. Y todavía seguía sola.
Se hundió en la almohada y dejó escapar un suspiro tembloroso, luego encendió la lámpara al lado de la cama. Le echó un vistazo a su reloj. Diez para las seis. ¡Durmió más de diez horas!
Sus ojos se fijaron en la puerta que estaba entreabierta. ¿Regresó Dan durante la noche? Si era así, ¿por qué no se metió en la cama? ¿Por qué la dejó sola cuando juró que la deseaba?
Cuanto más pensaba Cassie en las reacciones de Dan de la noche anterior, más confusa se sentía. Nada tenía sentido. A menos que… ¿Sería posible que en realidad la amara y que esos sentimientos abarcaran más que la posesión física? Eso explicaría su tierna consideración y el haberle permitido dormir sola.
¿O acaso era que su deseo había disminuido ahora que conquistó su objetivo? Quizá todo lo que quería era ponerle un anillo en el dedo y tener a Jason bajo su techo.
La desilusión le apretó el estómago. Oh, Dios… ¿qué pasaría si nunca deseaba hacerle el amor? ¿Qué tal si la atrapó en la prisión de un matrimonio de conveniencia? ¿Qué ocurriría…?
Cassie gimió. ¡Era ridículo! Permitía que su mente la arrastrara por vericuetos inconcebibles. Dan no sería tan cruel. ¡Jamás!
¿Estaba segura?
Apartó las colchas y saltó de la cama, negándose a seguir lucubrando esas fantasías morbosas. Así las calificaba, se regañó. De tontas, estúpidas y enfermizas suposiciones.
Aspiró a fondo y se decidió a hacer algo. Cualquier cosa, con tal de impedir que su mente siguiera torturándola.
Daría un paseo. ¡Excelente idea! Se vestiría e iría a pasear. Eso le despejaría la mente. Bajaría hasta el río y observaría el amanecer. Quizá visitaría a Rosie, no le tomaría mucho tiempo y eliminaría ese pendiente por el resto del día.
Diez minutos después, Cassie se había bañado y puesto sus pantalones de mezclilla. Hizo la cama y luego bajó a la cocina. Se sirvió un vaso de leche y estaba a punto de salir, cuando descubrió un pizarrón de corcho para recados. Titubeó y luego escribió uno para Dan, indicándole a dónde iría.
El sol ya estaba en lo alto cuando llegó al centro del puente, tiñendo de rojo y oro las aguas grises. Hacía frío y Cassie siguió caminando, revisando desde la distancia el correr de los caballos. Cuando terminó, una punzada de temor le oprimió el corazón. No veía a Rosie. Desde luego, podía estar descansando en el establo, pero…
Cassie apresuró el paso, casi tropezando con los escalones al otro lado del río. Empezó a correr, cruzando en pocos segundos el camino que conducía al establo. ¿Dónde estaba? Cassie volvió la cabeza hacia uno y otro lado. El corral parecía vacío.
De repente vio a la yegua, recostada bajo una vieja higuera.
Nunca había sentido tanto pánico. Le apretó el estómago, con un dolor cálido y cegador. Oh, Dios, rezó, con el pulso latiéndole en las sientes y amenazando con echarse a llorar. ¡No permitas que le pase nada a mi Rosie!
Cassie saltó la cerca y se acercó al animal en un instante.
—Calma, calma, Rosie —exclamó, hincándose en el lodo, para acariciar los flancos temblorosos del animal—. Ya estoy aquí, vieja. Ya estoy aquí. Todo saldrá bien.
Pero no todo estaba bien. El potrillo estaba atravesado en el canal de nacimiento y Cassie necesitó de toda su habilidad y paciencia para rectificar el problema. Cuando lo logró, Rosie estaba exhausta. Era una yegua vieja y se cansaba con rapidez. La veterinaria se sintió impotente, pero mantuvo su pánico bajo control, tranquilizando a Rosie con su voz calmada y palabras monótonas.
—Lo estás haciendo de maravilla, viejita. Descansa un poco —Cassie acunó la cabeza del animal en su regazo, acariciándole las crines, sin cesar de hablar.
De nuevo se iniciaron las contracciones. Rosie se puso tensa. Su cabeza se enderezó por el dolor, antes que la dejara caer de nuevo. Cassie sintió ganas de llorar, pero no lo hizo. Sin embargo, el esfuerzo por mantenerse tranquila y ayudar a la yegua fue tremendo.
El tiempo pasó y la preocupación de Cassie aumentó. Deseaba tener su maletín consigo. Una inyección para fortalecer las contracciones quizá hubiera ayudado al parto. Y quizá no. Rosie ya no era joven. Cassie continuó rezando.
—Vamos, vieja —la alentó de forma verbal—. Puedes lograrlo. Allí viene otra contracción. ¡Empuja!
Para su sorpresa, Rosie respondió a la perfección. Empujó, dos, tres veces y de pronto salió una masa húmeda, que al romper la bolsa protectora, dejó entrever a un sucio pero saludable potrillo.
—¡Fantástico! —la alabó Cassie, con lágrimas de alegría y alivio en los ojos. Ya sin dolor, Rosie se transformó en un caballo diferente. Se puso de pie y empezó a saludar al recién nacido. Hacía años que la vieja yegua había dado a luz, pero los animales nunca olvidan esa experiencia. Su larga lengua maternal inició la tarea tediosa de limpiar y secar al potrillo.
Cassie fue hacia la cerca, la saltó y se lavó las manos en la llave del agua. Luego se reclinó sobre los maderos para observar el trabajo meticuloso de Rosie. La yegua no se detuvo hasta que la piel del pequeño estuvo seca y entonces empezó el proceso, todavía más lento, de alentar al potrillo a que se pusiera de pie. Cuando al fin lo consiguió, lo empujó con suavidad a sus ubres, moviéndose cada vez que el tambaleante animalito caminaba en dirección equivocada. Repitió esa frustrante maniobra con admirable paciencia, pues el potrillo, un tanto prematuro, era más frágil de lo normal y se caía con facilidad.
Cassie aplaudió cuando al fin el potrillo se mantuvo en pie el tiempo suficiente para empezar a mamar. Sentía que su pecho estallaría de orgullo, pues ese era su triunfó, al igual que el de Rosie. Ella, sin ayuda de nadie, rescató al animal de una muerte segura y lo llevó a ese momento milagroso. Las lágrimas se derramaron de sus ojos ante el caudal de emoción.
—¡Así que aquí estás!
Cassie se dio la vuelta para ver a Dan, que la llamaba furioso. Se detuvo a su lado, mientras su ira se convertía en exasperación al descubrir las lágrimas de la joven.
—Oh, Dios, no —musitó—, no llores otra vez —movió la cabeza de lado a lado, frustrado al máximo. Suspiró fatigado—. Ni siquiera yo puedo resistir esto.
Azorada, Cassie lo contempló anonadada.
—¡Y tampoco puedo soportar esas miradas inocentes! —explotó su marido—. Accediste a casarte, Cassie. Admito que te forcé la mano, pero sabes que es por el bien de Jason. Podrías al menos darnos una oportunidad de… ¡Oh, maldición! —se pasó los dedos por el cabello y los ojos reflejaron una especie de desesperación—. ¿Qué más puedo hacer? —exclamó, angustiado.
Cassie se quedó asombrada por esa exclamación atormentada, mientras la implicación de las palabras cargadas de emoción se aclaraba con lentitud. ¿Hablaba el mismo hombre frío… sin sentimientos… duro… que conocía? ¡Imposible!
—Maldición, Cassie —estalló de nuevo—, no soy un santo y mi paciencia se está terminando. Traté de comportarme como un marido considerado anoche, ¿no es cierto? Antepuse tus necesidades en primer término, aunque, con un demonio, alejarme de ti fue lo más difícil que he hecho en mi vida.
El corazón de Cassie se contrajo. ¡La deseó! ¡La deseó!
—¿Y qué sucedió? —prosiguió, tomándola por los hombros y sacudiéndola—. Me levanto esta mañana para encontrar que ya hiciste la cama y desapareciste. Te he buscado durante una hora… preocupándome… sin saber… Y, cuando te encuentro, estás llorando de nuevo. ¿Qué se supone que debo hacer, maldición? ¿O no te importa lo que haga?
—Oh, Dan —lo interrumpió sin aliento—. Lo siento muchísimo… yo… ¿No viste mi nota?
Dan bajó las manos, azorado.
—¿Nota?
—Dejé un recado en la cocina, diciéndote que vendría a visitar a Rosie… Es obvio que no lo viste. Y mis lágrimas no se relacionan para nada con nuestro matrimonio. Lloro de felicidad.
Lo tomó del brazo y lo volvió hacia la cerca.
—¿Ves? Rosie tuvo a su potrillo. Por eso me tardé tanto. Estaba en labores de parto cuando llegué y necesitó de mi ayuda.
Cassie señaló a la yegua y a su hijo que parecían en excelentes condiciones. El pequeño se encontraba a la sombra de su madre y Rosie comprobaba a cada minuto si su pequeño milagro todavía seguía allí.
—¿Ves? —Cassie miró a Dan con los ojos brillantes de lágrimas—. ¿Ves? —repitió con ansiedad cuando él no comentó nada.
La miró con dureza largo tiempo.
—Ya veo —suspiró al fin.
Una ola de intenso alivio cubrió a Cassie. Él comprendía… le había tocado el corazón.
—Gracias a Dios —exhaló, con voz ronca.
Cassie aceptaba, sin la menor sombra de duda, que deseaba a Dan como esposo… bajo las condiciones que fijara. Lo amaba hasta la locura. Y ahora que le demostraba que su consideración se basó en una genuina ternura, que de verdad intentaría que su matrimonio tuviera éxito… Cassie estaba dispuesta a dar más de la mitad que le correspondía.
—¿Así que no pensaste en abandonarme? —le preguntó Dan, todavía frunciendo el ceño.
—¡No!
—¿Las lágrimas eran por esa yegua? —insistió, con una expresión cautelosa.
—Te lo juro.
Poco a poco la tensión de su rostro se dulcificó, aunque no sonrió. Sus ojos se posaron en Rosie.
—Esa yegua, Rosie… ¿significa mucho para ti?
—Oh, sí.
—¿Por qué te parece tan especial?
Cassie le contó todo acerca de Rosie, hablando con el entusiasmo de una amante de los animales.
—No podía dejar que la convirtieran en comida para perros, ¿verdad? —terminó, sonrojándose de placer ante el interés que Dan le mostraba.
—No… desde luego que no —concordó, con una mirada irónica—. ¿Y los otros caballos? —continuó, con un gesto divertido—. ¿También son refugiados?
—Casi todos. Pero Rosie es especial. Venderé los otros o los regalaré, cuando estén en buenas condiciones, pero jamás me separaré de Rosie.
Habían empezado a caminar por el sendero, a medida que charlaban.
—¿Por qué no te los llevas a la isla? —sugirió Dan—. Hay mucho pasto allá.
—Sería estupendo, pero…
—Pero, ¿qué?
—Deben dormir en un establo o granero. Hace frío en invierno y les gusta estar bajo techo cuando llueve.
—Construiremos establos, entonces.
—Los buenos establos cuestan una fortuna —comentó Cassie, frunciendo el ceño—. Quizá…
—¡Cassie! —Dan se detuvo, la tomó por los hombros y la hizo mirarlo de frente—. Me puedo dar el lujo de construir unos establos. De darte todo lo que quieras. ¡Todo! Sólo necesitas pedírmelo y te lo compraré.
A Cassie se le oprimió el corazón al contemplar esa cara hermosa y seria. No puedes comprar lo que más deseo, pensó, pero apartó ese pensamiento destructivo. Dan trataba de complacerla. Y se preocupaba por su felicidad. Acaso sólo por el bien de Jason, pero, ¿qué importaba? Todo se veía más luminoso que cuando se levantó esa mañana.
Sonrió. Un matrimonio donde sólo uno de los involucrados está enamorado, siempre sería difícil. Pero no insalvable. Debía aprender a adaptarse.
—Tomaré esas palabras al pie de la letra —le advirtió, fingiendo una alegría ligera.
—Pide lo que quieras.
Cassie comprendió que deseaba comprarle algo, que necesitaba comprarle algo. Quizá era su manera de resarcirla por obligarla a casarse con él. Pero en realidad no se le antojaba nada y tuvo que oprimirse las membranas cerebrales para que se le ocurriera algo.
—Yo… me gustaría cambiar los neumáticos de mi jeep por unos nuevos.
—¿Neumáticos? —Dan hizo un gesto—. Le ofrezco a mi nueva esposa el mundo entero y me sale con que le urgen neumáticos.
Sin embargo, la joven adivinó que estaba feliz.
—Dan… —murmuró y la voz se le quebró.
—¿Sí? —la preocupación se filtró en sus ojos y su voz.
—Buenos días —le dijo y lo besó.
No cabía duda de que lo desconcertó. Se apartó de sus labios como si estuvieran cubiertos de veneno.
—¿Para qué hiciste eso? —inquirió Dan, después de recobrar la compostura.
—Para nada. Quise hacerlo.
—¿De veras? —indagó, levantando una ceja.
—Sí.
—¿Eres impulsiva?
—Algunas veces…
Le lanzó una mirada extrañísima, medio sensual, medio triste.
—Sabes… he estado pensando… No nos conocemos bien, ¿verdad?
Cassie se puso tensa, luego siguió caminando. Dan la imitó. Esperaba que ese comentario no fuera la clave para que empezara a hablarle acerca de su primer matrimonio. Quizá se comportaba como una irracional, pero no le atraía enterarse de los porqués y los cuándos de la relación que había apartado a Dan de su lado. Quizá, en el fondo de su mente, quedaban algunas interrogantes. Quizá tuviera curiosidad por saber qué clase de mujer fue Roberta, si rica o hermosa y cómo murió. Y tal vez, con el tiempo, lo averiguaría… Pero no en ese momento. Su sentido del compromiso no se extendía tan lejos.
—Nos conocemos lo suficiente —lo atajó, seca.
Continuó caminando, pero sentía que él la miraba.
—Eso es cuestión de opinión —le dijo en voz baja, pero parecía herido.
El arrepentimiento de Cassie fue instantáneo. Estaban rompiendo barreras y ahora, con sus infundados celos, retrocedían a donde se hallaban en un principio.
—Llamaré a Roger más tarde —prosiguió, cambiando el tema con la intención de que la situación se suavizara—. Tendrá que cuidar a Rosie y al potrillo mientras yo estoy ausente. Espero que no surjan problemas —sus cejas se fruncieron con esa nueva preocupación—. ¿No podríamos…? —se volvió hacia Dan.
—No, Cassie —respondió con firmeza, tomándola del codo, al empezar a subir por la escalera del puente colgante—. No podemos. Iremos a Sydney esta tarde y eso es todo. Roger cuidará al potrillo. Necesitamos tiempo para estar juntos, lejos de aquí, sin que nadie nos moleste. Necesitamos intimidad.
Intimidad… Un nudo se formó en el estómago de Cassie al estudiar esa palabra y sus connotaciones. Intimidad… Mientras cruzaban el puente lanzó una mirada furtiva al punto del río donde se encontraba el estudio. La intimidad sólo significaba una cosa para Dan…
Cassie se paró en seco en la mitad del puente.
—Dan…
—¿Sí, Cassie?
—¿Todavía pintas? —barbotó.
—No.
Frunció el ceño y la boca de Dan se curvó con una sonrisa irónica.
—No me importa decirte la razón —prosiguió, contestando a la pregunta muda de su mujer—. La verdad es que no he tenido mucho tiempo para dedicarlo a la pintura en los últimos años. He estado ocupado haciendo dinero.
—Oh.
—Sabes, no me has preguntado a qué me dedico. Podría ser traficante de drogas y tú sin enterarte.
A Cassie la sorprendió el comentario de Dan, más por su propia reacción que por la crítica que insinuaba. Por instinto rechazaba toda posibilidad de que él fuera un criminal. Podía ser egoísta, hasta un esposo infiel, pero en el fondo era bueno. A pesar de lo que sucedió entre ellos, estaba segura de que Dan jamás se propondría, de forma intencional, lastimar a sus semejantes. Parecía poseer una conciencia recta. En alguna parte. Y los criminales carecen de ella.
—No lo creería ni por un segundo —replicó, con sinceridad.
—Me agrada saberlo —repuso, seco—. Supuse que creerías cualquier cosa acerca de mí.
—Desde luego que no —lo miró sonriente y la complació su sorpresa—. ¿Y bien? ¿Me dirás a qué te dedicas o debo torturarte?
—No me resulta fácil explicártelo —se rió.
—¿Ya ves? Por eso no te lo pregunté.
Él volvió a reír. A Cassie le gustó ese sonido. De hecho, le gustaba ese Dan relajado y feliz. Parecía otro hombre de aquél a quien no le importaban los sentimientos de la joven. Este era más parecido a la persona afectuosa que amó nueve años antes y con la que ahora podría vivir.
—Se trata de importaciones, exportaciones, desarrollo urbano, alquiler de propiedades y venta de bienes raíces.
—Suena impresionante —afirmó, apretando los labios.
—¿Y lo estás?
—¿Qué?
—Impresionada.
—Lo siento —se rió—. El dinero no me interesa.
—Eso pensé —suspiró, pero sin irritarse—. A propósito, ¿por qué me preguntaste si pintaba?
Cassie tragó saliva y pensó con rapidez.
—Yo… pues… tenía curiosidad por averiguar qué harías con el estudio —improvisó. Al principio quiso indagar acerca de su retrato. Si lo terminó o lo tiró a la basura. Se había quedado a medias cuando se separaron. Pero, una vez más, le pareció que esa pregunta era demasiado pesada para la fragilidad de la relación que iniciaban. Era preferible mantener la conversación a un nivel superficial. Eso lo podía manejar.
Dan contempló el estudio y Cassie se inquietó cuando las facciones se le endurecieron.
—No haré nada —respondió, con un tono brusco.
—¿Nada?
—Correcto. Allí está y allí se quedará. Pero no intento usarlo. Vamos —tomó a su esposa del brazo y la impulsó a que avanzara—. La señora Bertram siempre prepara el desayuno para que se sirva a las ocho y no hay nada que odie más que cocinar para bocas ausentes. Tendrá un ataque de histeria.
La señora Bertram conservaba la cordura. Era una mujer eficiente y mantenía el reino de las cacerolas bajo control. Cassie y Dan se sentaron en la terraza y paladearon un jugo de frutas, tortitas de papa con queso, huevos revueltos, pan tostado y café.
—Delicioso —expresó Cassie y el ama de llaves brilló de satisfacción—. Creo que me volveré una consentida.
—Tendrá que decirme qué le gusta comer a Jason, señora McKay —le indicó el ama de llaves—. Quizá me pueda escribir una lista para que compre los víveres mientras ustedes están fuera.
Dan alzó la vista y dejó de beber su café. Cassie era consciente de que le había cambiado el humor desde que ella mencionara el estudio; pero, a pesar de que eso la molestaba en el fondo, estaba decidida a ignorarlo.
—No dejas que Jason coma todo lo que quiere, ¿verdad? —inquirió Dan—. Yo no estoy de acuerdo en que los niños se alimenten con dulces todo el tiempo.
A Cassie la agitó el rencor por lo que le pareció una crítica inmerecida de Dan, pero recordó a tiempo su resolución. Debía tener paciencia.
—Jason ha crecido con una dieta saludable y balanceada. Sin embargo, un helado y caramelos de vez en cuando no le hacen ningún daño; ¿no opina lo mismo, señora Bertram?
—Claro que sí. La vida sería muy aburrida sin un lujo ocasional.
—Es lo que le repito a mi mujer… —sonrió Dan—. Hablando de dieta, señora B, no se olvide de darle de comer a Hugo, por favor.
—¿Olvidarme de alimentar a ese animal? —la mujer hizo un gesto de horror—. Yo terminaría siendo su menú. Ese perro come como un león.
—Hugo es un cordero —consideró Dan, en broma.
—Más bien un lobo disfrazado de cordero —intervino Cassie.
—Exacto —rió la señora Bertram.
—¿Ya se están aliando en mi contra? Tenga cuidado señora B… o contrataré a un mayordomo.
La señora Bertram rió un poco más.
—No creo que se arriesgue, señor McKay —afirmó, estudiando a Cassie antes de entrar en la casa—. No con esa hermosa esposa que se ha conseguido.
Cassie se sonrojó cuando los ojos de Dan la arroparon, envolviéndola en una cálida intimidad.
—Quizá tenga razón —sonrió—. ¿Crees que debo contratar a una chica piloto?
—Tu esposa se opondría —contestó Cassie, sin pensar.
—¿En serio? —insistió Dan, sosteniéndole la mirada, como si se preguntara si lo amaba lo bastante para sentir celos… o sólo era posesiva.
La señora Bertram regresó con la jarra del café.
—¿Alguien más quiere café?
Ambos declinaron, pero el momento íntimo se rompió.
—Debo hacer varias llamadas telefónicas después del desayuno —le explicó Dan, una vez que la cocinera se fue—. Siento dejarte sola, pero no quiero que me molesten mientras estamos fuera. El helicóptero llegará como a las once y estaremos en el Regent para la hora de la comida.
—¿El Regent? —el corazón de Cassie dejó de latir por un segundo—. ¿Allí nos quedaremos?
—Sí… ¿No te lo dije antes? Perdóname. Me hospedo allí desde que… —se interrumpió y cerró la mandíbula con fuerza, mientras su pecho subía y bajaba con un suspiro impaciente.
¿Desde qué? ¿Desde cuándo? Cassie se preocupó. ¿Qué pensaba Dan para que su expresión se volviera más tensa?
La miró, con un gesto de fingida tranquilidad.
—Es un magnífico hotel. Te gustará, de eso estoy seguro.
Apretó las manos sudorosas contra el mantel.
—¿Qué… qué debo llevar? Me refiero a la ropa…
Dan vació su taza de café.
—¿Qué? Oh, sí, respecto a la ropa… —sin parpadear, sugirió—: Lo menos posible.
Ella se sonrojó al instante. Dan frunció el ceño y luego rió. Pero no con alegría, sino con un tono duro.
—Lo siento, no trataba de avergonzarte. El helicóptero tiene problemas de peso cuando lleva dos pasajeros. Además… —titubeó.
—¿Qué?
—No pude evitar darme cuenta, cuando trajiste tu equipaje, de que no tienes un guardarropa muy amplio. Te llevaré de compras esta tarde. Ya sé que no te inclinas por las extravagancias, pero estoy decidido a que mi mujer se vista con ropa de los mejores diseñadores —su sonrisa era fría de nuevo.
—Si eso es lo que quieres… —las entrañas de Cassie se contrajeron.
Sus ojos negros la recorrieron y murmuró algo para sí. Movió la cabeza un poco al ponerse de pie, como si estuviera molesto, pero cuando la volvió a mirar, le pareció encantador.
—¿Tú no tienes llamadas que hacer? —inquirió—. Oí que le prometías a tu madre que le telefonearías para informarle dónde nos quedaríamos. Supongo que también hablarás con Roger para encargarle la yegua.
Cassie asintió.
—Mejor apúrate. Ya casi son las diez.
Se levantó de la mesa, dejando a Cassie sola y preocupada. ¿Por qué cambió tanto el humor de Dan? Primero, cuando mencionó el estudio, después cuando le explicó lo del Regent.
¿Qué iba a decirle? Era posible que allí se hospedara desde la muerte de Roberta, decidió.
Cassie recordó la mirada melancólica de Dan y la manera en que se tragó sus palabras. ¿Amó tanto a su esposa?
Cassie sofocó sus celos y trató de enfrentarse a los hechos. ¿Cuál era la verdad? ¿Planeó Dan divorciarse, o su matrimonio sólo pasaba por una mala época y encontró consuelo en los brazos de Cassie para correr después a los de su mujer, tan pronto como la necesitó?
A la luz de la nueva y más amable actitud de Dan, Cassie quiso saber, de verdad saber, lo que había sucedido, pues era imposible fundar un matrimonio en mentiras y malos entendidos. Mejor conocer la verdad, decidió, sin importar cuánto duela.
¿Las amó a ambas, y a fin de cuentas eligió a aquella a quien debía más fidelidad?, reflexionó.
Cassie se aferró a esa posibilidad esperando que, aunque Dan escogió a su esposa, trató de herirla lo menos posible. En tales circunstancias, no hubiera mencionado a su mujer en esa carta que le escribió. Ni se hubiera imaginado que Cassie estaba embarazada. ¡Ese fue error de ella!
No… para ser justa, no consideraba a Dan una oveja negra, como durante esos largos años, concedió Cassie con generosidad.
Pero, para seguir con esa línea de pensamiento, ¿por qué se molestó Dan cuando ella mencionó el estudio?
Cassie suspiró. Allí estaba de nuevo, dando vueltas y vueltas, en un círculo interminable. Y todo porque nunca habían hablado, nunca confiaron uno en el otro. Hubo demasiado dolor, demasiada amargura de una y otra parte. Ambos tenían la culpa porque los dos se sintieron traicionados; ella por el abandono de Dan, él porque lo mantuvo ignorante de la existencia de Jason.
Así que, ¿cuál será tu destino, Cassie?, le preguntó una voz interior.
Se levantó, alzó la barbilla y enderezó los hombros.
Sydney, se respondió.
El Regent.
A buscar intimidad.



CAPITULO 11


El viaje a Sydney fue desastroso. Para principiar, el piloto Paul, le lanzó miradas cargadas de curiosidad, que ruborizaron a Cassie. Se imaginaba que el joven evocaba la escena que atestiguó en la biblioteca, lo cual no le ayudaba a mantener la compostura.
Dan permaneció callado durante todo el vuelo, lo cual tampoco contribuyó a aliviar la situación. Permaneció inmóvil con su elegante traje a rayas, pensando en Dios sabía qué cosa y obstaculizando cualquier intento de Cassie por iniciar una conversación.
Aparte de eso, la aterrorizaba que fueran a estrellarse. Nunca había volado en helicóptero. Le pareció demasiado pequeño, demasiado frágil. No permitiría que Jason volviera a subir en ese aparato de nuevo.
Estaba tan nerviosa, que ni siquiera pudo apreciar la vista aérea de Sydney antes que aterrizaran. Cassie se concretó a mirar de frente, asiendo los lados del asiento hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Cuando el helicóptero se posó en el helipuerto, se le escapó un sollozo de alivio. Dan la observó con censura.
Suspiró, pero se mostró solícito y se preocupó por ella. La ayudó a descender y luego guió su cuerpo atontado por la pista de cemento, llevándola por un vestíbulo lleno de gente, hasta un auto de alquiler que los aguardaba.
Cassie se acurrucó en el asiento posterior, como un animalito asustado. Dan le lanzó otra de sus miradas exasperadas y le pasó un brazo por los hombros, antes de abrazarla.
Cassie lo observó sorprendida, pero cuando él no se inmutó, se rindió y se acomodó contra su pecho. En realidad era una posición agradable y tranquilizadora, pues el cuerpo de Dan le proporcionaba un refugio contra el frío de Sydney.
Poco a poco fue consciente de algo más que la tibieza de Dan. Su muslo rígido estaba apretado contra el suyo y podía oír el batir de su corazón. Latía con más rapidez que lo que sugería su expresión indiferente, notó, haciéndola imaginar lo que sucedería en el momento en que estuvieran a solas, cuando la tomara entre sus brazos y la amara.
El deseo que Dan sentía por ella ya no le causaba ninguna duda. No importaba lo que sintiera en su corazón, la deseaba. De eso estaba segura.
El Regent era todo y más de lo que ella anticipó. Ningún hotel se hubiera ganado esa fama mundial sin merecerla. Pero lo que la impresionó fue la deferencia que Dan suscitaba. Lo rodearon con "buenas tardes, señor McKay", "encantado de verlo de nuevo, señor McKay", "desde luego, señor McKay", a cada paso. Cuando mencionó de forma casual que le gustaría que se le sirviera una ensalada en su suite, la comida casi los precedió, llevada en un carrito muy elegante, unos cuantos minutos después de que entraron en su habitación.
Cassie se quedó sin habla ante la extravagancia del alojamiento. La riqueza de Dan la impactó al recorrer el enorme dormitorio y la sala, el exquisito baño de mármol y la vista sensacional desde la terraza. Debe costar una fortuna, pensó, mareada, mientras contemplaba el puente Harbour.
—Es mejor de noche —opinó Dan, situándose a su lado y pasándole un brazo por los hombros. Ella se obligó a relajarse contra su marido, pero sus nervios estaban a punto de estallar.
¿Y ahora qué?, se preguntó. ¿Una comida amenizada con una buena conversación, una expedición de compras y su estómago hecho un nudo todo ese tiempo? Oh, Dios, no podría comer nada y quería ir de compras con la misma intensidad que partir hacia la luna.
Un suspiro involuntario se le escapó de los labios al volverse a ver a Dan.
—No estás cansada, ¿verdad?
Observó el rostro tenso y por primera vez comprendió que su marido también se sentía incómodo. Sus emociones eran tan confusas como las suyas, se dijo. Tal vez pensaba, como la noche anterior, que no estaba dispuesta. Quizá si ella…
Un espasmo nervioso le sacudió las entrañas, pero una loca osadía la obligó a levantar los brazos y rodearle el cuello, parándose de puntas, con los labios acariciando los de su marido.
—Ámame, Dan —susurró, temblorosa—. Ahora… por favor…
—¿Ahora? —repitió, frunciendo el ceño.
—Sí —musitó, con el corazón latiéndole desbocado.
Con el rostro contorsionado en un gesto de violento rechazo, se zafó de los brazos de Cassie y fue hacia un rincón de la habitación. Allí se plantó, con las piernas separadas, contemplando el tránsito, muchos pisos abajo por la ventana. Los hombros rígidos y sus puños apretados revelaban la lucha que se llevaba a cabo en su interior.
Por su parte, Cassie estaba devastada. ¿Se habría equivocado a ese grado?
—¿No… no quieres hacerme el amor, Dan? —logró articular, sintiéndose más vulnerable que nunca en su vida. Le había desnudado su corazón a ese hombre, bajó sus defensas…
Dan, se volvió con enervante lentitud para verla, con expresión amarga.
—Sabes que sí. Pero no así. No para salir del paso… —alzó y luego dejó caer las manos, indefenso, atormentado por la frustración—. No te quiero como la ofrenda de un sacrificio maternal, Cassie. Cuando te lleve a la cama, quiero que me desees, como una mujer desea a un hombre…
La quemante amargura de su voz obligó a Cassie a usar la suya:
—Te deseo, Dan.
Él emitió un sonido gutural.
—¡Es cierto! —insistió con vehemencia, avanzando un paso tentativo hacia él, buscando las palabras necesarias para convencerlo. Ahora sólo quedaba la verdad… nada más que la verdad para cruzar ese abismo de malas interpretaciones y tender un puente entre ellos—. Te… te deseaba anoche, también…
La incredulidad se pintó en la cara de Dan.
—Te encogiste de asco cuando te toqué, Cassie —la acusó—. No lo imaginé. Odiaste que te acariciara. Dios sabe que me lo advertiste… que me despreciabas desde el fondo de tu alma… pero…
Cassie se acercó otro paso.
—¡No! Me mal entendiste —insistió en un tono imperioso, frenético—. Quizá al principio… te quería odiar porque yo… ¡Oh, Dan! ¿No lo comprendes? Cuando seguiste acariciándome, no me pude resistir y… —sus palabras se desvanecieron cuando vio que él torcía la boca con un gesto de acíbar.
—¿No lo pudiste evitar, Cassie? Dios santo, no le dejas mucho orgullo a un hombre, ¿no te parece? Me dices que estás tan hambrienta en el plano sexual, que aceptas a un hombre que desprecias con tal de que te satisfaga.
—¡Jamás dije eso! —exclamó con horror creciente. Empezó a comprender lo que sus tontas frases provocaron esa noche en la biblioteca… su loco reto a las acusaciones de Dan… y todo porque lo deseaba… ¡sólo a él!—. No te desprecio, Dan, yo… —se detuvo, dándose cuenta de pronto que si le confesaba que lo amaba, no le creería.
—¿Tú qué? ¿Me amas? —soltó una risita brutal—. No soy un iluso, Cassie. He debido enfrentarme a la cruda realidad de la vida y capto que bajo tus pequeños gestos de valentía, me detestas. No te molestes en negarlo. He visto ese odio con demasiada frecuencia en tus ojos —con una mano le tomó la barbilla. Se la alzó con sus dedos crueles—. Tienes unos ojos muy expresivos, Cassie —gruñó—. No mienten…
Sus propios ojos se oscurecieron y asustaron por un momento a la joven. De repente, su mano se tornó suave y su expresión tan tierna, que le derritió el corazón.
—Hermosos ojos —murmuró, ronco—. Hermosos ojos… hermosa boca… —le frotó los labios con el pulgar—. Hermoso cuerpo. —su diestra le rozó los senos.
Cerró los ojos y gimió con una angustia que conmovió a Cassie, obligándola a consolarlo. Por instinto le rodeó la cintura con los brazos y lo atrajo hacia ella.
—Oh, Dan… no… por favor… debes escucharme…
—¿Para qué? —se defendió, apartándose—. ¿Para que inventes más mentiras?
Cassie lo miró. Sus ojos oscuros estaban abiertos y la dureza crecía en ellos.
—No quiero escucharte —afirmó—. Estoy harto de todo esto. Harto… Quizá tienes razón. Quizá debo dejar de luchar conmigo mismo y tomar lo que sigues ofreciéndome. Quizá sea lo único que tengamos.
Ella no tuvo tiempo de replicar, porque la jaló a sus brazos, aplastándole la boca, apagando la luz, borrando el mundo, desvaneciendo todo, excepto la conciencia de que él existía, con su boca, sus brazos y cada centímetro de su cuerpo. Y, después de un rato, no le importó que lo hiciera por enojo. Mientras la poseyera…
Con un gemido profundo se entregó a los labios que la devoraban, a las manos que moldeaban su carne con devastadora intimidad. La lengua de Dan se hundió en su boca una y otra vez, hasta que el palpitar de sus sienes alcanzó un crescendo ensordecedor.
Al fin, Cassie se separó para respirar.
—¡No! —le ordenó, enmarcando su cara con un gesto brutal, fulminándola con sus pupilas negras e insondables—. No hagas eso… Tú lo pediste y lo harás a mi manera… Dame tu boca… Respira mi aliento… quiero que una parte tuya esté unida a mí mientras te desnudo…
El poder erótico de las palabras de Dan sopló un calor ardoroso sobre el cuerpo de Cassie. Sus mejillas se encendieron. Sus miembros se derritieron.
—Abre tu boca, Cassie —exigió, con un gemido apasionado cuando ella le ofreció sus labios entreabiertos una vez más.
Sabía que con su silenciosa sumisión le entregaba más que la boca. Más que el cuerpo. Lo que una vez juró desear. ¡Su misma alma! Pero ya no le importaba. Dejaría que hiciera con ella lo que se le antojara.
Sus manos se posaron sobre su vestido, desabotonándolo, bajándoselo de los hombros y brazos, dejándolo caer sobre el suelo. Le zafó los zapatos. Y durante todo ese tiempo sus bocas eran una. La sangre golpeaba en la cabeza de Cassie. Sus entrañas se retorcían en un nudo de ansiedad. Cada nervio se agitaba, estremecido.
El corazón se le detuvo cuando sintió que sus dedos le abrían el sostén y entonces sus senos libres se deslizaron sobre las manos de Dan. Ella gimió cuando los acariciaba. Las piernas empezaron a temblarle.
El beso impidió que se recostara en el suelo. El beso y las manos de Dan. De repente ya no la tocaba con delicadeza, pero no la preocupó. Estaba tan llena de pasión como él. Deseaba que fuera rudo con sus pechos, que alzara los pezones hinchados y los atormentara, que alimentara ese deseo loco que la invadía. Y Dan lo hizo, violando sin piedad la tierna piel, frotando los picos sensibles, hasta que ella se quejó de ese placer doloroso.
Ya no la besó, pasó su boca húmeda y cálida por la columna viva de su cuello, mientras murmuraba su nombre, una y otra vez.
—Cassie… Cassie…
Entonces, de modo abrupto, la cargó en sus brazos y la depositó sobre la cama, dejando que su cabeza cayera al vacío, con el cabello en cascada hacia el suelo. Le tomó los brazos y se los colocó a los lados de la cabeza para que esa posición le levantara los senos, que alcanzó con su boca ávida. Cassie se arqueó hacia arriba y, mientras metía un pezón maduro, excitado, en la caverna caliente de la boca de Dan, un sonido animal escapó de los labios de la joven.
La mente le daba vueltas. El cuarto también. Mareada, se dio cuenta de que Dan había abandonado su carne y se quitaba la ropa. Y entonces regresó, poniéndole la cabeza sobre la cama, pasando sus manos con delicadeza sobre su cuerpo, retirando las últimas prendas de ropa que los separaban.
—Tan hermosa… —murmuró.
Cassie se convirtió en agua, con los miembros pesados y el cuerpo consumido por un calor extraño, como una droga. Cerró los ojos, volviéndose más consciente de las caricias exploratorias de su amante. Sus manos volaban por su piel, tocándole los pezones, rodeándole el ombligo, entre sus muslos.
Abrió las piernas por voluntad ajena, lejana, entregándose a esas caricias. Se sintió lánguida bajo sus manos y murmuró el nombre de su compañero. La boca de Dan reemplazó a sus manos, besándola por todas partes. Más y más se abrió a él. Más y más.
Se sofocó cuando sus labios se movieron contra ella, pero el placer la tornó adicta. Unos choques eléctricos le recorrieron las venas. La tensión reclamó en el interior de su cuerpo.
—No te detengas, no te detengas —le pidió, apasionada, cuando de repente él la abandonó.
La ira varonil contenía una nota de triunfo; Dan inclinó la cabeza de nuevo y repitió esa divina tortura de nuevo, llevándola al borde del abismo. Era el éxtasis y la agonía. El cielo y el infierno.
—Oh, Dios —exclamó, con su cabeza golpeándose de un lado hacia el otro, mientras el placer irresistible, intenso, la estrujaba con fuerza—. Por favor… oh, por favor —le suplicó, cerrando los ojos.
—Mírame, Cassie —gruñó—. Abre los ojos y mírame.
Ella gimió y obedeció, rogándole con la mirada. Él estaba parado al lado de la cama, con el cabello despeinado, la respiración entrecortada, magnífico y viril en su desnudez.
—¡Ahora dime que me deseas! —le ordenó.
—Te deseo… —musitó con los labios secos.
—Te deseo, Dan. ¡Dilo!
—Te deseo, Dan —sollozó.
Nunca había visto una mirada así… llena de triunfo y sin embargo, tenebrosa. Cada músculo de su cara estaba tenso y sus pupilas brillantes semejaban a las de un loco. Soltó un ruido ronco, luego avanzó para meter las manos bajo las caderas de Cassie. Ella se sintió de pronto como un objeto dislocado, estirada sobre la colcha, mientras el permanecía de pie junto a la cama.
—Dan… no… así no…
Pero la ignoró, con el rostro contorsionado mientras se introducía en ella, gimiendo cuando le asió las caderas con la fuerza de un pulpo. No tenía un punto de apoyo para luchar contra él y la verdad era que ya no quería luchar. Su cuerpo experimentaba sensaciones indescriptibles ante esa posesión salvaje. Nada, pensó, sería más genuino que unirse en esa forma al hombre que amaba.
Un suspiro entrecortado tembló en sus labios. Los ojos de Dan la observaron. Estaban casi cerrados por la pasión, pero la observaron. Con sus manos le acunó los senos, tocándole los pezones y ella lanzó un suave gemido.
—Tiene que ser así, Cassie —susurró, enronquecido—. Debo ver tu cara… contemplar tu placer… No cierres los ojos, Cassie. Mírame.
Lo hizo. Y encontró increíblemente excitante esa experiencia. Luces negras bailaban ante sus ojos cada vez que ella se mojaba los labios con la lengua y las llamas del deseo iluminaban las pupilas de Dan.
—Tu cuerpo y el mío son ahora uno, Cassie —musitó mientras se movía con lentitud dentro de ella—. Así será de ahora en adelante. No habrá otros hombres para ti… Sólo serás mía.
Cassie no entendía nada. Excepto esas sensaciones. Placer. Y una cegadora tensión… cada vez mayor, le oprimía los muslos, las entrañas, haciendo que sus muslos se contrajeran alrededor de él. Tenía que moverse.
—¡No! —exclamó Dan—. Quédate quieta.
Se contuvo cuanto pudo, tratando de ser paciente. Pero, de forma inevitable, perdió el control de sí. Su cuerpo empezó a balancearse, moviéndose al ritmo del hombre, urgiéndolo a continuar. Cassie se asió a la colcha, mientras sus dedos se contraían y relajaban al ritmo de ese movimiento primitivo. La respiración se le aceleró todavía más, lo mismo que sus movimientos y al fin él no pudo resistir a la urgencia de la hembra.
El cuerpo de Cassie se convulsionó, sus labios se abrieron para que gemidos de placer incontrolable escaparan. Y, mientras aún temblaba de éxtasis, Dan llegó al clímax. Entonces, con suma lentitud, exhausto, su cuerpo saciado cayó sobre el de ella.
Durante varios segundos azorados, todo lo que Cassie comprendió era que el peso del cuerpo de Dan la oprimía, después, de modo gradual, soñador, la satisfacción de su amor la invadió. Los miembros le pesaban con un fluido denso. Una paz completa le llenaba la mente. Y, en ese momento de hartazgo y contento, lo rodeó con sus brazos, mientras sus manos se deslizaban sobre la piel húmeda y tibia de su espalda. Dan le negó ese contacto y ahora ella se deleitaba ocasionándolo. El amor le corría del corazón a los brazos y luego a las puntas de los dedos. Le acarició la piel, lo tocó con una intensidad de mujer carente de ternura. Ese era Dan, su hombre, su amor. Lo apretó contra ella.
Cuando él empezó a retirarse, gimió:
—¡No te vayas! —y lo apretó.
Por un segundo él titubeó y luego se recostó. Lo volvió a abrazar, con un lazo posesivo.
—Oh, Dan —sollozó—. Mi amor, mi vida…
El cuerpo viril se quedó inmóvil. Después, con un movimiento violento, él se separó. Se sentó sobre la cama, con los hombros temblorosos.
—Maldita seas, Cassie —siseó—. ¡Maldita seas!
Cassie se enderezó, azorada por la inesperada deserción, por esa imprecación salvaje.
—Dan… —apenas le tocó el hombro—. ¿Qué pasa? ¿Qué dije que te molestó? ¿Qué hice?
Se volvió hacia ella, con los ojos fulgurantes y una expresión de asco.
—¿Es todo lo que se necesita, Cassie? ¿Un buen revolcón y me llamas tu amor? ¿O amas a todos los hombres que te satisfacen?
Cassie se encogió horrorizada, pero él continuó, con la voz llena de desprecio.
—Tengamos cierta honestidad en nuestro matrimonio. Somos eficientes en la cama. Más que eficientes. ¡Bravo! Pues, no me sorprende. Siempre lo fuimos. Pero, por el amor de todos los santos, no finjas. ¿Entiendes? Guárdate "tu amor" y "tu vida" para tus adentros.
La cara de Cassie empezó a desmoronarse. No podía creer lo que oía… O ese hombre era un imbécil, o no tenía corazón.
Durante nueve años conservó su amor por él. ¡Nueve años! Y allí estaba al fin, muriéndose por entregarle hasta la última gota de su cariño, ofreciéndole su alma, su cuerpo, en una bandeja de plata. ¿Y qué hacía él? ¡Se lo arrojaba a la cara!
Alelada, contempló su rostro arrogante y luchó por contener las lágrimas, luchó con todo el valor que le quedaba. Su intención de preguntarle acerca de su primer matrimonio y luego explicarle todo lo que hizo desde que se separaron, voló por la ventana. Se puso de pie, sin pretender esconder su desnudez. Se enderezó y lo despreció con la vista.
—Está bien, Dan —sentenció—. Discúlpame, pero voy a tomar un baño. ¿Planeabas llevarme de compras? Pues olvídalo. No estoy de humor. ¿Qué te parece mi honestidad?
Se dio la vuelta y antes de encerrarse en el baño, se volvió para aclarar:
—Y hablando de honestidad, debo agregar algo. No me insultes insinuando que ha habido otros hombres en mi vida. No ha habido ninguno. Ni uno solo. Te mentí. Fuiste mi primer y único amante, Dan. ¡Primero y único!
Alzó la barbilla en son de reto, se metió en el baño y cerró la puerta con violencia, apoyándose contra ella. Pero, mientras jadeaba, el silencio de la habitación contigua la atormentó. No la siguió, no llamó a la puerta, no le rogó que lo perdonara. Se mordió el labio y abrió la llave de la ducha, justo a tiempo para que el sonido del agua ahogara el de sus sollozos.


CAPITULO 12


Cassie se quedó en la ducha durante siglos, incapaz de enfrentarse a Dan una vez más. Pero al final, su piel arrugada por el agua la obligó a cerrar las llaves y salir. Se secó y se puso una de las batas de toalla que proporcionaba el hotel.
Ese matrimonio resultaba imposible, decidió mientras se pasaba los dedos por el cabello húmedo. No podría soportar vivir con Dan cada día, dormir en su cama cada noche, dominándose, mordiéndose la lengua para no confesarle que lo amaba. Y cualquier esperanza de que con el tiempo la llegara a amar tanto como ella, era pura fantasía.
¿Por qué se engañó pensando de otra manera… que él era capaz de quererla de verdad? Le aclaró con toda precisión esa noche en la biblioteca, que su único deseo era asegurar la felicidad de su hijo. Esa era la única razón por la que se casaba con Cassie. El sexo con ella lo consideraba un regalo extra. Nada más. Por una razón inexplicable y perversa, todavía lo excitaba… igual que hacía nueve años. Si algunas veces se mostraba más dulce y considerado, era porque así convenía a sus propósitos. A ningún nombre le gusta tener una esposa difícil. O una compañera de cama poco cooperativa. Eso también se lo aclaró.
Pero, ¿amarla? No… No quería su amor. No lo quería, ni lo necesitaba, ni lo hubiera aceptado.
Cassie no podía ocultarse esa verdad por más tiempo. Dan sólo había amado a una mujer. Y esa mujer estaba muerta…
La desolación la aplastó, robándole el color de la cara, obligándola a apoyarse, débil, contra el tocador del baño. ¿Qué demonios haría? ¿Cómo podría sobrevivir?
Se contempló en el espejo, con los ojos rojos e hinchados, los labios temblorosos y el rostro blanco, demacrado.
Pero debía sobreponerse, le advirtió su imagen. Había que pensar en Jason, en su madre, en Roger… Sabías que este matrimonio no resultaría fácil. No puedes correr ante el primer obstáculo, aunque te parezca invencible. Debes apretar los dientes y soportarlo.
Reuniendo su valor, se acercó a la puerta y la abrió. Se sintió mal de nuevo al entrar en el dormitorio y la posibilidad de enfrentarse a Dan la enfermó.
La habitación estaba vacía.
Corrió hacia el recibidor. También estaba vacío. Dan se había ido.
El pánico la invadió.
Así que salió a distraerse un rato, razonó. Ya regresará… tarde o temprano. Y cuando lo haga, sonreiré, me disculparé y prometeré que me comportaré como una nena buena, para que me haga el amor cuando se le pegue la gana y que…
Con un sollozo, Cassie se dejó caer sobre el sofá y ocultó el rostro entre las manos. Pero no lloró. Se negó a ceder. Se tranquilizó, respirando con profundidad y cuando alzó la vista, sus ojos estaban secos. Los años de terrible soledad le habían dado un temple de acero.
Sobreviviré, se juró Cassie. Encerraré mi amor bajo llave, igual que antes. No será sencillo, pero lo haré. ¡Tengo que hacerlo!
Sus ojos azules recorrieron el cuarto y se detuvieron en la bandeja intacta.
¡Come!, ordenó su mente.
Cassie comió. Pero en realidad no saboreó la comida. Después, se vistió con lentitud y esperó el regreso de Dan.
La luz empezó a disminuir, mientras el sol se escondía tras los altos edificios citadinos. La chica aplastó un renovado sentimiento de pánico y se dirigió al baño a maquillarse y peinarse. Dan seguía sin aparecer. Su reloj le indicó que pasaban de las cinco.
El sonido del teléfono desgarró el silencio. Cassie se apresuró a levantar el auricular que estaba al lado de la cama.
—¿Sí?
—¿Cassie?
—¿Roger? —la sorpresa la hizo alzar la voz.
El silencio subsecuente de Roger mandó un estremecimiento de alarma a la espina dorsal de la joven.
—Cassie, yo… —suspiró y se calló de nuevo. Cassie pudo oír que alguien sollozaba. Era una mujer.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó—. Jason… ¡Algo le pasó a Jason! —asió el aparato con ambas manos para evitar tirarlo.
—Calma, Cassie. Está bien. Quiero decir… pues, todavía vive… Calma, Joan. Él… pues… le pegó una bola de cricket en la sien esta tarde, durante el entrenamiento. Lo internaron en el hospital del distrito y los médicos dicen que quizá sólo sea una conmoción, pero…
—¿Está consciente? —interrumpió, frenética. Hubo una pausa antes de que Roger contestara.
—No.
—¡Oh, Dios! —gimió.
—El médico está tratando de localizar a un especialista de Sydney que es el mejor del país, pero no lo ha logrado. Parece que está operando. Opinan que hay una presión en el cerebro de Jason que debe aliviarse de algún modo. El…
La puerta del dormitorio se abrió y Dan entró.
—Espera… espera un momento, Roger —carraspeó Cassie.
Alzó los ojos desesperados hacia su marido, que se quedó inmóvil en ese instante.
—Dan, es… es… —se ahogó por el enorme nudo que se formó en su garganta. Un sollozo estrangulado se escapó de sus labios.
—¿Qué sucede? —inquirió con voz espesa—. ¿Algo malo?
—Hubo un accidente —graznó—. Jason…
Por un momento creyó que no la había escuchado. Su rostro perdió toda expresión. Cassie lo contempló y sólo entonces observó el estado caótico en que se encontraba. De repente, la cara de Dan se convulsionó.
—¡Oh, Dios, no! —se quejó—. ¡Qué no le pase nada…! A él no…
—¿Cassie? ¿Cassie, me oyes? —gritó la voz del otro lado de la línea.
—Sí, Roger, te oigo —observó preocupada a Dan, quien parecía que iba a desfallecer—. Sí, te escucho… ¿Qué dices? —toda su atención se centró en lo que Roger le comunicaba—. Claro que puedo. Dame el nombre del médico que Jason necesita y trataré de encontrarlo…
Dan le quitó el teléfono de las manos.
—¿Roger? Habla McKay. ¿Qué pasa con ese doctor? —su voz sonaba firme y tranquila, igual que la mano que empujó el hombro de Cassie, hasta que la sentó sobre la cama. Sólo entonces ella se dio cuenta de que temblaba como una hoja.
—Ya entiendo… sí… No necesito apuntarlo. Lo recordaré… Te informaré cuándo llegamos… Si no lo consigo, llevaré a otro especialista. Los accidentes son imprevisibles. Sí, te mantendré informado.
Colgó, pero en el siguiente instante ya estaba apretando botones, haciendo llamadas, dando órdenes. Cassie estaba sorprendida por el cambio radical que Dan experimentaba. ¿Con qué clase de persona se casó? Un minuto parecía apabullado; al siguiente, se convertía en una fábrica de decisiones.
Sin embargo, estaba agradecida al máximo de que él se hiciera cargo de todo, pues comprendía que estaba a punto de derrumbarse.
—Anda, Cassie —la tomó del brazo, tirando de ella para ponerla de pie—. Tenemos que actuar con rapidez. No, olvídate de la ropa…
No había tiempo para llorar, ni para hablar, ni siquiera para rendirse al pánico que crecía dentro de ella. Cassie fue arrastrada por media ciudad para irrumpir en la sección de urgencias del Hospital San Vicente. Se quedó en la sala de espera mientras Dan corría a la recepción. Los minutos pasaron… minutos preciosos que representaban quizá una vida. No podía dejar de pensar en su hijo, acostado en una cama de hospital, mientras el líquido se acumulaba en su cerebro, aumentando, hasta que algo estallara…
Rezó con plegarias locas, chantajistas. Por favor, Dios mío, si lo salvas, nunca pediré que Dan me ame. Permite que me odie, si es necesario. Haré lo que sea… lo que sea… ¡Sólo deja que mi hijo viva!
De repente, Dan regresó con un hombre alto, brusco, con uniforme blanco, que parecía bastante disgustado.
—Rompemos las reglas —murmuraba—. Esto es muy irregular…
Dan fulminó al doctor con la vista, quien también lo fulminó, antes de mirar el rostro asombrado y desesperado de Cassie.
—¡Por favor! —le rogó, con sus pupilas llenas de lágrimas.
—De acuerdo —replicó el médico y su expresión se dulcificó—. Nos pondremos en camino.
Subieron a un auto de alquiler; Dan atrás, con Cassie. El vehículo partió, pero los atrapó la hora pico del tránsito y en varias ocasiones permanecieron sin moverse durante varios minutos. Cassie juzgó que esos retrasos y el silencio que los rodeaban eran insoportables. Empezó a hablar, más para sí, que para los demás.
—Es extraño el destino. Allí estaba yo, camino a Sydney, pensando que jamás dejaría que Jason se volviera a subir a un helicóptero. Me preocupaba por la posibilidad de que se estrellara… ¿y qué sucede? Lo lastiman en un juego de cricket. Cricket… —soltó un suspiro tembloroso—. Te esmeras porque nada les pase, tratas de protegerlos, de prever los peligros. Pero, algunas veces, no importa cuánto te esfuerces, no importa lo que hagas, ocurre un accidente…
Volvió la cabeza asustada al oír el ruido que Dan exhaló. Era horrible, atormentado.
—Sí —siseó—, pero, ¿deben seguir ocurriendo? Primero… —se detuvo, hiriendo el corazón de Cassie con una mirada angustiada, antes que apartara los ojos—. Y ahora Jason —añadió mirando por la ventana.
El amor de Cassie se desbordó aguijoneado por la compasión. Perder a su esposa y luego tener que perder a un hijo era más de lo que cualquier hombre puede soportar. Deslizó la mano por el asiento que los separaba; tomó la de Dan y se la oprimió con suavidad.
Dan la observó, furioso, y luego su vista se posó sobre sus manos unidas.
—Se salvará —le susurró Cassie—. Estoy segura de ello.
Lo miró con ojos torturados, como si estuvieran en un infierno.
—No comprendes, Cassie, no lo entiendes. Pero si también pierdo a Jason… —cerró los párpados y su cuerpo se relajó. La mano que Cassie asía se enfrió, muerta.
El ánimo de la joven tocó fondo y lágrimas silenciosas empezaron a escurrir por sus mejillas. Dan tenía razón. No comprendía nada… Quizá llegarían demasiado tarde.
Pasaban de las siete y media cuando dos helicópteros descendieron en el Hospital Northern Rivers. Aterrizaron en el estacionamiento y el doctor los precedió entrando con rapidez en el hospital. Dan y Cassie caminaron en tenso silencio hasta llegar al vestíbulo iluminado.
—¡Cassie!
Vio a su madre y a Roger que se dirigían hacia ellos.
—Cassie, linda, gracias a Dios que ya estás aquí. Jason ha resistido, pero… —Joan se lanzó en brazos de su hija y empezó a llorar.


Fue una noche terrible. Después de examinar a Jason, el doctor ordenó que se practicara una cirugía de inmediato para aliviar la presión craneana y, a pesar de la sugerencia de Roger de que estarían más cómodos si esperaban en casa, los cuatro permanecieron en la sala de espera del hospital, hasta el amanecer. La tensión del grupo era tan grande, que ni Roger ni Joan parecieron notar el extraño comportamiento de Dan. No hizo ningún intento por acompañar a su esposa, sino que se paseó por los corredores o se sentó rodeado de un silencio hostil en una de las sillas de la habitación. Rechazó todos los ofrecimientos de que bebiera café y envejeció diez años, de golpe.
Cassie quería acercarse, decirle algo que lo consolara. Pero ella también sufría. También tenía un miedo inmenso. Y había perdido la esperanza. Las crisis familiares o acercan a los miembros, o convierten los espacios que los separan en abismos insalvables. Su caso parecía pertenecer a la segunda categoría.
Todos concentraron su atención en el médico, quien de pronto apareció en la puerta. Sonreía.
—El peligro ha pasado, señores McKay. Jason se recuperará.
Un suspiro de alivio reverberó a través de la habitación. Alguien exhaló:
—¡Gracias a Dios!
Lo cual repitió Cassie en silencio antes de apresurarse a estrechar la diestra del doctor.
—¿Cómo podemos agradecérselo? —exclamó.
—Verla sonreír de esa manera me recompensa con creces, señora McKay.
—¿Podemos verlo ahora? —inquirió la joven.
—Si quiere. Está en su cuarto, pero todavía está bajo los efectos de la anestesia —contempló a Dan por encima del hombro de Cassie—. ¿Y bien, señor McKay? ¿Su helicóptero tiene combustible y está listo para despegar?
Dan asintió con lentitud, demasiado emocionado para hablar.
—Entonces, debo despedirme. Mañana opero y hasta los genios como yo necesitamos descansar —sonrió y se fue.
Cassie abrazó a su madre antes de volverse hacia Roger.
—Debes llevarla a casa para que se meta en la cama… y tú imítala… Los dos han estado bajo una presión terrible, Jason ya no corre peligro. Dan y yo nos quedaremos con él cuanto sea necesario.
Cuando titubearon, casi los empujó fuera del cuarto. Luego, con una aspiración para tranquilizarse, se enfrentó a su marido. Ese no era el momento para resolver problemas personales, sino para regocijarse. ¡Su hijo viviría!
—¿Dan? —con decisión fue hacia él y metió un brazo bajo uno de los de su esposo—. ¿Vamos a ver a Jason?
Dan la contempló, pero sus ojos no parecían registrar lo que observaban. Estaban desenfocados, en un lugar lejano, donde soportaba su propia agonía.
—Cassie… quiero que sepas… que entiendas… debo decírtelo. ¡Debes escucharme!
La chica levantó sus asombrados ojos ante la vehemencia de su voz. Él titubeó, buscando en las pupilas de Cassie una especie de consuelo, pero de repente la desesperación invadió su rostro y sacudió la cabeza.
—¿De qué serviría? No hará ninguna diferencia. Por lo menos tenemos a Jason. Está bien. Vamos a verlo —la tomó del codo y la sacó de la sala.
Cassie permitió que la guiara por el corredor, deseando a medias que se detuviera para preguntarle qué debía saber y entender. En el fondo de su mente presentía que se relacionaba con su esposa, pero, ¿cómo podía pensar en esas cosas cuando su corazón estaba lleno de agradecimiento por la recuperación de su hijo? Y, como dijo Dan, ¿qué diferencia podía haber?
Una bonita y joven enfermera estaba sentada al lado de la cama de Jason, en el pequeño cuarto. Se levantó y sonrió cuando los esposos entraron.
—Estaré afuera, si me necesitan —dijo en voz baja.
Cassie miró a la figurita pálida que estaba sobre el lecho, con la cabeza cubierta de vendajes, y por poco vuelve a llorar de nuevo. Se asió del brazo de Dan.
—Parece tan pequeño, tan indefenso —exclamó, con un sollozo.
—Tan quieto —murmuró Dan—, como si se le escapara la vida, como…
Dan gimió y trató de escapar de la cercanía de su mujer, pero Cassie se aferró a su brazo. Comprendió que si deseaba vivir en paz con Dan y si lo amaba de verdad, debería enfrentarse al fantasma de Roberta.
—Dan… ¿qué te pasa? Cuéntamelo.
Él negó con la cabeza.
—¿Es… es algo relacionado con Roberta? —persistió—. ¿Es eso? Si acerté, entonces quiero enterarme.
Otra vez negó con la cabeza.
—No, no quieres. Nunca quisiste saberlo. Y no te culpo. He cometido un grave error… atrapándote… atrapando a Jason. Los deseaba a ambos… con desesperación —las lágrimas brillaron en sus ojos—. Todos estos años de… —cerró la boca y los párpados con fuerza—. Nunca comprenderías…
—Dan, por favor, dame una oportunidad… —le rogó—. Yo… yo no quería saber nada acerca de Roberta porque estaba celosa… y no soportaba oírte hablar de la esposa que amaste… más que a mí…
Él abrió los ojos, que conocieron un infierno que ella jamás hubiera imaginado.
—No amé a Roberta, Cassie. Y hubo veces en que la odié desde las profundidades de mi alma por mantenerme atado a su lado. Pero no tenía a nadie más. A nadie…
—Dímelo —lo urgió Cassie, pasándole los brazos alrededor de la cintura. Lo miró con ojos tranquilizadores y amantes—. Dímelo todo.
La contempló como si no pudiera creer en las palabras que escuchaba o en la manera en que Cassie lo observaba.
—No es una historia agradable, Cassie.
—La resistiré —afirmó, tragando saliva.
—Sí, no lo dudo —suspiró—. Eres muy fuerte.
Cassie hizo un gesto de dolor y apartó la vista.
Él le levantó la barbilla con un dedo tierno.
—No pienses que te critico, Cassie. Al contrario, te admiro. De verdad. Eres fuerte, independiente y en el fondo… en el fondo hay un corazón que cualquier hombre daría la vida por conquistar…
Contempló la cara azorada de su esposa y se estremeció.
—Fue el día más negro de mi existencia aquel en que tuve que escribir esa carta… informándote que… —aspiró con un temblor profundo y luego la llevó a una silla, al pie de la cama de Jason—. Mejor siéntate —le rogó—. Tomará cierto tiempo.
Cassie se hundió en la silla en medio de una especie de neblina, incapaz de abrazarse a la esperanza que nacía en su corazón. ¿Se atrevería a creer que Dan la amó de verdad? ¿Qué todavía la amaba? Sin embargo, algo, quizá la melancolía de la cara de su marido, le advirtió que tuviera cuidado, que no mostrara su debilidad.
Dan fue hasta la ventana y contempló la noche, mientras sus frases flotaban en la habitación de un modo casi independiente.
—Tenía veintiséis años cuando conocí a Roberta, una contadora eficiente con un don para los negocios y las finanzas… Estaba a punto de hacer mi primer millón, pero me sentía solo. Quería casarme, tener una familia propia. Mi única hermana se había mudado a Perth cuando se casó y se llevó a mi madre viuda a vivir con ella. Las extrañaba…
Dan se volvió y paseó por el cuarto. Su voz se cargó de emoción. De tensión.
—Roberta era inteligente y hermosa… me divertía. Quizá la consideraba un tanto inmadura, pero… —se interrumpió y le lanzó a Cassie una mirada ansiosa—. Yo era muy arrogante en esos días, demasiado seguro de mí y de poder torcer el futuro a mi capricho. No me importó que no estuviera enamorado con locura. Siempre creí que el amor era una ilusión pasajera, no una buena base para un matrimonio.
Suspiró y reanudó su revelación.
—La luna de miel no duró mucho. Roberta sólo se sentía feliz cuando asistíamos a fiestas o teníamos invitados, lo cual no era mi idea de una vida en familia. Insistí en que tuviéramos un hijo, pero ella quería esperar unos años, divertirse en grande, antes que los niños la ataran a la casa. Nuestras vidas me parecían vacías, sin sentido, y nuestra relación se deterioró. Al fin se embarazó…
Cassie se mordió el labio para evitar que se le escapara un comentario. Vio que Dan hacía un gesto al recordar su frustración.
—… pero por mero accidente. Casi tuve que chantajearla para que tuviera al niño, prometiéndole que contrataría a una enfermera de tiempo completo para que ella continuara con su vida social. Pero valió la pena —la boca de Dan se dulcificó con una sonrisa triste—. Se llamaba Maree… Era una nena preciosa. Ella… —se aclaró la garganta—, se ahogó cuando tenía dos años.
A Cassie se le oprimió el corazón con violencia y un gemido de compasión salió de sus labios. Perder a un hijo… ¡Dios del cielo! Si ella hubiera perdido a Jason esa noche…
Levantó los ojos agónicos hacia Dan, que contemplaba a su hijo, como para asegurarse de que Jason vivía. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que Cassie lo observaba, se dirigió a la ventana y le dio la espalda.
—Roberta estaba hablando por teléfono cuando ocurrió la tragedia —continuó, con la voz pesada—. Quería asistir a una comida de caridad y trataba de conseguir a alguien que cuidara a Maree, pues la niñera estaba enferma. Maree debió salir al patio y cayó en la piscina. De alguna manera alguien dejó la cerca sin cerrar… Roberta nadó esa mañana…
—¡Oh, Dan! —exclamó Cassie—. ¡Qué horrible!
Dan se volvió un segundo y Cassie contempló el suplicio de su dolor. Era un sufrimiento tangible, que se pudría en su cara como una herida abierta.
—Nunca conocí una desesperación tan intensa… —juró, con sinceridad—… tanta angustia…
Movió la cabeza, luchó por dominarse.
—La pena casi me vuelve loco —aspiró, temblando—. Roberta, en cambio, parecía indiferente. Si acaso, su vida social aumentó. Salía casi todas las noches y no regresaba hasta el amanecer. Traté de ignorar las pruebas de su infidelidad al principio, pero al final la enfrenté. Admitió que había estado con otros hombres. Con docenas. No recuerdo que me haya destrozado esa noticia. Me sentí vacío. Y triste. Pero empecé los procedimientos legales para divorciarnos y me fui.
Cassie se puso de pie, tambaleándose.
—¿Fue entonces cuando llegaste a la isla? —inquirió, con voz ronca.
—Sí… mi trabajo se había deteriorado por la presión en la que me encontraba. Uno de mis socios era amigo de los van Aark y arregló que me quedara en el estudio unas semanas. Sabía que me gustaba pintar…
Caminó hacia ella y la miró a los ojos.
—Me enamoré de ti, Cassie. Tienes que creerlo. Y necesité de tu amor con desesperación. Era algo que jamás había tenido… que ni siquiera sabía que existía… y que quería conservar como un avaro. Estaban tan solo después de perder a mi hija, que no esperé a librarme de Roberta. Debías ser mía. Y pensaba casarme contigo.
Se pasó una mano agitada por el cabello.
—Pero entonces recibí la llamada informándome del accidente. Parece que Roberta veía a un tipo que tenía una motocicleta. Bebieron mucho y salieron a dar un paseo. Chocaron contra un poste de alta tensión. El amante de Roberta se mató. Ella sobrevivió. Su padre me llamó desde el hospital, suplicándome que regresara. Estaba desesperado. Era viudo y Roberta su única hija. No me pude negar. Pero sucedió a media noche… demasiado tarde para telefonearte.
El suspiro de Dan cargaba un océano de arrepentimiento.
—Quise ponerme en contacto contigo en la mañana, pero aquello se volvió un caos. Cuando llegó el doctor para informarnos que Roberta quedaría paralítica para toda la vida, su padre sufrió un ataque cardíaco y murió. Un paro del corazón… provocado por esa noticia desastrosa. Roberta insistía en verlo. Lo llamaba. Yo no sabía qué decirle. Cada vez que trataba de salir del cuarto, se ponía histérica. Lloraba y los médicos me rogaron que la mantuviera tranquila…
Dan levantó sus ojos atormentados hacia Cassie.
—Al final le confesé la verdad. Me pareció más piadoso que condenarla a un infierno de preocupaciones y dudas. Oh, Cassie… no importa lo que haya hecho en el pasado, nadie merece sufrir tanto. Cuando me miró desde esa cama de hospital… indefensa, enferma… sola… terriblemente sola… supe que no la abandonaría.
Su suspiro rezumaba dolor.
—Así que me senté a escribirte esa carta… esa maldita carta que te rompió el alma —Dan miró a Cassie con las pupilas inundadas de lágrimas—. Perdóname —le pidió.
—Oh, Dan… mi amor —lo abrazó.
Por un momento, Dan se resistió, pero luego la rodeó con sus brazos, estrechándola con más fuerza que ella a él.
Las lágrimas bañaron la cara de Cassie al aceptar la verdad del amor de Dan y la terrible tragedia que había moldeado su vida. Ahora comprendía por qué actuó de esa manera cuando se enteró de la existencia de Jason… y luego del accidente… ¡Santo Dios! ¡Qué control debió ejercer sobre sí mismo para efectuar los trámites para salvar a su hijo!
—Yo… traté de hacerle la vida soportable, Cassie —murmuró Dan de pronto, reanudando su confesión—. Roberta… murió en paz… Un tipo de embolia.
—Calla, mi amor. Hiciste todo lo que pudiste —lo miró, con el corazón desbordante de ternura y compasión—. No hables más del pasado.
Dan le cubrió la mano con la suya y luego le besó la palma con un beso tibio y delicado.
—Dime que todavía me amas —le rogó con un estremecimiento—. Por el amor de Dios, dime sólo eso.
—¿No lo sabes, cariño? —murmuró ella, con las pupilas anegadas de lágrimas—. Siempre te he amado. Nunca dejé de amarte.
Con un gemido la apretó contra su cuerpo.
—Oh, Cassie… Cassie… te amo tanto… Pensé que hoy te había perdido para siempre.
—Jamás.
—Pero fui estúpido, odioso, cruel… pensé que… no podía creer que…
—Calla… Dime de nuevo que me amas —murmuró ella.
—Te amo —susurró.
—Bésame.
Lo hizo.


—¿Mamá? ¿Papá?
Rompieron su abrazo y se acercaron de prisa a la cama, con las manos unidas. Ambos tenían las mejillas húmedas.
Jason parpadeó con el único ojo que se le veía.
—Oh, qué asco —pronunció con voz débil—. Sammy Johnson tenía razón. Dijo que iban a estar besándose todo el tiempo.


CAPITULO 13


Un pálido amanecer iluminaba la isla y la neblina se levantaba del río. El helicóptero descendía sobre las copas de los árboles y aterrizó, con considerable pericia, a veinte metros de la puerta principal de Strath-haven.
—Llegamos a casa —suspiró Cassie.
—A casa —repitió Dan, apretándole la mano y besándole la frente.
—Regresa con esta máquina a Sydney, Paul —ordenó Dan al piloto, cuando descendieron—. Siento haberte desmañanado.
—No importa, señor McKay. Me alegra saber que el niño ya está bien.
Contemplaron desde la terraza cómo desaparecía el aparato en la distancia.
Dan le pasó un brazo a Cassie por los hombros, para acercarla a él. Ella se sentía feliz. Suspiró.
—¿Cansada, señora McKay?
—Por extraño que parezca, no, en lo más mínimo —le sonrió—. Quizá estoy exhausta y en unas horas ya no resista más.
—¿Te gustaría caminar?
—¿Adónde?
Siguió la mirada de sus ojos hacia el estudio, colina abajo y el estómago se le contrajo en forma automática. Una reacción tonta, quizá. La amaba, ¿no? Entonces, ¿qué tenía que temer?
Pero la sensación no se disipó. Contenía un germen de inseguridad sobre un factor escondido que podría destruir su felicidad. La vida le había enseñado a ser precavida.
—Está bien —aceptó, guardándose su temor.
—Estás muy callada —notó Dan cuando se aproximaron a la cabaña—. ¿Estás segura de que no estás cansada? Podemos regresar a la casa, si quieres.
—No, no, estoy bien. Quizá tengo un poco de frío —se estremeció, más de nervios que por el fresco de la mañana.
Él se quitó la chaqueta con presteza y la colocó sobre los hombros de su esposa.
—¿Mejor?
Asintió, pero el sentimiento de malestar continuó.
—Dan. ¿tienes una razón especial para querer venir aquí? —esperaba que su voz no reflejara su temor.
—En cierta manera, sí.
—¿Oh? —lo miró y él le sonrió de modo misterioso. Pero ni la más suspicaz de las personas hubiera captado algo inquietante en ese gesto. Sin embargo, el pecho de Cassie se contrajo.
Se detuvieron ante la puerta, que parecía deteriorada por la falta de uso. Dan extendió una mano para asir la perilla.
—Quizá está cerrada —sugirió Cassie, deseando como una tonta que esa esperanza se realizara.
—Está abierta —replicó, girando el picaporte.
—¿Cómo lo sabes? —casi lo acusó.
Él se volvió a verla, confundido.
—Por Dios, Cassie, pareces enferma. ¿Qué te pasa?
—Yo… no quiero entrar allí —exclamó—. No quiero que nada suceda… para destruir lo que nos une.
Su gesto de preocupación se disolvió en una expresión de tierna comprensión que casi hace llorar a Cassie.
—Oh, linda —la rodeó con sus brazos, acunando su cabeza contra su fuerte pecho—. Mi pobre amor… tan valiente… tan firme… ¿Crees que haría algo para lastimarte?
Sus ojos la tranquilizaron.
—No hay nada que temer allí adentro. Nada. Es un lugar muy especial, un lugar en el que se guardan nuestros buenos recuerdos.
—Yo pensé que lo detestabas —se ahogó.
—¿Detestarlo? ¿Por qué lo pensaste? Oh, sí, ya sé… La otra mañana en el puente. Tontita —le susurró al oído—. No toleraba que te refirieras al estudio en ese momento porque representaba todo lo que un día tuve y perdí. Estaba seguro de que jamás volverías a amarme, sin importar lo que dijera o hiciera. Supuse que tu aceptación era por Jason. Nada más. La manera en que me mirabas algunas veces… Tan diferente de ahora… —titubeó—. Entra, quiero enseñarte algo.
El estudio estaba tal como ella lo recordaba. Una habitación amplia con una chimenea, un diván, libreros, mesa, sillas, un refrigerador antiguo.
Dan la tomó de la mano y la sentó en el diván. Luego sacó un objeto rectangular de un armario, envuelto en un paño rojo y Cassie supo al instante de qué se trataba…
Se le secó la garganta mientras Dan le quitaba la cubierta y lo colocaba sobre la repisa de la chimenea.
Lo contempló durante unos segundos y luego retrocedió, antes de volverse hacia su esposa.
—Así es como te recordaba —le confesó.
Ella se levantó y caminó hacia su retrato, maravillándose de la habilidad de Dan y odiándola al mismo tiempo. Era demasiado reveladora, demasiado indiscreta…
—Lo terminé después de irme —le decía—, de memoria.
Cassie también recordó el pasado, entonces. Y la lastimó.
Dos grandes ojos azules la miraban desde la tela. Los ojos de una chica enamorada, profunda, ciegamente enamorada… los ojos de una mujer que no hace preguntas, que no espera respuesta, que da y da, sin pensar en sí misma. Una joven como la que ya nunca sería. Si Dan esperaba que alguna vez lo mirara de esa manera, esperaría toda la vida, pensó compungida.
—Solía sacarlo de vez en cuando. Casi siempre cuando había bebido un poco. Lo contemplaba durante horas —soltó un suspiro trémulo—. Tú tenías a Jason, Cassie; yo el cuadro.
Cassie se volvió hacia Dan, con una horrible sensación de vacío en el estómago. ¿Era ese retrato lo que Dan amaba? ¿Esa fantasía? ¿Por esa razón regresó a Strath-haven… para darle vida a una pintura?
Dan le contó en el hospital las circunstancias de la compra de esa propiedad. Meses después de la muerte de Roberta, descubrió por casualidad que estaba en venta. Pero no esperaba recuperar a Cassie. Había pasado demasiado tiempo para que no estuviera casada, razonó.
Pero tenía que averiguarlo, una vez que decidió comprar la isla. Indagó en el registro civil y no descubrió ninguna clave. Luego revisó el padrón electoral para ver si no estaba registrada en el pueblo. Le parecía imposible que no estuviera involucrada con alguien. Pero regresó a Strath-haven de todos modos, con una tenue esperanza.
¿Esperando qué? Cassie frunció el ceño.
—Dan… esa no soy yo… ya no soy esa joven de antes…
Le acarició la frente.
—Sí, lo eres. Eres mi adorada muchachita… —la expresión se le congeló, como si estuviera muy lejos. A nueve años de distancia.
La angustia apretó el corazón de Cassie.
Él debió observarla, pues de repente su rostro reflejó un brillo de ansiedad.
—¿Qué te sucede, mi amor? ¿Qué dije? —la tomó por los hombros y ese movimiento imprevisto le tiró la chaqueta a Cassie. Ambos la ignoraron.
Los ojos de la joven se fijaron en el retrato.
—Oh, Cassie —suspiró Dan—. No pienses cosas así. No te enseñé la pintura para que te sintieras insegura. Sólo quería explicarte que cuando te encontré de nuevo, me impactó que te hubieras transformado en una mujer madura y tan segura de ti. Para mí era como si te hubieras conservado intacta en el tiempo y me tomó unos momentos adaptarme a ti. Habías crecido. En el sentido espiritual. Pero una vez que salí de mi sorpresa, descubrí que me atraías aún más. Eras la mujer que Roberta nunca fue o pudo ser. Fuerte, valiente. Buena y generosa. Pero en esencia, todavía eres la chiquilla que pinté, con el mismo corazón dulce y dadivoso. No puedes imaginar lo que sentí cuando me dijiste que me amabas, que nunca dejaste de amarme. Pensé que mi corazón estallaría de emoción. Y todo lo que puedo prometerte a cambio es que trataré de merecer tu amor. Y que te amaré hasta el día en que muera.
Las lágrimas asomaron a los ojos de Cassie… lágrimas de dicha.
—Oh, Dan…
—No llores —le rogó, inclinándose para besarla con suavidad—. No soporto verte llorar.
—¿Ni siquiera de felicidad? —logró susurrar.
—Ni siquiera así —con un dedo le recorrió los labios—. De ahora en adelante, sólo quiero ver risa en tus ojos, sonrisas en tus labios. Excepto, desde luego… —su expresión era de travesura—, cuando no quiera ver tus labios para nada.
Su boca descendió despacio, dándole tiempo de prepararse, para capturar sus labios entreabiertos en una explosión de pasión devoradora.
Cassie recordó de un modo vago haberse preguntado si el sexo sería diferente sin amor. Sí, se respondió de repente. Diferente por completo… pues esa era la forma inigualable, insuperable de hacer el amor.
No era sólo que sus caricias le dieran placer, ni que su boca se acoplara a la de ella a la perfección. Había una felicidad inmensa, una amalgama milagrosa de emoción y deseo que los consumía.
La desvistió con rapidez, aunque con infinita delicadeza. Cada caricia, a pesar de estar teñida de impaciencia, revelaba un respeto innegable.
No dijo nada, pero el silencio de Dan estaba cargado de amor. Nada le costó demasiado esfuerzo. Acarició el cuerpo de su amada y la besó hasta que la convirtió en una llama de pasión. Y cuando llegó a ella, la invadía un dulce gozo, mientras su posesión la conducía a una serie de sensaciones en aumento, hasta que todo explotó alrededor de ella, demostrando que su éxtasis era tan avasallador como el del hombre que lo había creado.
Mientras permanecían repletos de dicha sobre la alfombra, Cassie comprendió que habían cerrado el círculo. Allí fue donde todo empezó, donde Jason fue concebido.
Ese pensamiento le dio una certeza inconmovible. Un hijo nacería de esa unión. Un hermano o hermana de Jason. Ese era un nuevo principio, un paso hacia adelante. Y ya no mirarían hacia atrás.
Mucho tiempo después, Dan le tocó la cara. Lo hizo con ternura, maravillado, como si lo asombraran sus propios sentimientos.
Ella lo miró, sabiendo que en ese instante, con todas sus defensas bajas, con su cuerpo y su alma en paz, sus ojos eran iguales a los de la chica del retrato. Claros y confiados y llenos de amor.
—¿Nunca me cansaré de ti, mi adorada mujer? —murmuró con voz ronca.
Ella sonrió. Y pronunció una palabra que resumía el amor que mutuamente se entregaban.
—Nunca.



Fin